martes, 29 de mayo de 2007


El rey Miramamolín siempre me gustó. No supe quien era hasta que lo miré en un libro. Era un rey moro del siglo el pum, pero lo que me gustaba era el nombre. Miramamolín. Al igual que la princesa Micomicona, del Quijote o el que mandó construir la Giralda, Abu Yaqub Yusuf, conocido por mi de crio por Abuyacuyusumerad-derbumer, en esas cosas que se te quedan para los restos. Y es que yo soy muy bueno al Trivial. Lo digo sin falsa modestia, pero tampoco con chulería. Tengo una gran memoria para los datos inútiles.

¿De que color es el sudor de los hipopótamos?

Rojo

¿De que color ven los erizos?

Amarillo.

¿Capital de Somalia?

Mogadiscio

Los nombres de las cosas nos subyugan. Lo misterioso, lo alegre, lo fatídico, puede estar encerrado en pocas sílabas. También lo jugoso, lo sugerente, lo macabro y lo feo.

Hace poco eligieron la palabra más bonita del español y salió amor. Vaya cagada, ¡vive Dios! Amor puede ser muy bonito lo que significa, pero como palabra no sugiere nada.

Mercachifle.

Mameluco.

Mamotreto.

Mequetrefe.

Miren sino si no son más bonitas que amor, libertad, paz, vida, azahar o libélula. Y son solo con la M. Una vez más la gente confunde el culo con las témporas, la velocidad con el tocino. Y es que el hambre se junta con las ganas de comer. Hay mono de profunditis et flipatensis. Quieren flipar con la profundidad mística de sus afirmaciones. Una mística pagana de sacarle el meollo a la vida, según parámetros de poeta muerto. El paradigma es una tipa que va a todas las lecturas literarias que se desarrollan en mi pueblo. Siempre, siempre pregunta. A quien sea. Sea poeta o narrador. Preguntas enrevesadas, más vacías que los estantes de mi nevera. Lugares comunes de despropósito y desvarío. No sé como se llama, ni me importa. Pero personifica el afán de la auto búsqueda de si mismo por las vías standard. Que la vida sea un mierda muchas veces no es asumido como se debiera. Las cosas te pueden llenar o no (entendiendo llenar desde entretener a llorar de disfrute pleno), pero que no te llenen por el mero hecho de que es lo que te venden o es lo que dicen los demás. Hay que aprender a ser sinceros con nosotros y con los demás. Y ustedes me dirán: es que eres un elitista pedante. No amigos, combino con pericia lo sesudo con lo liviano. Lo mismo me escucho un libro para vihuela de Mudarra que mi disco preferido de series de televisión, igual leo un ensayo de Dawkins que Martínez el Facha (que malo, pero que malos son esos tebeos, jajaja). Lo importante es que te guste. Yo veo House, Supervivientes, el Tomate a ratos o Saber y Ganar, las pelis más novedosas y los thillers más chapuceros de Hollywood. Da igual. Hay cosas buenas y malas en lo que leo, oigo y veo. Pero me gustan porque me gustan a mí, no al vecino. Yo creo que hay mucha gente que actúa como yo. Pero también miles de tontos del haba que tienen gustos prestados.


Me gusta la palabra periquete, lo que tardo en terminar este escrito tan prolijo e ímprobo. Jejeje

sábado, 26 de mayo de 2007



Reflexión.

Flexionen y reflexionen.

No les va su vida en ello.

Es gracioso como los políticos tienen que poner una jornada de reflexión antes de votar los domingos. ¿Qué pasa, que como ellos no reflexionan el resto de los días nos lo van a prohibir a los demás?

Yo es que soy mucho de reflexionar, ya lo saben. Me reconcome la idea misma de pensar. En Dios, en el estado de las cosas en mi cabeza, en la ciencia, en el proceso de escribir, en internet, en algunos de ustedes. Y todo ello para nada, jejeje. Sigo siendo el mismo idiota. Bueno, me conozco mejor cada vez, que no crean que es muy agradable. Mientras más capas desenvuelvo, más asco me dio. Pero a la vez más me gusto. Descubro que soy muy humano, o sea, un poco mezquino, sensiblero, buenetón, en el fondo muy simplón y claro, sobre todo y eso ya lo sabe el que me conozca, pesimista.

Pesimista.

Pesimista perdido.

También es contradicción que nos inviten a reflexionar. Si reflexionamos un poco no votamos a ninguno. Pero claro, como el voto es un derecho que ha costado trabajo perece que hay que votar. Es gracioso ver como siempre se menciona a la oposición comunista al franquismo, y esos comunistas en realidad quería un régimen soviético que tampoco era muy de votar. Si, que ya se que era una forma de luchar contra Franco. Algunos han acabado en las filas del PP, en unas acrobacias no tan extrañas como cabía pensar. No dejaban de ser pijazos de dineros. Yo siempre me acuerdo de una viñeta de Carlos Giménez, al que tanto admiro. Era una de flash-backs sobre la primera votación de la democracia y decía un hombre, que había estado comprometido con la lucha contra la dictadura, que le había sabido a poco. A poco nos sabrá también a nosotros, que estamos gobernados por Telefónica, Repsol, el Banco de Santander y algunos de estos más… ¿democracia? Va a ser que no. Pseudo democracia, si.

Democracia es gobierno del pueblo.

El pueblo solo elige someramente.

Las multinacionales hacen el resto.

Miren que curioso...

Los paises azul son los paises autoproclamados como democracias en el mundo. Me da la risa floja...jaaa jaaa


jueves, 24 de mayo de 2007


La música pop de los siglos XV y XVI me encanta. Y aún les digo más. La música militar de esa época me chifla. Aunque Groucho Marx decía que la música militar era a la música lo que la inteligencia militar a la inteligencia. O sea, poca cosa. De sones guerreros está llena la música renacentista. Desde las Ensaladas de Mateo Flecha el viejo a canciones de Juan del Enzina. Era un mundo el de la Vieja Europa en guerra permanente por un condado en el quinto pino o poner a fulanito (que es mi sobrino) en tal obispado. Lo que hoy se ejerce con la fuerza de los votos (el nepotismo), en aquella época era a fuerza de soldadesca. Y se veía más natural, donde va a parar. Hoy también se ve natural enchufar a todo quisque, pero es que en los siglos anteriores era una forma de expandir tu poder legítimamente, a base de favores y chantajes. Je je, no es que hoy no ocurra. Marbella ha sido evidente. Pero no seré yo quien compare a Felipe II, o a su padre el gran Emperador Carlos V, con Julián Muñoz o Roca. El mecenazgo a las artes que han hecho los primeros ediles gilistas no tiene tampoco que ver con los reinado de los Austria. Pantoja Vs. Mudarra. Marujita Díaz Vs. Luis Milán. Jejeje.

Ya sé que soy un poco particular en las músicas que escucho, pero supongo que cada uno tiene que oír lo que le llene de alegría o de gozo.

Y la política... uff, casi que en un alarde de monarcofilia y reacción, me quedo con Carlos V.

Antes un déspota absoluto que un promotor inmobiliario.

miércoles, 23 de mayo de 2007


He subido hace un momento a la imprenta. Digo subir porque la imprenta está en el barrio de la Villa, que no deja de ser un cerro, aunque esté tapizado de casas, varias plazas, una iglesia y un castillo. Subía por la cuesta Santo Cristo y he visto pequeños pájaros muertos en las aceras. En esta época los pájaros nacen y cuando crecen un poco intentan volar. Y el suelo es muy duro y lejano. Ya tuve que adoptar uno el año pasado. El cielo hablaba en forma de relámpagos, y el presagio que traía esa llamada era el de la lluvia. La luz que tiene todo cuando esta a punto de llover es maravillosa, solo superada por esa luz blanca y fría de cuando va a nevar. Todo es gris y los verdes de las plantas en sus macetas resultan más verdes. Y las persianas, también verdes. Cuando he llegado, he dejado el trabajo hecho allí. He observado la luz de nuevo. La sala de la guillotina tenía un color viejo y triste. A mi me gusta lo viejo y me gusta lo triste, y si a la vez es viejo y triste, pues más me gusta.

He colgado el trabajo y me he bajado. Afortunadamente tenía un paraguas allí, medio roto. He cogido la sombrilla, he cerrado la puerta, y me he puesto a andar bajo los goterones de la lluvia, de la tormenta. He visto los truenos a lo lejos, el viejo cine, el pósito (hoy escuela de música y biblioteca), el colegio de las monjas, la cuesta Santo Cristo con su farol, la plaza, el ayuntamiento, mi calle. Y he vuelto a ver a los pájaros muertos, mojándose, dando lástima. Pobres, que efímero ha sido el mundo para ellos. No han vivido el verano, con su abundancia de bichitos, ni el otoño, con su fresco y lento pasar. Se han quedado tirados, en los adoquines, en el mayo lluvioso, primavera de hecho y de derecho…


martes, 22 de mayo de 2007


Hoy me hacía pasta al roquefort.
Una tapadera está rota y hay que meterle el tenedor por una ranura para ponerla y quitarla. Tapaba los macarrones que hervían y se ha acabado saliendo por esa rendija el agua. Tras esto he ido a sacar la tapadera y de ha quedado con el tenedor y la forma del agua llena de sémola disuelta. Ha formado un fantasma con dientes sonrientes. Echaba humo por la boca, como si fuese un dragón y me he acordado de cosas pendientes. De mi vida y del blog, que también es vida pero moldeaba a mi manera.

Quería recomendar una galería internáutica de collages de nuestro compañero blogger El Hombre Invisible, el incombustible Ubé (el artista multimedia también conocido anteriormente y ahora como Botijo) en Sala de Exposiciones Virtual del Campus de Huesca. Pasen a verla que es “de gratis”. Y pásense también por su blog, que dice cosas siempre muy interesantes de los pueblos; y pregúntenle cosas en esperanto.

Teruel no existe

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También decir que Ana, la de Arándanos, que organiza concursos de relatos y que ya he comentado aquí alguna vez, ha hecho una revistica en pdf con lo mejor de las cuatro ediciones que lleva convocadas. También pueden echarle un vistazo, ustedes que son cultos y les gusta leer. Hay algunos realmente buenos, entre ellos los de la “convocanta” (jejeje). Gracias, Ana, por recibirnos tan bien en tu blog. De mayor quiero ser como tú.


Gracias por su atención. Buenas tardes.

domingo, 20 de mayo de 2007


En el hospital le llegó la noticia al Inspector Pellicer de que Manolito, después de llevarlo allí a él, fue asesinado de la manera más tonta y terrible. Apareció en el piso del señor J., el cursi muerto en primera instancia, con una sonrisa tontísima y una daga clavada en el tímpano, lesión ésta, incompatible con la vida. Estaba tendido en un sofá y la radio daba el parte, cuando la policía entró. Todo estaba revuelto y en el bolsillo del pantalón una nota.

Pellicer, ataviado con un pijama con más de mil usos, pensaba. Sangre en la oreja, pero está vez se olvidaron el cuchillito. Olor a pólvora, ¿no sería olor a azufre? El mensaje… ¿cuando me llegará el mensaje? El otro mensaje. Una secta. El demonio. El estómago lo estaba matando y él lo sabía. No se quería ir al infierno sin saber quien y como había matado a Rogelio J., un hombre cursi con bigotitos, que se irritaba con los vagabundos.

Tendría que esperar Pellicer aún a que un policía la llevara a la comisaría que estaba a cuarenta y tres manzanas del piso del cursi muerto en extrañas circunstancias. Allí un chupatintas, delgado, pálido y jugador de mus casi profesional, lo examinará y determinará que a Pellicer le podría interesar porque está relacionado con su caso. Así lo hizo y cuando volvió del segundo café de la mañana le dijo a un botones de la comisaría que se lo llevase a Rodríguez para que se lo diera a Cedillos, que iba a ir al hospital a ver a Pellicer, para preguntarle por un caso anterior. Pepín Cedillos era investigador del diario “El Caso”, y siempre estaba por allí. Menos hoy. Estaba en el Retiro que se habían encontrado a un muerto clavado en un árbol. Cuando llegó Cedillos era ya la siesta. El botones se olvidó de darle la nota hasta la hora del café de la tarde, a eso de las cinco y media. A las siete de la tarde Pellicer se quería tirar por la ventana por la incertidumbre de no saber nada nuevo. Cuando llegó Cedillos y le dio la nota se olvidó del dolor penetrante que le hacía picadillo.

Abrió la nota ansioso:

los mirones son de palo

carcasa

san martin no se a pasao

y te ba a yegar ha ti

la ganva

San Martin me está tocando la moral ya –dijo el inspector Pellicer-

jueves, 17 de mayo de 2007


El camino a la calle estaba despejado.

Perrito y Ganzúa se movían nerviosos dentro de sus estrechos pantalones. Perrito y Ganzúa eran ladrones de poca monta que se disponían a robar por encargo algo de lo que apenas habían oído antes hablar. Algo misterioso debía ser, pues el hombre que les solicitó sus servicios tenía la cara tapada y siseaba, más bien ululaba, como un insecto en tarde de julio.

La leve neblina ayudaba a sus fines. La casa donde tenían que hacer su trabajo era una gran mansión rodeada de rejas, pero que tenía la puerta rota. Es la eterna lucha entre la seguridad y la eficacia. La luna iluminaba el césped de vez en cuando y se veían las setas que proliferaban en el otoño adelantado de la ciudad.

Ni un triste perro guardián, ni siquiera un mayordomo sonámbulo les esperaba. Entraron sigilosos por la puerta gigante de madera de secuoya.

La casa estaba deshabitada. El polvo se acumulaba formando montañitas en los rincones. No había ni arañas. Entraron en la habitación indicada. Esa si que estaba limpia, aunque antes que ellos no les precedían huella alguna. En un rincón levemente iluminado les esperaba un hombre, vestido con ropajes muy viejos y con mirada inquisitiva y voluntariosa a la vez. Perrito y Ganzúa no sabían lo que buscaban exactamente. El que planificó el golpe dijo que ya lo sabrían llegado el momento.

Uno de ellos cogió un candelabro y preguntó:

¿Es esto lo que buscamos?

El otro lo negó, pues si bien no estaba seguro de lo que era, sabía que no era un candelabro. Ni nada corriente. Se esperaba algo brillante de color oro. Piedras preciosas con irradiaciones maravillosas.

El viejo les hablo con un raro acento metálico. No se extrañaba de que estuvieran allí. Es más les esperaba, pues en una mesita de café había dos copas de coñac.

El viejo dijo muchas cosas maravillosas, cosas que os harían palidecer de fascinación y corroeros de la envidia. Ellos sentados y sorbiendo el licor escuchaban silenciosos.

Les habían encargado robar el “discernimiento” en esa casa y parece que lo habían logrado, sin robarlo, ni apenas darse cuenta. La iluminación llegó a sus vidas por las maravillas que escucharon. No era espiritual, no era profundo, ni tan siquiera trascendente, era tan sencillo que evidenciaba lo tontos que eran por no verlo antes.

domingo, 13 de mayo de 2007


Morder el polvo en la vida es la costumbre más arraigada de los perdedores. Estamparse contra los adoquines de la incomprensión y con los charcos de agua sucia de la indiferencia, el asco y el miedo (ya sea en La Vegas, o donde sea). El signo de los perdedores no hace falta tatuarlo en la frente como si del 666 se tratase. Cualquiera puede verlo. Perder en la vida no significa ser un inútil, aunque ayuda, claro. La inadaptación que en el mundo natural sería un handicap, entre los humanos se sobreprotege. Madres mimando a sus pequeños cabezones raros. Suena fascista o profundamente darwinista social, pero en las condiciones normales de cualquier hábitat muchos humanos hubiésemos (si, me incluyo) sido destrozados antes de subir dos palmos del suelo. Pero esa suerte de pertenecer a una especie no demasiado cruel (bueno, dependiendo del tiempo y el espacio, los parámetros cambian) hace que desarrollemos unas habilidades especiales en hacer cosas que, objetivamente, no sirven para nada. Escribir, dibujar, hacer películas, postear en blogs(¡je!), componer canciones y otras cosas del artisteo. Eso se hace por adaptarse al medio hostil. Entreteniendo a los dominantes, nos dejarán en paz, pensamos. Lo malo es que la retroalimentación de la adaptación rara esta conduce al frikismo. El friki solo entiende de su afición, o más bien de la parcela de su hobby al que se consagra. Lo mejor para combatir el asunto este del mal endémico. es la diversificación contra la excesiva especialización. Leer cosas que no sean solo ciencia-ficción, superhéroes o manga ayudaría mucho. Por eso no he sido yo un friki prototípico: en contra de lo que parece, a mí me gustan muchas cosas. Eso sí, sigo siendo un perdedor de tomo y lomo...

sábado, 12 de mayo de 2007


-Soy Manolo, un amigo de Rogelio. Llamé porque en comisaría me dijeron que estaba en casa del difundo, que en gloria esté. Sé algo que a lo mejor le interesa.

Pellicer llegó a la calle Temblores a eso de las 9 de la noche. Apenas llovía, pero el frío espantaba. Era un barrio de canallas y lupanares, de tabernas y tablaos. Llegó a las señas que Manolo le dio. “Suspiros de España” se llamaba el local. Dentro olía a colonia barata, a pachulí y a vinacho barato.

Cuando entró saltó como una especie de alerta. Pellicer era policía. Tenía pinta de policía. Andaba como un policía.

Esperándolo en una mesa, Manolito “La Carcasa”, fumaba un celta y bebía orujo. Hacía girar un sello que tenía en el dedo. Era tan dorado que molestaba su brillo en la penumbra

Pellicer se acercó, saludando con un gesto tan leve que parecía que le hubiese dado un ligero espasmo.

- Hola, inspector, ¿Cómo está usted?

- La verdad es que no lo sé. Decía que sabía algo ¿no?

- Pues si. Creo que Rogelio era de una secta y cuando se quiso salir por eso lo mataron

Pellicer miraba extrañado al mariquita. Vestido como una folclórica, Manolito sudaba como un cerdo a pesar del frío de la calle. La peineta le caía torcida y el rimel corrido por alguna lágrima furtiva de luto. El policía no sabía que decir. Una secta. No había oído nada similar en la vida.

- Y ¿como lo sabe usted?, Manuel – dijo mirando su libretica-.

- Yo le presenté a Lucifer.

- Y ¿cual es el nombre verdadero de ese Lucifer?

- Lucifer, es el Demonio, inspector. El propio Satán.

Va a ser una noche muy larga, pensó Pellicer, bebiéndose el orujo de Manolito y levantando el dedo para pedir algo más fuerte. Su estómago empezó a vibrar como una cuerda de guitarra y el estertor de dolor era tan fuerte que perdió el conocimiento. Cuando despertó vio a cuatro travestís, un camarero muy sucio y un viejo sin dientes que le abanicaba.

-¡Satán! – gritó- y volvió a desmayarse…

lunes, 7 de mayo de 2007


La luz entra por el cristal de la ventana, translúcido por el polvo de años y los elementos. Lunes por la mañana y la paz que se respira solo es interrumpida por el sonido de la impresora, algún coche que pasa y algún turbio pensamiento fugaz, aunque lo bueno de escribir es que copa el cien por cien del administrador de tareas de mi cerebro. La cosa he de ser intermitente, pues debo estar pendiente de las cosas. Por eso me gusta hacer menús, que me permiten escribir. Lo que pasa que diseñándolos y revisando las faltas me entra un hambre canina. Dátiles con bacon, gambitas al ajillo, mariscadas, parrilladas con guarnición, surtidos ibéricos. En las estampitas de comunión solo come el comulgante. Eso si, engulle a Dios sin masticarlos. Y Dios se le queda pegado en el paladar. Y como Dios es tan grande hay que ir en ayunas, para que Dios no se mezcle con las barritas de pescado del Capitán Pescanova o el Danonino. Se imaginan que un niño cualquiera diga: “Mamá, Jesús me provoca ardores de estómago”. ¿Que tipo de Alka Seltzer o que cantidad de Eno debería engullir?. Protector gástrico contra Él. No se Benedicto XVI, el papa listo, que opinará. Infierno hay, así que puedo pudrirme en él, a lo mejor, por mis blasfemias. Aunque si Dios existiese se reiría. Sería un pantocrátor en el centro de las galaxias, mirando impertérrito su creación. La especie de los 42 cromosomas le salió fallida, pero divertida. Le dio un planeta precioso, si, uno de sus ojitos derechos. Azul, blanco, marrón, verde, amarillo. El hombre se mostró desde un principio levemente rebelde. Comió la manzana. Es curioso constatar que la tradición judaica, en contraposición a las religiones animistas, nos otorga un lugar de mierda en el mundo. Vivimos en las afueras del paraíso. Debió ser porque Israel es un desierto, claro. Las tribus del Amazonas se ponían como preferidos de los dioses y se llamaban así mismo “hombres”, lo mejor desde la olla rápida, en contraposición de los vecinos que eran unos cutres, unos bandarras y unos idiotas. La tradición judeocristiana tan hondamente arraigada en nosotros hace que nos deprimamos mucho, creo yo. Ese sentimiento de culpa perpetuo. Y todo por no ser obedientes con un pantocrátor que esta a millones de años luz y a eones de todo entendimiento humano.

Yo sigo mirando por la ventana. Veo la farola de hierro, dos ventanas y los cables, para mí más reales en la mañana de mayo, que todos los Dioses del Universo.

domingo, 6 de mayo de 2007


Pellicer estudiaba el informe del forense. Solo tenía el tímpano roto. Había muerto de una trombosis. Aparte tenía herpes, reuma, halitosis y golondrinos. Pero era raro, claro. Olor a pólvora, sangre, el telegrama, la ventana cerrada. Le dolía el estómago y la cabeza. Aunque no lo sabía, Pellicer se estaba muriendo. A él le hubiera dado un poco igual saberlo, se habría preocupado por el caso igual. Rogelio J., la gamba, un hombre cursi muerto, el ridículo bigotillo.

Interrogó a todos sus amigos, a sus jefes, a su casero, a sus vecinos. Era hombre amable pero distante, salvo con los niños, no se le conocían vicios y era de comunión casi diaria. Su director espiritual dijo que no notaba nada raro en el comportamiento de Rogelio en los últimos días. Bueno, quizá lo noto ausente, pero eso era frecuente tras el fallecimiento de la madre. Pellicer estaba harto de no sacar nada en claro. Fue a la casa del cursi. Nada, igual que la oficina era un dechado de limpieza e higiene.

De repente, sonó el teléfono. ¿Qué hago?, pensó, aunque solo por unas décimas de segundo.

-¿Quién es?

-¿El señor J.?

-Si, ¿de parte de quien?

-Los muertos no hablan, inspector, mentir esta muy feo.

-Uhm, lo siento. ¿Es usted La Gamba?

-No sé de qué me habla.

-Déjelo. ¿Sabe quien es San Martín de Porres?

-Un negro que barría.

-Era mulato.

-Lo mismo es.

-Hombre, lo mismo, lo mismo…

-¿Soy yo, o esta es una de las conversaciones más raras que he tenido en mi vida?

sábado, 5 de mayo de 2007


Cuando el inspector Pellicer llegó al lugar del crimen llovía otra vez a cántaros. Cojeaba ligeramente, porque tenía una piedra alojada entre el talón y el zapato. Una prostituta había aparecido en un remanso del río. La arena y los cantos tienen eso, que se meten en los zapatos de la gente. Apenas llegó a la oficina del cadáver instó a todos los curiosos a marcharse con aspavientos y sin hablar, y tomó asiento en una cajonera. El sargento Moreno fotografiaba al muerto con más indiferencia que otra cosa. El señor J. tenía la cara de lado, con la mejilla derecha sobre un expediente de embargo, y mirando al retrato de su madre. Su madre había muerto tiempo atrás y dejó a J. solo en el mundo. Su gato se le perdió. Ahora, según los cánones cristianos, iría a reunirse con ellos. Pellicer no lo creía. Solo sabía que habían matado a un hombre. A un hombre cursi. Registro los cajones, los estantes, las papeleras. Ni una huella. Rogelio J., enemigo del polvo, mantenía su despacho como los chorros del oro. Mala cosa para un policía. Encontró la cartera. Nada. Un billete de veinte duros, desde el cual Falla parecía reírse de él y un billete de tranvía usado. No tenía pistas. La ventana estaba cerrada por dentro. Solo un olor a pólvora que ya no perduraba. Un muerto con el tímpano roto. Les dijo a los muchachos que se podían llevar al muerto. Él seguiría investigando en la oficina. Solo, Pellicer, sentado ahora en la silla del muerto miraba fijo en reloj de la pared. Había un almanaque del año 19.. y un cuadro de la Virgen del Carmen. Sus pensamientos se fueron a otro sitio. Era pequeño y llovía como ahora mismo. El muerto era otro aquella vez. Un gorrión despanzurrado estaba lleno de hormigas. Averiguó que había sido el gato porque encontró pelo del animal. Por eso y porque lo vio alejarse asustado por él mismo. No todo iban a ser retos difíciles.

Absortó cuando llamaron a la puerta, tardó en responder. Pasó sin esperar el botones, que traía un telegrama para el señor J.

Simplemente ponía:

Ha cada zerdo le yega su San Martín.

Por lo bisto eres un zerdo prematuro.

Fmdo. La Ganva

Perplejo, Pellicer, leyó y releyó el telegrama, intentando ver algo que no fuese obvio. Las faltas eran adrede. Nadie que diga prematuro en un escrito tiene faltas tan obvias. Miró el calendario de nuevo. San Martín era pasado mañana. ¿Tendría algo que ver? ¿Sería una novia despechada? ¿Un acreedor furioso? ¿Una gamba asesina?

El crimen había sido premeditado. Un telegrama. Apenas pistas y un dolor de cabeza que atacaba a Pellicer desde por la mañana y ahora le taladabra el cráneo.

La Gamba...

La Gamba...

La Gamba...

jueves, 3 de mayo de 2007

Es curioso pararse a pensar en algunas cosas. Hoy, mientras trabajo en la imprenta, tengo entre mis manos un libro. Veinte Poetas. Lo recopiló un discípulo de mi abuelo, Rafael Millán, que aún vive y está en Massachussets, o como se diga. He leído saltando de unos a otros, sin orden ni concierto. Y he encontrado lo de siempre. Amor, sufrimiento (¿no es acaso lo mismo?), incomprensión por el estado de las cosas, bella intranscendencia, y un montón de cosas más. He mirado la última página, e impreso en poderosa tipografía, decía que el libro se acabó de imprimir el 2 de mayo de 1955. Por un día no era su cumpleaños. Tiene, pues, cincuenta años y un día. Como una condena. La condena de un olvido que de polvo todo lo cubre, y no es porque sean poetas de segunda (los hay muy famosos y los más, conocidos), sino porque la ruin sentencia del tiempo los ha condenado al letargo. No sé cuantos leerán estas cosas algún día. Poemas, escritos, lo que sea, que se han puesto a invernar en los estantes. Y sobre todo, la pasión, las ideas, la cotidianidad de los hombres, ya no de los autores, que ya se extinguió. Se les acabó la juventud, al menos. Sus primeros amores ya son lejanos, y si alguno sobrevive será un anciano, lleno de arrugas y de recuerdos, si es que alguna demencia no le ha atacado. Pero lo mejor, y ahí está lo bueno, es que mientras nosotros lo leemos, el tiempo invertido y la ilusión, la idea y el sentimiento, resucitan efímeros, como las ninfas de los insectos en los ríos. Son hoy solo murmullos de un pasado más duro y gris (España de 1940 a 1950) quizás, pero mejor para ellos que respiraban y amaban, jugaban y escribían, se emborrachaban y se rascaban el culo, todo aquello que signifique estar vivo. Y entonces llego a la conclusión de que algunos están aún más vivos que yo. Solo algunos, ojo, que seguro que en todas las épocas ha habido pusilánimes.


El señor J., que paseaba por al acera casi se mata al caerle una gota de agua en el cogote. Hacía ya un rato que había parado de llover, pero las farolas y los canalones seguían derramando las lágrimas de Dios por todos lo sitios. El señor Rogelio J., pasante del bufete de Herederos de Ernesto Rinconete, cuando sintió el frío en la nuca, hizo un mohín y siguió adelante, disimulando su malestar tan concentrado, que no vio a un mendigo que pedía con la pata de palo en mitad del camino de los transeúntes, como rústico reclamo. Perdió el equilibrio apenas dos milésimas de segundo, lo suficiente para pegar un gritito casi inaudible que puso en alerta a todos los perros del vecindario.

El mendigo, veterano de la Guerra del Catorce reía con una carcajada tal que casi muere asfixiado por el ímpetu en el reír. Se hurgaba la nariz con un trozo de cartón, y a forma de cuchara de helado, iba recorriendo todo el interior de la napia llevándose por delante todo lo que pillaba. El señor J. aún asustado lo miraba asqueado. El pobre también lo miraba preguntándose por que lo miraba ese señor tan rematadamente cursi. Un bigotito, ridiculísimo, le temblaba de ira por encima de unos labios finos y arrugados por el desagrado de ver al pedigüeño sacándose mocos con un rulo de cartón. El señor J. no comprendía el mundo. Se sentía mojado y sucio cuando llegó al despacho. Le dijo al botones que le trajera un café y un bollo suizo del bar. Cuando el botones llegó a la cafetería “Delicia Turca”, don José, el dueño, leía el periódico y hablaba solo. Don Cosme le escuchaba, aunque sabía que esa continua letanía no era para él, sino para el universo. Cuando llegó Reolid, el botones, con el café con leche y el suizo, el señor J. yacía muerto en su mesa pulcramente ordenada. Un reguero de sangre surgía de una de sus orejas y olía a pólvora. Nadie había oído nada.

”¿Qué habrá pasado?” – se preguntaba el director de casos de morosos

“¿Quién sabe?” – dijo el botones dándole un mordisco al bollo suizo.

 
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