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lunes, 19 de enero de 2009

Todos los bienes del mundo


La vida es, supongo, una carrera de fondo. Todos somos pues, corredores. Me desagrada la idea. Los deportes y yo no nos hemos llevado bien nunca. El mero hecho de pensar en él me pone nervioso. Pero tomémoslo como metáfora. Había una película inglesa que se llamaba “La soledad del corredor de fondo” y es por eso que me viene al pelo. Yo soy una persona más o menos solitaria. Ser solitario no significa que no estés con gente. Pero el defecto de los que pensamos en exceso nos hace, si no estamos en una animada conversación, pensar en otras cosas. La vida es además una carrera campo a través, con baches, obstáculos, piedras en el camino y zancadillas que te van poniendo las circunstancias. Muchas veces esa soledad hace que tú mismo te pongas las trabas de las que hablo. En fin, que bebiendo Acuarius no se va el marrón. La mayoría de las personas recurre a métodos, a trucos, para pasar esos escollos. Ignorarlos está bien. Te dejas las espinillas, pero haces como que no te duele. Otros flotan sobre ellos en una alfombra mágica llamada confianza unas veces y ser un cabrón otras. No es lo mismo, que conste en acta. La confianza es un arma que no tiene por que dejar cadáveres de congéneres en el camino.

Los inadaptados, los poco aptos, aparte de pensar demasiado en los obstáculos, nos marcamos unas metas que algunas veces no coinciden con la senda que hemos elegido para caminar. Si, es de tontos. Nadie dijo que fuéramos genios. La no consecución de una metas llevan al fracaso y a la frustración. Muchas veces, lo peor es que sentimos estás dos cosas sin haber elegido una meta en concreto. Yo en particular he tenido una meta tantos años en mi cabeza, que cuando la conseguí no sentí nada, solo vacío. Un poco de alivio, alegría al principio, pero luego nada. No sentir nada. La eterna nada. Vaya cosa más aburrida. Se asume el rol de perdedor. Les contaré algo. De pequeño y no tan pequeño, los sábados por la tarde eran momentos melancólicos para mí. Me subía a la azotea y miraba el horizonte de cerros y olivos. Me preguntaba que sería de mí en el futuro. Sabía que algo no andaba bien por aquí arriba. Me temía que acabaría mal. Bien no estoy, pero tampoco es como yo me imaginaba. Ser abstemio me habrá ayudado, supongo. Si me hubiese gustado la bebida, hubiese ahogado mis penas en el alcohol, como todo hijo de vecino, pero hasta para eso era, soy, raro. Me ha gustado siempre ser consciente de mi sufrimiento. Cuando era insoportable me echaba en la cama y dormía, rendido por el dolor. Hoy aún me cuesta dormir. Creo que asocio dormir con estar así. Eran los sueños más reparadores que nunca he tenido. Te levantabas levitando. Las pastillas habían hecho su efecto durante el sueño y ahora ya estabas listo para un nuevo obstáculo, para una nueva mala racha, ya no tenías vergüenza de salir a la calle.

Ya no siento esas cosas. Solo alguna ansiedad, algún bache pasajero. Pero sigo estando frustrado porque no soy como debería ser. No para nadie, sino para mí mismo. No soy ambicioso. Solo quiero hacer algo de lo que sentirme orgulloso, pero eso tan ansiado no llega nunca. Lo que me hará ser famoso no llega. Recuerden la fama a la que me refiero. La fama de Jorge Manrique, esa fama de Juan del Enzina, todos los bienes del mundo pasan presto y su memoria / salvo la fama y la gloria. Si, soy un ingenuo. Aún peor, un pesimista ingenuo. Los hay que no tenemos remedio.

lunes, 30 de junio de 2008


Continuando con temas patrios. Hoy hablar de España es hablar de fútbol, y hablar de fútbol es hablar de deportes.

Cuando uno habla mal del fútbol enseguida se le tacha de muchas cosas. Y si encima se encuentra en juego la hombría española en el terreno de juego, más. Para empezar eres un intelectual de izquierdas (siempre de izquierdas) amargado y resentido que odias lo que le gusta a la masa. Nadie se para a ver tu trayectoria vital o las tonterías que te gustan.

Retrocedamos en el tiempo. Lo he hecho muchas veces. Casi siempre. Soy un repetitivo, ya lo saben. En mi más tierna infancia yo era un niño feliz. Lo he escrito muchas veces. Aún recuerdo los dibujos que hice en la inauguración del Mundial 82 y mi colección de cromos de Naranjito. Mis padres me recuerdan como yo gritaba en el Mundial del 78: Argentina, Argentina con apenas dos años. Me acuerdo de todos los mundiales de fútbol, por sus mascotas o por cualquier otra cosa. Son cosas de la infancia que se quedan para los restos, igual que las chapas que tenían caras de ciclistas. Pero eso si se dan cuenta es casi todo porque lo daban por la tele, lo regalaban con los yogures o en las botellas de Fanta de naranja. Nunca coleccioné cromos de los jugadores de la liga, y si de las series de la tele (Comando G, Willy Fogg, Don Quijote) o las pegatinas de V de la Teleindiscreta.

Desde pequeño he sentido una pereza innata hacía todo lo físico, hacia el deporte en general. A saber, yo era el típico niño que era el último en ser elegido para jugar el partido en gimnasia. Y no digo en el recreo, porque en el recreo yo pasaba de jugar al fútbol. Les hablo de 8 ó 9 años. Las clases de educación física eran un suplicio. Recuerdo esas pruebas terribles, correr el kilómetro, hacer abdominales o saltar cosas, como torturas ideadas por algún gerifalte nazi que se aburría en alguna habitación del colegio. En E.G.B. (Enseñanza General Básica, para lo de los planes nuevos) solo suspendí un trimestre de una asignatura en mi brillante expediente: la gimnasia. Entre tanto Sobre y Notable, el Sufi raspao y un Insuficiente en la primera evaluación de Octavo. Para mi Don Julián era el enemigo. No comprendía porque no había otras asignaturas de cosas que me gustasen y si de deportes. Como ven, mi resquemor a los deportes en general, y al fútbol en particular, no es una posición de ir de guays, es una cosa que viene de antiguo, cuando uno no se plantea ir de moderno por la vida. Cuando pase al Instituto yo ya pesaba 103 kilos y medía 1,70. El baloncesto me gustaba algo. La NBA sobre todo, pero era por el espectáculo más que nada. En seguida se me pasó. Las clases de E.F. continuaron siendo un verdadero rollazo. No comprendía porque había que ir a clase y sudar como un pollo, y que tenía que ver aquello con la educación. Nunca fui bueno en matemáticas pero comprendo que se den. En inglés era bueno, hasta que fui malo, pero es normal que en una educación integral aprendamos idiomas. Pero ¿Gimnasia? ¿Dos horas a la semana que suponen? Correr 1000 metros dos veces al año. Yo iba andando. Empecé en 5 minutos y pico en 7º de E.G.B. y acabe en 18 minutos en 3º de B.U.P. (Bachillerato Unificado Polivalente). Se supone que a quien le guste el atletismo que lo practique y así con todo, pero eso de mens sana in corpore sano no lo entendí jamás. Ahora tengo la mente loca en un cuerpo que da pena, pero yo lo elegí así, o mi subconsciente, o algo. Básicamente porque la gente a la que admiro no hace mucho deporte. Eso debe ser. ¿Por qué no había en mi instituto clases de cine o de fotografía? No las había. Y eso era lo que me interesaba a mí.

Por otra parte está esa manía de buscar ídolos e identidades comunes para sentirnos un todo. Yo, un guiñapo de persona, gruñon y cascarrabias, que optó por el individualismo más rastrero hace ya tiempo, no necesito héroes. Y hay bastante gente a la que admiro. Pero no me hacen que pegue gritos, ¿que le vamos a hacer? Mi entusiasmo es muy limitado.

Y no soy de los que dicen que es una barbaridad que los futbolistas ganen lo que ganan y cosas así. Si se lo dan hacen bien en cogerlo. Yo también lo haría. Haces lo que te gusta (y a veces lo que les gusta es irse de juerga) y encima te llevas un pastizabal. Ole por ellos. Ahí si les digo Oleeeeee.

Pero si la gente es feliz, así que lo sea. Yo he dicho muchas veces aquí, y en multitud de sitios, que ojalá me gustara el fútbol. No sería de los que se les desbordaría la pasión tampoco. Pero estaría siempre entretenido. A mi me gusta la F1 (que creo que no es un deporte, que es más tecnología que otra cosa), como ya he contado otras veces, por mero aburrimiento, los domingos al mediodía, y me da igual que gane Alonso, Raikkonen o Kubika. Yo lo que quiero es que sea todo muy emocionante, que haya muchas salidas, accidentes, y que sea todo muy espectacular. Pero por muchos partidos que vea (y son muchos, créanme, que la Eurocopa pilla siempre en exámenes y los pisos de estudiantes hierven ante tamaños acontecimientos, y cualquier excusa es válida para no estudiar) no logro aficionarme.
Si estoy solo no veo un partido de fútbol jamás de los jamases. Y contra mí no se puede aplicar eso de lo de las masas (no te gusta nada que le guste a mucha gente y tal), que soy teleadicto y he visto ediciones enteras de GH y Supervivientes, aparte de festivales de Eurovisión, telediarios de Antena 3, algunas películas basadas en hechos reales de después de comer e incluso algún desfile de ropa interior de Noche de Fiesta. ¡Ahí es nada! ¡Que vengan ahora los gafapastas a retarme!

Pero es que a mí sencillamente los deportes y sus tejemanejes no me interesan gran cosa. A mi me gusta tener alegrías propias, eso es todo. Soy así de egoísta.

 
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