
Vivir la vida desde la poltrona.
Yo no quiero ser trasgresor. Bueno, solo algunas veces.
Sé que no soy el típico agitador. Solo un idiota más. No creo en las revoluciones sociales. Ya no hay cabida para memeces de esa índole. No estoy siendo reaccionario. Solo realista. No sé por que demonios me han salido las primeras frases como si fuesen un telegrama. Será por que se me acumulan los conceptos.
Yo trasgredo la norma de la modernidad, de la moda, de la chuminada del 15. No es porque sea más listo ni más capaz, es una cuestión de bienestar mental. No estoy a gusto casi nunca. Y para conseguir alguna paz todo tiene que ser perfecto en mi cabeza. Ninguna preocupación, ningún problema. Los problemas no tienen solución, pues si tienen solución solo llegan a contratiempo. La liberación es fugaz en la mayoría de las veces. Siempre hay una mosca detrás de la oreja. Una mosca pegajosa y engorrosa que no deja quieto el lóbulo. Nunca disfrutaré de las emociones lo suficiente y esa es la condena que me toco en el reparto de putadas. Ustedes me pueden decir que estoy siendo derrotista. Si, lo soy, y no puedo evitarlo ¿no es una pena? La capacidad de diversión para las personas altamente quisquillosas en los detalles –nunca en lo principal- es deficiente, en el mejor de los casos. Y los gustos, oigan, me convierten en impopular y rancio (eso si lo soy). Ejemplos como arenas en las playas.
No me gusta viajar. La gente se espanta cuando oye eso. A todo nos tiene que gustar viajar, parece ser. Yo soy sésil, cual pólipo coralino.
No me gusta el baile. Es más, lo odio. Eso me convierte en un soso. Con mucho gusto.
No me gustan las ONG. Mi conciencia no se apacigua por un plato de lentejas. Además, mienten en el nombre.
No me gustan las músicas guais. Esas tan modernitas y sobre todo, “guapas”. Buen rollismo. Mala enfermedad te entre Manu Chao. Ni el cine guai -que chulo, es una película vietnamita-.
No me gustan las manifestaciones, vengan de donde vengan, pues con los años me he hecho individualista extremo.
No me gusta el petardeo.
No me gusta el “nuevo hombre”. No digo ya metrosexualidad, término efímero y cargante.
No me gustan los best-seller, ni con prurito de calidad. Un libro de esos si es bueno, dentro de 20 años, si no me he muerto, lo seguirá siendo.
Aunque yo lo parezca (y lo sea a veces –casi siempre de un modo impostado y exagerado, más propio del humor y/o la cerrazón, que de la chulería-) odio a los pedantes.
Odio la espiritualidad y la idea de transcendencia. Tanto, que puedo enfadarme con el mundo cuando pienso en esas cosas antes de dormir.
Y sobre todas las cosas odio la gente que no comprende el humor.
Ya se habrán dado cuenta de que soy un egocéntrico total, pero ¿que individualista no lo es? Asi es que ¡¡¡no puedo disfrutar de nada!!!