¿Los rockeros van al infierno?
Bueno, es una de esas preguntas retóricas. Deberíamos entrar en el tema de si existe tal lugar o no. En South Park si existe, incluso en algún libro que otro, pero en la vida real no estamos seguro. Lo más seguro es que si existe algo trascendente –cosa que dudo bastante- este sea el infierno. Lo que quiero decir viene a colación de la conocida canción (bueno, entre los de una cierta edad) de Barón Rojo, ese grupo heavy español, Los roqueros van al infierno. Me he bajado de forma alegal la discografía del grupo para un amigo, y la verdad es que tenía curiosidad por escuchar su mítico Volumen Brutal en inglés, porque ahí donde los tienen los Barón tuvieron éxito en la tierra de los Led Zep y los Sabbath. Si los rockeros tuviesen que ir al infierno tendría que ponerse a la cola, ¿no creen? Sin salirnos de lo que es estrictamente musical, creo que las calderas de Pedro Botero tendrían overbooking antes de que alguno de estos señores de larga melena, guitarras y amplis se cocieran en su propio jugo. Recapaciten en todas las fechorías que se han hecho en lo que se ha dado por llamar “industria discográfica” desde que Edison inventara el cacharro allá por el año de Maricastaña. No es que a mi me guste el jevi metal especialmente, ni sea fan de Barón Rojo –he de confesar que esta canción si la he cantado más de una vez en la versión castiza-, pero si uno imagina a engendros como Glen Madeiros y su "Nothing's Gonna Change My Love For You" o Loco Mía (si, si, el de la operación Abanico que vendía popper) con Rumba Samba Mambo. Por no hablar de todos esos horribles grupos de pop que surgieron en los 80 en España a raíz del éxito de los Hombres G. Terapia Nacional, serían un buen ejemplo. No quiero dejarme llevar por mis fobias personales. Estoy intentando ser lo más imparcial posible y callarme a donde mandaría yo a Silvio Rodríguez o a Pablo Milanes, que no sería precisamente al infierno. La palabra que me viene a la mente es gulag, pero eso lo digo desde el buen rollo. Porque allí se unirían a un enorme grupo de cantautores en lengua española de esos bien pesados, y sin duda lo pasarían bastante bien, después de horadar el suelo de la estepa helada (llamado permafrost, ya han aprendido algo por si no lo sabían)en sus cabañas y sus samovares. Todas estas frases de risa vienen por el día que me llamaron stalinista por no respetar los gustos musicales de los demás.
Eso es una pequeña lección. Se respeta a las personas, pero no las ideas ni los gustos. Pero sigamos mandando gente al infierno. ¿No hubiesen mandado ustedes al infierno a los Ricky Martin y sus clones? Un, dos, tres, un pasito palante… y al precipicio del averno que vas, Ricky, que tienes nombre de loro.
Pero esto es como todo algo escrito. Quien se lo tome al pie de la letra peor para él. Para mi el rock que tiene fama de autodestructivo, de ser de gente viciosa y satánica ha salvado más vidas que la penicilina. Aplico mi experiencia personal. Neil Young me hizo la vida soportable. Sé que lo he dicho mil veces, y las diré las veces que sea necesaria. Con él Los Beatles o Sonic Youth. O Beck o las Shonen Knife. Lo que alegre la vida de un triste no merece ir al infierno. Muchos me dirán que las canciones que he puesto antes habrán alegrado a alguien alguna vez. No lo dudo, pero yo no estoy en sus pellejos. Yo soy yo. Perogrullo said. Y me importa bien poco lo que digan al respecto los que emocionaron con Loco Mía, o con una canción de Gloria Stefan o de Celine Dion. Que se vayan al infierno.