martes, 22 de febrero de 2011

La vida mutando en muerte


Casi no recordaba su niñez en el suburbio.
La juventud pasaba ante sus ojos como una linterna mágica.
La madurez eran cuatro paredes, un cuadro de unos pájaros y una planta de plástico.
La vejez era el hoy.
En el parque había palomas, pero al contrario que muchos viejos, las odiaba. Odiaba también a los otros ancianos. Huelen a viejo -pensaba- yo no huelo así ¿llegará el día que desprenda ese olor? Tengo mis dientes, al menos.
La hija estaba ausente casi todo el día y su nieto, un adolescente que se pintaba los ojos de negro, tampoco era una gran ayuda. La juventud, aunque sea siniestra, se aparta de la decadencia real, porque en el fondo están vivos. Los añosos van cediendo parte de su vida a la muerte, de manera unas veces rápidas, otras agónicas, no deseables por casi nadie, en cualquier caso.
No le gustaba la televisión. Eran cosas de mongólicos. Leía cientos de novelas del oeste en un eterno retorno a saloones y desiertos, tiroteos y escupitajos. Como eran todas iguales le daba lo mismo. Había pedido por correo Hazañas Bélicas y también los releía una y otra vez, teniendo en su cabeza hasta el trazo más sutil de la más pequeña viñeta.
En su sillón orejero, al lado de la jaula vacía de un loro, pasaba las tardes escuchando la radio y leyendo a Marcial Lafuente Estefanía. De vez en cuando compraba algo a un amigo suyo quiosquero, algún fascículo número uno o libros de esos que regalan con los periódicos. A su nieto también le gustaba leer y de más pequeño compartían tebeos, pero ahora era un ser invisible para su pálido descendiente vecino de cuarto.
La hija cocinaba muy mal, pero él no se quejaba. Le daba un poco igual si la menestra estaba cruda o los boquerones eran carbones, si a él lo que le gustaba eran las natillas Danone de chocolate. Eran constantes, dulces y asequibles. No variaba el sabor, no era una eterna lotería. Le gustaba esa sensación de rutina en su paladar. Daba las gracias al cielo de no tener azúcar en la sangre, pues si así fuese tendría que ser un goloso a escondidas. Su hija ausente le prohibiría el sabor industrial y saturado en dulzor.
La vida de viejo era melancólica. No llegaba a ser penosa, ni incómoda, pero si un poco angustiosa. Estar al borde del precipicio no lo llevaba bien. El barranco de la muerte. ¿Ese será el olor que desprenden los otros? y se respondía, tal vez, y yo no pueda oler el mío.
Sus manos eran viejas, pero firmes y hacía papiroflexia. Antes engatusaba a su nieto con los camellos y las flores de papel, pero ahora le parecían chorradas, aunque en el fondo ese gótico atormentando deseaba, algunas tardes, contemplar como su anciano y decrépito abuelo hacía figuritas con papel de periódico, en vez de irse de botellón a la tapia del cementerio.
El viejo mira ahora por la ventana llena de marruecos que eran de su mujer y no echa de menos nada del pasado, solo teme al futuro. Pero es que es tan inminente.

martes, 15 de febrero de 2011

Quietismo Ilustrado


Hay cosas que me dan mucho igual. No sé si está bien expresado eso de mucho igual, pero, valga la redundancia, me da igual, mucho.
No sé cuantas personas que leen esto está de acuerdo conmigo. Sé que hay lectores que no están de acuerdo. Incluso por preguntarme a mi mismo si hay lectores. Esto es un blog y se supone como dijo Alex ayer que hay una pantalla y otros que mirar. Bueno aquí pueden participar porque es todo tope 2.0, casi 2.1, a lo mejor. ¡Bah! Es lo mismo.
Quisiera saber qué de malo tiene la quietud. La tranquilidad soñada por diversas religiones y/o corrientes filosóficas –con las que no comparto nada-, solo querer quietud. Quietud es paz, y cada día deseo más esa paz. Como siga así me voy a volver budista con esta tendencia a la nada, pero en realidad, consecuentemente, solo bordeo el nihilismo churretoso y la bazofia que mis neuronas hacen circular a ritmos disparatados por mi cerebro. Quiero que esas sinapsis paren. Que paren de una vez. La tranquilidad es no pensar. Paroxismo atáraxico. Quietismo ilustrado.
¿Por qué intentar ser ajeno al mundo, aún eligiendo no cortar los hilos totalmente aturde a las personas? Hoy todo es movilización (de boquilla, claro), el hay que cambiar todo (para que todo siga igual –Lampedusa dixit-) porque es un desastre. Ya sabemos que es un desastre desde hace muchos años y ¿por qué ahora? ¿por qué ahora son conscientes de que los sindicatos adocenados iban a traicionar a la gente como venían haciendo reiteradamente? ¿por qué los políticos son ahora peores que hace cuatro años o seis? ¿por qué se ha hartado ahora la gente?  No lo comprendo. Yo ya estaba harto de esta mierda hace mucho, y se me hace extraño los llamamientos a la movilización. Yo no necesito movimiento (discutible por mi peso, pero de otro tipo), yo necesito quietud. Y eso no se comprende.
Los hay que siguen las revoluciones en el extranjero como si de un partido de fútbol se tratase (yo voy con el pueblo, piensan) y se dicen: eso es aplicable aquí. Mismos perros, distintos collares, o más bien al revés, el mismo collar para un perro distinto. ¡A otro con ese hueso! Aquí ya se hizo una cosa de la que están muy orgullosos una generación que solo ha degenerado en que ganaron los mismos repartiéndose el pastel. Y a base de boyante oropel hundir el estado del bienestar, vedado secularmente a este país. Las águilas en sus nidos de cemento se parten el pecho. ¡No nos subas la luz! ¡No no subas la luz! Subiré la luz lo que quiera, dicen las empresas. Si tienen carta blanca por el gobierno elegido en las urnas. Las urnas legitiman el abuso. Y ahora por cuatro carteles y pancartas se van a dar la vuelta.
¿Por qué cuando la gente vivía por encima de sus posibilidades gracias a los bancos engañabobos nadie se quejaba? ¿acaso no había más especulación inmobiliaria antes que ahora que no se hacen ni flanes de arena en las playas? ¿acaso no era ya vomitivo? Pero ahora todo es una ful. Y yo añado, como antes. Yo me di cuenta hace mucho, pero no por listo, ni inteligente, sino porque soy muy pesimista, cosa que por otro lado no les recomiendo.
¿Ven por quiero quietud, paz, tranquilidad? Porque pienso (me atrevo a decir que sé) que nada cambiará, y si algo lo hace no será como debería ser para que un porcentaje alto de la población se beneficiase. Por eso persigo la ataraxia. Eso cuando no me importaría morirme directamente. Pero no desde el bajón, la ira o la desazón, sino de la falta de ilusión, de ver un mundo tan feo y de pensar que menos mal que no existe Dios, porque habría que matarlo al estilo soviético mil veces por hacer a una especie tan desgraciada (en los dos sentidos de la palabra) como la nuestra.
Solo queda la risa, la música, las lecturas. Los amigos. Eso se puede hacer dando el culo al sistema durante mucho rato al día. Pero siempre tienes que mirar a los ojos al maligno en algún momento del día. Oposiciones, trabajo, ataduras. Libertad de seda forjada en hierro.


Ya está bien de bilis hoy.
Sean felices. 

Montaje de Julio de 2006 para el fotolog

martes, 8 de febrero de 2011

Energy Bar


Lo que se sueña es como las cajas de bombones de los tontos de pueblo americanos. Nunca sabes lo que te va a salir. Si lugar a dudas esta tarde, cuando afronté una siesta poco planeada no sabía de las sensaciones y ocurrencias que me depararía el reino de Morfeo. No me acuerdo de casi nada. Solo instantes. Pisos de estudiantes casi vacíos en medio de grandes explanadas y cobertizos llenos de hierba. Lo de siempre.
Pero la cuestión es que llegó un momento que sentí una gran fuerza. Todo a mi alrededor se veía como si dos dimensiones coexistieran a la vez y avanzaras atravesando muros, gente, árboles. Corría. Ya les digo que era un sueño, pues en el mundo vigil no se me ocurren semejantes frivolidades. Algo equivalente a mí me seguía, pero era como un punto de luz que iba tomando forma física, pero que sin duda era de formato digital. No sé ahora, horas después, lo que debía hacer, pero todo lo que hacía lo realizaba de una forma escrupulosamente eficaz. Avanzar era complicado. Todo era denso cruzando un extrarradio. Recuerdo ese páramo medio edificado con algunas casas en construcción y aceras de otros sueños. O es lo que siento cuando lo analizo a estas horas. Puede ser un error en Matrix. Ese descampado daba a una playa, donde había un hangar, o una lonja, pero allí dentro no sentía esa densidad rodeándome. Había mucha gente, cada uno con su compañero digital con diferentes formas. Poco a poco, no sé como se convirtió en un gran cine decorado como un teatro de ópera lujoso y decadente, con grandes volutas doradas y con lámparas de araña con cristales multicolores. Lo encontré horrible. De repente vi en la pantalla. En primera persona, con cámara subjetiva, se veía mi recorrido hasta allí, pero era todo muy plano, decepcionante. Prosaico. Un tipo corriendo con una línea de energía de videojuego. No se observaba nada de la dualidad que había sentido. Otras cosas fueron pasando por la sala de cine. Eran recuerdos míos –del sueño-. De deambular por pisos extensos y oscuros. De hablar de música con una chica y de salir a la calle lloviendo para coger un taxi. Era una película más bien mala. Un guión demasiado parecido a mí como para que me gustase algo. Había soñado antes con esa chica –desconozco quien es- y siempre era lo mismo. Hablar de música. Hace años que no hablo de música. Era música inventada de un fanzine raro de la que la chica era fan. Yo lo conocía de pasada, como casi todo. Pilló un rebote y se marchó. La gente de la sala de cine hacía como si eso no existiese. No existiría para ellos en otros universos paralelos. Cada uno tenía el suyo. Quería volver a sentir la sensación de densidad de atravesar dos mundos, pero no volvió.
Me desperté y me pregunté si era por la mañana.

 
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