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domingo, 2 de noviembre de 2008

Purgatorio

Pues me creía, como el que cree por costumbre las cosas que hoy, día 2 de Noviembre, era Día de Difuntos, pero me equivoco. Es día de Difuntos si la festividad no cae en domingo, si así lo hiciese, como es el caso, se pasaría al 3 de Noviembre, o sea, al lunes. Ese día se dirán misas de Réquiem. Copio y pego de la Enciclopedia Católica:

La base teológica de la fiesta es la doctrina de que las almas, que al partir del cuerpo no están perfectamente limpias de pecados veniales o no han reparado totalmente las transgresiones del pasado, son privadas de la Visión Beatífica, y que el creyente en la tierra puede ayudarles con las oraciones, la limosna y sobre todo por el sacrificio de la Misa.
O sea, que es para que pasen las ánimas del purgatorio. Pues vaya cosa. Yo creía que era para honrar a los muertos, y es para pasar a los que tiene un expediente no del todo decente. Esto con Franco no pasaba. Por lo menos en España. Los hombres eran decentes y las mujeres virtuosas, porque como bien dice Manolo Escobar, la española cuando besa es que besa de verdad, y a ninguna le interesa besar por frivolidad.
Pero hoy los tiempos han cambiado, claro. Ahora todos estamos condenados a penar en el purgatorio en el mejor de los casos. Otros en el limbo, como los no acristianados y los moros. Otros directamente al infierno.
¿Quién con menos de 40 años no ha visto alguna edición de Gran Hermano? Telecinco ha contribuido a llenar el purgatorio de almas en pena con tanto Tomate y tanta Crónica Marciana.
Pero me he enterado que si eres un enchufado de Benedicto te puede colar en el cielo si solo tienes pecados veniales. Entonces no comprendo como Pinochet( que tenía más pecadillos) fue al cielo directamente, como afirman curas consultados para escribir este post (dato completamente inventado, que haya consultado a nadie, no que lo dijeran los sacerdotes). Lo que si es verdad es que el hijo del general chileno se nos ha hecho evangélico. Que cosas más feas pasan por el Cono Sur el Día que debería ser de Difuntos.

Cuanto daño has hecho, Mercedes, ¡cuanto daño!

La muerte es una cosa a tomarse muy en serio -es un decir-, porque enrasa a todos al final. Por mucho que queramos los humanos cambiar eso. Antiguamente habían entierros de primera, segunda o tercera, dependiendo del número de monaguillos, sacristanes y caballos del coche fúnebre. No era lo mismo tener una Pirámide de Egipto que hallar la muerte en una apestosa ciénaga. Pero los muertos no sienten ni padecen y en mi modesta opinión les dará igual morir en “loor” de multitudes –como dicen algunos- que en olor de multitudes. La cosa al final huele a muerte. Y la guadaña enrasa que te enrasa. A ricos y a pobres, a legos y a obispos.
La muerte es tan inherente a la vida que el mero hecho de buscar la trascendencia ensucia a la propia vida. La vida de los seres superiores es finita. (Hay bacterias que viven ¡¡¡250 millones de años al parecer!!! Aunque esté por comprobar) Por eso existe la muerte. Pero a la gran mayoría de la gente les asuste que todo acabe aquí, y por eso tenemos que tener el purgatorio, el cielo y el infiernos. La vida eterna. La inmortalidad, como he dicho en alguna ocasión, es una condena demasiada larga. Por eso a mis las religiones, y saltamos de racial cantante, como decía Peret, ni fu ni fa.

jueves, 3 de mayo de 2007


El señor J., que paseaba por al acera casi se mata al caerle una gota de agua en el cogote. Hacía ya un rato que había parado de llover, pero las farolas y los canalones seguían derramando las lágrimas de Dios por todos lo sitios. El señor Rogelio J., pasante del bufete de Herederos de Ernesto Rinconete, cuando sintió el frío en la nuca, hizo un mohín y siguió adelante, disimulando su malestar tan concentrado, que no vio a un mendigo que pedía con la pata de palo en mitad del camino de los transeúntes, como rústico reclamo. Perdió el equilibrio apenas dos milésimas de segundo, lo suficiente para pegar un gritito casi inaudible que puso en alerta a todos los perros del vecindario.

El mendigo, veterano de la Guerra del Catorce reía con una carcajada tal que casi muere asfixiado por el ímpetu en el reír. Se hurgaba la nariz con un trozo de cartón, y a forma de cuchara de helado, iba recorriendo todo el interior de la napia llevándose por delante todo lo que pillaba. El señor J. aún asustado lo miraba asqueado. El pobre también lo miraba preguntándose por que lo miraba ese señor tan rematadamente cursi. Un bigotito, ridiculísimo, le temblaba de ira por encima de unos labios finos y arrugados por el desagrado de ver al pedigüeño sacándose mocos con un rulo de cartón. El señor J. no comprendía el mundo. Se sentía mojado y sucio cuando llegó al despacho. Le dijo al botones que le trajera un café y un bollo suizo del bar. Cuando el botones llegó a la cafetería “Delicia Turca”, don José, el dueño, leía el periódico y hablaba solo. Don Cosme le escuchaba, aunque sabía que esa continua letanía no era para él, sino para el universo. Cuando llegó Reolid, el botones, con el café con leche y el suizo, el señor J. yacía muerto en su mesa pulcramente ordenada. Un reguero de sangre surgía de una de sus orejas y olía a pólvora. Nadie había oído nada.

”¿Qué habrá pasado?” – se preguntaba el director de casos de morosos

“¿Quién sabe?” – dijo el botones dándole un mordisco al bollo suizo.

 
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