miércoles, 28 de julio de 2010

Bed Room


Vivo entre arañas

entre arquetas de ladrillos retorcidos

y una lámpara de lava.


Vivo con un pulpo de tinta

con una percha quebrada

y aún con más arañas.


Duermo entre un cama

y un ventilador de techo

y bajo mí, cochinitas en el suelo.


Veo una cabra, y pintas

de cerveza con caras de piratas

y en un interruptor mi primo que calla.


Tengo un infierno de libros secretos

tan poco escondido

que nadie lo ve.


Sobre el cabellete manchado

el inacabado cuadro adolescente

de montañas y un ciprés.


Ultraman de bararillo

Mister Potato Euskaldún

Hello Kitty pastillera.


Y un sombrero de hortelano

pintado de azul

que al final no fue el definitivo.


martes, 27 de julio de 2010

Estío Bufo

La piscina de mi retiro bucólico pierda agua por una de sus aristas. No fui consciente de ello hasta que el otro día vi la esquina mojada y dos ojillos brillantes. Entre la oscuridad y el mimetismo del animalillo estuve mirando un instante hasta percatarme de que era un pequeño sapo. Parecía desamparado, solitario –incluso triste-. Lo cogí. Era ridículamente diminuto y fofo. Su enorme panza -dentro de lo insignificante de su envergadura- era fría y parecía blandiblub. Lo exhibí ante las visitas y volví a dejarlo donde estaba. Al principio parecía estar atontado -nunca me he fiado de los animales de sangre fría-, pero un momento después tomo fuerzas de su fofedad y se metí en una grieta que parece ser que lleva a su casa subterránea de cemento y agua clorada. Vive, según creo debajo de una losa que está un poco levantada.

Si G. y yo lo hubiéramos visto de pequeños sería una gran prueba más de que conducía al submundo enterrado de los gnomos. Porque G. y yo veíamos gnomos de pequeños. Es una convergencia azarosa a las niñas que veían hadas y que Sir Arthur Conan Doyle se tragó tan vehementemente como otros teósofos de la época. A nosotros, por el contrario no nos creyó nadie. Bueno, tampoco fue tan grave, porque era mentira. No sé como surgió. Creo que mi prima Mari Carmen, nos metió en la cabeza que dejado de nuestros pies había un mundo de minerales y gnomos. Éramos por aquel entonces aficionados a los minerales, y siempre tuvimos imaginación. Pienso que ni lo hablamos, alguno de nosotros lo dijo: ¡un gnomo! y el otro siguió el juego. Mis primos mayores, cual inquisidores del Santo Oficio nos separaban e interrogaban, para demostrar la falacia de los gnomos de la campiña. La verdad caía por su propio peso -cada uno decía un color de blusa- y poco a poco el rollo fue cayendo en el olvido y pasamos a otros juegos infantiles de veranos eternos, calurosos, polvorientos.

Pero creo que durante esos días, entre sueños, vi la sombra en la ventana de un anciano diminuto de sombrero cónico, echado en la pared fumando una pipa. Yo veía alucinaciones de vez en cuando, así que todo estaba correcto.

Ahora me conformo con el mundo entre rendijas del sapo, saturado y oscuro, que no por ser prosaico y explicable por las leyes de la Naturaleza y el Cosmos deja de ser fascinante.

sábado, 10 de julio de 2010

Entomología nocturna

Los últimos días he soñado con insectos.

El sueño de hace dos noches era que internet… bueno, el cachorro por el que me conectaba a internet, que no era un ordenador, sino que se parecía más a un estuche para ir a la escuela, pero gigante estaba lleno de gusanos formados por cuentas naranjas. Me parecía muy real, pues estaba acostado en la cama donde en ese momento yo soñaba todo este incidente insectil. Me empezaron a aparecer en la boca y en los libros que atesoro con cariño de padre que no quiere tener hijos. Todo se transformó en lo que era antiguamente donde yo duermo, un trastero enorme, una habitación grande donde pasaba horas y horas en mi infancia y adolescencia. Volvía está el telar de hierro que había en mi niñez. Yo ya no era el barbudo, sino el lampiño Miguel –entonces aún siéndolo no era aún Mameluco- que le pedía a un amigo que le arreglara el gran estuche de conexión a la red. Abriendo el cacharro salían más y más gusano, y en el fondo había escolopendras gigantes pero de un color caramelo oscuro, muy oscuro que apenas se movían, solo palpitaban. También esos milpies negros del Trópico. Segregaban como una tela de araña que después se convertía en masilla de esa de los muebles, de color carne amarronado. Volvía a tener gusanos en la boca y me miré al espejo del cuarto de baño. Solo había bolitas naranjas de textura gelatinosa, como el caviar. Allí estaba el bote de Plenur (el litio) y pensé que los gusanos se irían si me tomaba todas las pastillas. Me desperté. Sentí ganas de tomarme todo el Plenur. Tuve ganas de morir momentáneas por primera vez desde hace mucho. Afortunadamente seguí durmiendo y solo me desperté cansado.

Al día siguiente, los oníricos trayectos de mi mente me llevaron a un desvencijado hotel que en un principio era un enorme rascacielos por donde el sol desde poniente entraba en los albores de la tarde, un crepúsculo que dio lugar a un día gris en cuestión de segundos, ya que la vista desde otra ventana en la pared contigua era un descampado de frondosa vegetación con un gran árbol muerto, lleno de objetos oxidados. Un par de paredes desconchadas y comidas por el musgo completaban el paisaje. Había una bañera, ahora lo recuerdo. De loza blanca. Una antigualla. Me metí en la cama. En esta ocasión empezaron a surgir como cascotes y escombros entre las sábanas, pero no eran duros ni blandos, simplemente estaban allí, como debajo del colchón haciendo bulto. Apareció un grifo de cobre lleno de orín verde. Desde la cama podía ver agujeros en el suelo, que era de madera, por donde se movían millones de cucarachas y alguna salía de vez en cuando, presta, a esconderse entre las sombras de un trastero donde yo veía mi chandal colgado. De repente salió un hocico largo y gris de una rata, que se paseo por el cuarto a sus anchas. La verdad es que no me dio miedo la rata. Los sueños se corresponden a veces con la realidad, pues en mi vida vigil no me dan asco las ratas. Luego de un maceto que había empezó a surgir de una planta parecida a los San Pedros una especie de bayas verdirojas, y en cuestión de segundos hubo una proliferación tal de procesionarias (esos gusanos marrones y negros peludos) que si me dio repelús, pues esos bichos te irritan la piel. Salí por mi propio pie de la habitación, que estaba ya en unas condiciones similares al del descampado. Se estaba destruyendo y la vegetación salvaje lo inundaba todo. Es curioso, porque llevaba un camisón de esos decimonónicos, e iba descalzo, sintiendo solo la madera pulimentada y caliente del pasillo del hotel. Las habitaciones se disponían de forma poliédrica, creo que octaédrica. O sea, había 8 pasillos a mi alrededor. El resto del hotel era de lujo. Entre en las duchas (eran habitaciones sin cuartos de baño) y todo era normal. Me senté en la taza del water y creo que ahí fue cuando desperté. Ese día dormí solo tres horas…

Hoy afortunadamente no he soñado con ningún bicho.

Será porque como dice Mazes, anoche estuve al lado de la vela antimosquitos en el pequeño y refrescante perol nocturno en do sostenido menor.

lunes, 5 de julio de 2010

El Chico Fabuloso y el Hombre Sucio


El cielo estaba verde por el horizonte y las montañas nevadas contrastaban con ese verde pálido, oscuro y cenagoso como antorchas de hielo encendidas por el frío del Norte.

El camino se bifurcaba. Había llegado la hora de despedirse.

El Hombre Sucio era un trovador errante, con una capucha llena de grasa de velas ya apagadas hace tiempo y de la propia intemperie. Su laúd estaba envuelto en un estuche de piel de carnero, y su lana era tan rubia que Jasón lo hubiese confundido con el Vellocino de Oro. Era gordo y calvo, con los ojos un poco achinados. En las madrugadas que habíamos pasado juntos en el sendero había tocado bellas gigas y tristes madrigales a amores perdidos. Yo le acompañaba con mi voz, pues aunque no era sino un cazador, me gustaba que el eco de mi voz resonase entre aquellos páramos. Yo sé que los lobos no se fían de los cantores.

El musgo en las rocas indicaba el camino septentrional, así como el gélido viento que nos hacía llorar. El Hombre Sucio iba hacía el Oeste, a un castillo del que había oído hablar, donde a los músicos jamás le faltaban ni el calor del vino, las tajadas de cordero ni los abrazos de las mujeres. Me dijo que lo acompañase, que con mi voz embelesaría a la princesa Valeria, hija del viejo rey libertino Cipriano, que mantenía su corte con domadores de osos, funambulistas y echadoras de cartas.

Tuve que rechazar su invitación, pues desde que era un chaval, un hechicero envuelto en piel de oso leyó en sus runas que mi destino estaba en el Norte. Me dijo que yo era el Chico Fabuloso. No lo pensé dos veces. Forjé mi espada con un acero especial que bajó del cielo una noche hace muchas generaciones y,… y…

¡Alfredo, suelte la fregona! -dijo la celadora del hospital geriátrico- a un huesudo y barbudo anciano vestido con un ridículo chandal azul celeste. El Hombre Sucio estaba allí mirándole, sentado en una silla de ruedas. No estaba sucio, sino escamondado y olía a colonia de niño, y en el fondo su cara redonda y sonrosada era la de un gran bebé.

Pero… -dijo Alfredo- viéndose en un pasillo feo rodeado de plantas de plástico y sillas forradas de skay.

Ande, regrese a su cuarto y no me alborote a los demás, que ya mismo es la hora de cenar.

Alfredo camino muy lentamente, incluso para sus cansadas piernas, hasta llegar a su habitación. Al menos aquello no parecía frío y alicatado. Los libros se desparramaban por los muebles, y un grabado de unas montañas nevadas y trueno eterno, presidía el pequeño habitáculo.

El Hombre Sucio, Pedro, lo siguió en su silla de ruedas. y encontró al viejo sentado mirando absorto a las nieves perpetuas del dibujo, pero volviendo progresivamente a una de sus realidades (la mala, le decía él).

Me gustan mucho sus historias –dijo Pedro-, y me encanta salir en ellas, aunque sea un hombre sucio.

Claro, hombre, si andas y no vas en esa mierda de silla.

No es por eso, don Alfredo, siempre quise tocar la guitarra.

sábado, 3 de julio de 2010

El pan está duro y rancio y me asustan los payasos




No.

No he escogido este título tan raro para explicarles por enésima vez mi animadversión al estío, al calor y a que por beber ingentes cantidades de agua se me afloje el muelle y además sude como un corredor de una maratón por el desierto.

Repito, no.

Estoy aquí para abrirles las mentes y sean conscientes de la cortina de humo que nos rodea constantemente.

¿No saben a lo que me refiero?

Yo se lo digo: la crisis. En este blog no he hablado mucho de la crisis porque creo que si le damos importancia a las cosas se magnifican. Se habla de crisis, ¿pero de qué crisis? Bien, la económica. También bien (bueno, no, mal). ¿Pero quien está en crisis? Bueno, usted, usted, el de más allá y yo. Yo, al igual que muchos, tengo crisis crónica, pero son otro tipo de crisis. La coyuntura económica nos es adversa. Es verdad. Hay personas que le echan la culpa al gobierno (sus rivales políticos), otros a los bancos, otros a los avarientos que se hipotecaron hasta los ojos y también algunos a los promotores de vivienda.



Los árboles no nos dejan ver el bosque. La culpa de todo es de todos. Todos formamos parte de un sistema formando subsistemas, conjuntos, incluso puntos sueltos, pero unidos por el pernicioso feedback de la relación mercantil. Todos queremos dinero. Unos más, otros menos. Hasta los piesnegros que pululan por nuestras plazas “mendigan” por unos euros para comprar en una tienda, insertada por las vías de distribución ordinarias, que paga los impuestos y la luz, en la gran maquinaria contra la que dicen los perrosflauta que quieren luchar con su sucio estilo de vida alternativo.

Las personas muy de derechas obviamente invierten en bolsa, iglesias al sacrosanto parné, y erigen emporios donde venden a los proles (utilizaré terminología orwelliana) lo que ellos mismos producen. Pero es que los de izquierdas, incluso los más izquierdosos, adoran el dinero más que a Lenin o al Ché, porque el Ché no les paga, obviamente, las vacaciones a la playa ni la factura del teléfono.

Pongo mi ejemplo, vulgar, patético, corrientucho. Me he dejado las retinas estudiando, los nervios me hacen sentir mal y la cosa no va mal -hasta ahora- para asegurarme la manutención hasta que muera. Yo odio este sistema, le quiero dar de lado, no verme influido por él, pero soy bombardeado constantemente por mensajes desde todos los sitios de que estar fuera del sistema es un suicidio, o una traición o yo que sé que más. Repito, por todos. Desde al estoloarreglamosentretodos, hasta el Gobierno, la oposición codiciosa, los anuncios de la tele (a mí me gusta la tele) o los jerifaltes de la comunicación.

Hay corrientes dentro de este río de detritus fecal. Pero no hay arroyos perpendiculares de aguas cristalinas, sino cloacas paralelas interconectadas.

Unos piden manos dura y todos firmes, otros utopías de todo a cien pidiendo lugares comunes anacrónicos, otros que beses cruces o estrellas y alguno que otro que pongas una bomba.

Yo lo que quiero hacer es nada. Eso sería mi decisión. No hacer nada no me convierte en cómplice de nada. Pero eso es lo que querría, pero lo que hay es pan y circo. Un pan en forma de aire acondicionado, vacaciones en la playa, comer La Gula del Norte o casarte e ir a Cancún. Un circo lleno de tertulianos, de saltimbanquis políticos, de peces gordos con papada sobre la corbata italiana. Mentira. Todo es mentira. Me equivoco. Es la verdad, que yo no quiero que sea la verdad, pero lo es. Payasos con trajes caros en hemiciclos decimonónicos, clowns ante las cámaras pregonando guerras dialécticas para que siga la función, una y otra vez, en un nauseabundo ciclo sin fin. Pan reseco, tazones de mierda. Todo es un teatro, una puesta en escena, donde participan manos que manejan y marionetas. Después estamos el público, pintados con témperas en un cartón donde no podemos ni parpadear. Pagamos la entrada con derecho a callar y ser lobotomizados por el euro, la libra o el dólar.

Todos entramos por el aro. No se lleven a engaño.

Pero al menos háganse una coraza, vomiten siempre para abajo y vivan como buenamente puedan, evitando predicadores de cartón piedra y falsos profetas del paraíso, porque ellos son las tentaciones del diablo, el diablo llamado Capital, que te dice que puedes hacer cualquier cosa porque eres… jajaja… libre, y después llegarán las lágrimas.

Llore, sórbase los mocos, recompóngase, y en su sofá preferido espere a que llegue el otoño.

 
Add to Technorati Favorites Creative Commons License
Mameluco´s Blog by Miguel Morales Merino is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 2.5 España License.