viernes, 4 de noviembre de 2011

OTOÑO




No sé si en Sevilla, pero en mi calle la lluvia es una maravilla. No tiene que venir ningún pigmalion a contármelo. Me gusta la lluvia. Hoy, volviendo de Granada en el Supra –eso si es confort-, he visto los ambientes otoñales por fin asomar la cabecita por el horizonte. Terrenos grisáceos, cenicientos, sin apenas contraste con el cielo, que humeaban. Se asemejan, o yo lo relaciono en mi baúl de recortes neuronal, a cuando Oskar Matzerath estaba con su abuela, asando patatas y se metía debajo de las cuatro faldas. Su madre fue así concebida, pues una vez el abuelo de Oskar huía por los cambos de Cachubia  perseguido por unos gendarmes y halló el cobijo debajo de las cuatro faldas. Y de ahí salió la mamá de Oscarnello. Unas ruinas de algún cortijillo cubiertas por completo por el verdín y la hierba. Es una de mis ideas de algo bello. Lo ruinoso invadido por la naturaleza, esa que siempre vuelve a su cauce, sea como sea. Y los bancos de niebla, la bella precipitación por condensación, nebulosa y misteriosa, hacía que las alamedas de repoblación, cuadriculadas y en fila india, se mostrasen más desparramadas por la vega, como anárquicos estratos de realidades superpuestas que, por azar o porque las estrellas están en conjunción, se revelan ante nuestros ojos inocentes, dispuestos a ver cosas que no existen por el mero hecho de imaginar yuxtaposiciones de universos paralelos. Una vez llegué a mi destino intermedio, Baena, el sol aparecía de cuando en cuando y las nubes bajas gigantes, grises y blancas, se movían a velocidades supersónicas por detrás del perfil de la urbe. El cielo del fondo era aborregado, de nubes altas que se entrelazan como formado un tejido poco trenzado.
Y ahora, por la noche, llueve, y el frío tan deseado tampoco es que acabe de llegar, pero los calores del ya verano de casi seis meses se fueron al sur, con las aves migratorias, que ya no migran ni nada. Ya no se van ni las cigüeñas. Por San Blas ya no verás a las cigüeñas llegar pues no se fueron ya más. El maldito cambio climático hará que crien naranjas en Dinamarca, pero a los países mediterráneos nos va a hacer parecer el Rif, me cago en tó lo que se menea. Habrá personas que nieguen la mayor, pero que yo tenga que sentir por fin el otoño el día 4 de noviembre es para darme cabezazos contra la pared. Pero bueno. No está todo perdido. Quiero comerme una castaña. No me gustan mucho, pero es el único sabor del otoño que puedo soportar. Porque esa es otra… ¡qué no sabíamos cuando iban a llegar las granadas este año! Si es que las temporadas, los trabajos y los días se van perdiendo. Pronto, muy pronto, encenderán las malditas luces de Navidad y se creará falsa imagen de fiesta. No es que esté en contra de las Navidades –son otra cosa más del año gusten más o menos- pero no que empiecen en Noviembre, Corte Inglés.
Disfrutemos pues del otoño, de la lluvia y el mal tiempo –que no es sino bueno, para mi mente y para los campos-, que ya vendrá el calor más rápido de la cuenta, si lo sabré yo. Yo y mi pierna que se hincha con las temperaturas ígneas del bien llamado estío.


Aparte, Fernando Márquez, el Zurdo, hombre del Renacimiento e intelectual en el sentido antiguo de la palabra, me invitó amablemente a participar en su revista digital Línea de Sombra. El tema era libre y yo elegí Lovecraft, en un ejercicio funambulista de escribir sobre algo trillado, pero siendo coherente con mis motivaciones para con el gran Cthulhu, mi señor de ficción, con el permiso del Monstruo de Espaguetti Volador, claro está.
Les invito a que se pasen:

 
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