lunes, 22 de agosto de 2011

Cosas que he de decir, aunque a usted no le importe.


Tengo muchas cosas que decir, aunque dudo que alguna le importen a usted un tercio de lo que le importa un bledo dividido por un pimiento.
Si, usted que me lee.
Desconoce que el otro día, mientras me bañaba en la piscina se me antojó posible que la casa que mi abuelo construyera en tierras de secano, entre la viña y el río, hoy tierra calma, fuera desmontable como un Exin Castillos. Los ventanucos, biselados por lo alto y de forma casi cuadrada, tienen rejas, y a los lados piedras metamórficas que se asemejan a esas piedras de plástico del juego de construcción al que me he referido; y me imagine la uña de un dedo de una mano gigante que en la plácida tarde de Agosto, cuando las nubes son naranjas y rosas y cursis, descendía del cielo y cogía con el pulgar y el índice, prensilmente, la ventana con mosquitera de la habitación de mi hermana, la que está más al oriente. Ineludiblemente, y abusando de los adverbios, con su permiso, amable lector, me acorde de los Monty Phyton y sus manos animadas, y pensé que la mano de Dios jugaba a los Exin Castillos con mi casa en el campo, esa que está en la carreterra que lleva a Baena, a Alcaudete y finalmente, a la ignominiosa ciudad de la Alhambra.

ELLA sigue aquí. Sigue en mis sueños. Me visita fugaz, por las noches y las siestas. Vuelve, dulce y callada, en ascensores que son pisos enteros con bares polvorientos de ceniza de cigarrillos apagados hace mucho tiempo. En la vida vigil la había desterrado de mis pensamientos, pero ahora, con el verano vuelve, como una tentación que me ofrece la locura, pérfida, pérfida y pérfida, mil veces pérfida y enredadora, pues en esos sueños soy feliz y nunca se oyen palabras feas; y por eso digo tentación, pues las invitaciones, mucho más blancas e inocentes de lo que usted imagina, pérfido lector de pérfida mirada sucia, son tan reales que a veces entre sueño y sueño me he de sacudir con la pérfida almohada enranciada con mis cabellos para hacerme entrar en la pérfida razón, que no tiene porque ser razonable ni razonada. Las cosas que no son, no son. Lo que pudo haber sido y no fue es tan solo una forma de enunciar un fracaso, una frustración, una sobredosis mortal de realidad que mató al suave y engañazagales canto de la bienquerencia. Esta noche no vino, apenas dormí. A lo mejor esta noche armado ya de drogas legales para locos de nivel bajo canta para mí.

Me subleva la idea de transcendencia, y que clasifiquen a los ateos y libre pensadores políticamente en receptáculos que el libre pensar rehuiría en nanésimos de segundo.

Sé que sabe usted, amable lector, como digo, que no creo en nada apenas, pero si es que hay algo, ya sea Crom, Jesús, el Monstruo de Espaguetti Volador o el mismísimo Cthulhu encarnado en Calamardo le doy las gracias por la lectura. En realidad le doy las gracias a la sorbedura que me comecome; me doy las gracias a mi mismo por dejarme leer. Sabadú, Colubi, Hogdson, Chesterton, Orwell, Lovecraft -2 veces- y Borges han pasado ya ante mis ojos. Poder leer es muy importante para el lector que no lo puede hacer siempre, porque su poder de concentración es más limitado que el poder romo de un Cristo románico una estampa gastada de Shiva de las que te dan los Hare Krishna en el Rastro de Madrid.

Tres gatos pelean ignorantes del daño que pueden causar a mis pulmones, a mi garganta, a mis hocicos. No todos los culpables de algo son tan inocentes como Noni Chico y sus secuaces felinos. Y mire que son seres vivos. ¿Acaso sabe la alarma del móvil o del reloj lo mucho que la odiamos? Un símil se podría hacer con nuestros regentes, nuestros manipuladores próceres, nuestros estadistas a lo que la palabra estadista queda tan grande que parecen disfrazados estando en sus trajes caros. En esta democracia de chiquilicuatres, los cretinos son, aunque los odiemos, como las alarmas, puestos por nosotros –por quien vote, vamos- lo que pasa, me da a mi en la nariz hiperalergiada que ellos sí que son conscientes de los perjuicios que crean; aunque a lo mejor no al ciento por cuento, porque tampoco es que sean genios de la Naturaleza ni Fénices de los ingenios. Los gatos siguen jugando en esta mañana medio fresca de domingo, que vaticina calores ígneos en el aire.

Cada día me gusta más estar solo y creo que es culpa mía.

Hay momentos en que el Nota, no es que te salve la vida –eso se lo debo a los maléficos emporios farmacopeos-, pero te da una dosis de alegría que, aunque el hombre triste no aguante más que la duración del film en La Sexta 3, es suficiente. En el campo, siempre que veo una película la vivo intensamente, ya que es poco lo que le dedico a lo audiovisual. No escucho ni música. Pero estoy por ponerme cintas de bolos en el iPod Suflé, que me mira muerto de pena, si es que mira algo, desde un compartimiento encremallerado del bolso a bandolera que utilizo para hacer pequeñas mudanzas de objetos.

La piscina, como si tuviera sirenas me reclama, amigo lector. Yo no soy Odiseo atado a un poste, más bien Mameluco atado a una calor que es angustiosa ya a primeras horas. Me despido. Esta son algunas cosas que he escrito durante una semana y que tenía que decir. No le interesaran pero dicho quedan. Faltan muchas cosas pero está bien por hoy. 
Dentro de unos eones, más.

jueves, 11 de agosto de 2011

Historias de fantasmas (Sueños)


No sé si sabrán ustedes los que son las notas simples. Son unos minúsculos informes en los que viene detallado el estado de una finca. Se piden en los Registros de la Propiedad, donde me gano poco a poco el pan, con el aire acondicionado de mi frente. Una finca, puntualizar, no es un cortijo o un enorme bosquizal donde cazar el zorro, sino un bien inmueble. Sus casas son fincas urbanas. Incluso las cocheras son fincas, bueno nooooo, subfincas. Pues a eso me dedico yo parte de la mañana, cuando no me dejan hacer otras cosas. En mis breves vacaciones he leído un libro –precioso, por cierto-, que se llamaba Los piratas fantasmas de  William Hope Hodgson . Iba sobre un buque encantado y sobre las cosas que allí se veían, sin tener precisamente consistencia material. Solo por el nombre del narrador y protagonista, Jessop, curtido marinero recién nombrado de primera, merece la pena el libro de doble final (el escritor escribió uno alternativo, desde el punto de vista de otro barco, para venderlo como cuento independiente). La cuestión es que enfrascado en lecturas y aguas tenebrosas, soñé  a bocajarro, que en el trabajo pedían unas notas simples de arcanos libros antiguos (bueno, el más moderno es de 1937),  pues en la Sublevación del Movimiento Nacional y su posterior guerra el archivo fue quemado –durante la colectivización, supongo-. En el sueño los libros eran más recónditos, y bajo los simples números de finca, los números de tomo, libro y folio se escondía algo. Al leer la letra perfecta de pluma de color negro azulado, algunas presencias iban tomando cuerpo en la estancia, siendo yo el único que era consiente de su existencia. Después, al imprimir en impolutos A4 de 80 gramos, los comúnmente utilizados, en preclara Courier New,  en una impresora láser de tóner, salieron las notas un poco extrañas. Iban avejentándose y percudiéndose, como si de una lepra papelera se tratase. El tóner fijado con calor se convertía en tinta multicolor de grueso trazo. Lo que debería relatar dueños, porcentajes, superficies y lindes, contaba otro tipo de historia, a cual más terrible en base a esas presencias difusas y a un poder telequinésico que conectaba la historia de la casa a mi mente soñadora. El trabajo seguía mientras el yo angustiado luchaba contra el yo normal de estas cosas son normales, hombre. En un  momento me di cuenta de que era un sueño. ¿Era acaso mi propio consciente soñador llamando al que había caído en las garras de lo ominoso? No lo sé.
No miro igual los volúmenes antiguos. Sobre todo, sobre todo, porque están llenos de ácaros…; inquietante.   

 
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