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martes, 23 de septiembre de 2008


Si las apariencias no engañan este otoño sea más otoño que los pasados otoños. Ha llovido y el tiempo está revuelto. El cambio de estación ha sido patente. S eha correspondido con el melancólico color de la luz entrando por las persianas venecianas de mi habitación. La luz gris. Cielo nuboso. Tormentas con fuegos de artificio, propios de una naturaleza desbocada. También es verdad que queda lo que se denomina el veranillo del membrillo o veranillo de San Miguel. A lo mejor es porque los que nos llamamos así somos unos membrillos, o porque la empresa fabricante de cervezas quiere exprimir sus stocks veraniegos. En realidad es porque es alrededor de final de septiembre, que es cuando maduran los membrillos, que cae cuando en mi santo, el día 29 de los corrientes.
Quienes me conozcas, o deduzcan con obvia facilidad, sabrán que el otoño es mi estación predilecta. Los depresivos al mal de los frailes, como se conocía en la Edad Media (las personas normales estaban demasiado preocupados por sobrevivir como para preocuparse por esas cosas) o la melancolía. La melancolía, o bilis negra, no es un invento nuevo, como pretenden hacernos creer los insensatos que nunca han sufrido en sus carnes los ataques de una mente enferma. Hipócrates fue quien le dio ese asqueroso nombre. Bilis negra.
El otoño siempre fue una estación de depresivos, letárgicos, de tiempos parados y de preparación para el invierno. El invierno es la quietud. El sosiego. El parón. Bueno, y comer turrón, pero eso es la artificialidad inventada por el hombre. La hibernación como estrategia no sirve con los humanos, pues nos adaptamos a nuestro medio a base de comprar acciones de Repsol y expoliar recursos de terceros países. Empezamos con una cueva y una pieles pestosas de animal muerto y acabamos haciendo opas hostiles e invadiendo países para echar a andar las calderas de la comunidad.
¡Ah! Otoño de hojas caídas, de marrones y amarillos, de noches frescas y mañanas al sol breve de noviembre. Otoño, en la que la noche va conquistando resquicios con sus sombras al atardecer, cada día unos minutos más, permitiendo al Nosferatum salir antes a pasear. Otoño en cápsulas, otoño difuminado, otoño que del humus vienes y en humus te convertirás. Atrás dejaste las tórridas calimas y el agrietamiento de la tierra. Otoño de hongos. Me imagino olores a sarmientos quemados y a patatas asadas en Cachubia y a mantequilla rancia en Cachubia, y a páramo, y a la academia Rushmore en el nuevo curso. El otoño es donde debí nacer, y no en la absurda primavera tardía de junio. El otoño es mi casa. La casa de los enajenados y donde ayer por la noches a las tantas murió un amigo plasmado en negro sobre blanco, que si no son amistades reales, uno les toma igual cariño.
Otoño, con ñ. En el fondo aún repta algo de lo que te hablaba.

 
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