lunes, 25 de junio de 2007


Ya robaré banda ancha de la facultad de Ciencias para postear y esas cosas...

jueves, 21 de junio de 2007


Era el día de San Martín y Pellicer hojeaba el calendario buscando una explicación a las notas…

San Martín de Porres… negro… mulato… Perú… Lima… Fray Escoba, Patrón de los barberos…

A cada cerdo le llega su San Martín… Cerdo, puerco, marrano, cochino, guarro…

¿La Ganva? Buscó en el archivo alias y motes del hampa, pero sobre todo en el de vagos y maleantes. Aparecía la “Carcasa”, uno de los muertos, el mariquita, y también un tal “Gambón”. La Gamba aparecía, pero era una gitana que vendía castañas en una esquina de la Calle de la Rueda (y tabaco americano de estraperlo). No, no tenía nada que ver…

- San Martín de Porres, ¿será un negro? –se preguntaba Pellicer-. Su estómago le estaba matando. La sensación que tenía era que le quedaban unos meses. Un médico sincero le hubiese dicho que no le pegaba ser tan optimista. Pellicer era un hombre gris. Por elección, más que otra cosa. Pellicer era brillante, pero su falta de ambición y su amor a la verdad hacían que fuese un anacronismo, incluso en una época tan gris. Demasiado gris parece ser todo.

- Hoy pasará algo, digo yo. ¿Qué cerdo será al que le toque? Cuando decía esto entró Luciana, la limpiadora, que era más fácil de saltar que de rodear. Olía profundamente a sudor. Su bata era de un color indeterminado. Si, era gris. Otra vez el gris. Todo gris. Cantaba una copla, porque sabía que al inspector le gustaban las canciones de amores imposibles.

- Todavía, falta, señor. Una semana y un día – dijo, mientras hacía como que quitaba el polvo de un estante-. En mi pueblo matamos un marrano, y sacamos en procesión a San Martín, que le da una capa al mendigo. Era muy bueno San Martín. Y tiene un pelo finísimo; la estatua, digo. Era de mi hermana Antigua. Que rubia era la pobre que en paz descanse. Murió de un cólico esta Navidad hará dos años, fíjese que…

- ¿Un mulato rubio?, señora Luciana, y ¿eso como puede ser?

- ¿Que va se mulato?, señor inspector, es blanco como la teta de una monja, con perdón. Es un santo muy milagroso, a mi niño le quitó un orzuelo del ojo, mire usted.

Una corriente eléctrica recorrió la espina dorsal del policía. Repaso 8 páginas y se encontró a San Martín de Tours, Patrono de los soldados, tejedores y fabricantes textiles. Sería el 11 de Noviembre… ese era el día de los acontecimientos esperados.

Pellicer se alegró porque estaba cansado, recién salido del hospital, y quería irse a casa.

Cuando llegó a su piso, sito en la calle Torderas, Pellicer se sintió mal. Su mal iluminada salita estaba llena de papeles y soledad. El frío era terrible. 3 de Noviembre, San Martín, pero de Porres. Era el santo del mulatón. El otro San Martín era largo y espigado, y rubio, parece ser, o así lo pintó Domênikos Theotokópoulos, el Greco, como miró después Pellicer en un atlas de arte. Pellicer no era religioso. Había creído una vez en Dios, pero no quería recordar cuando dejó de sentir la presencia del ente sobrenatural. Y había sido del día a la noche, muchos años antes. Ahora tenía menos razones para creer aún. Un cáncer que lo roía por dentro, dos muertos sobre la mesa, dos notas, una casa vacía, húmeda y llena de polvo, y recuerdos lejanos. Y el dolor. Y el color. El color de todo, que lo mataba. Ese gris.

miércoles, 20 de junio de 2007


Ya les he repetido 1000 veces a los que me leen, el rollo del verano. No me gusta el verano. O bueno, eso se podría decir en primera instancia, me molesta el calor, el sol, los mosquitos, pero me evoca recuerdos y sensaciones que hacen que durante el año eche de menos el verano, sobre todo los veranos pasados. Y ya, también les he comentado que para mí el verano es la lectura, la lectura repetida. Y desde hace años se repite un nombre en esas lecturas. Creo que fue en un post de La Petit Claudine donde dije que para mí Lovecraft trascendía el género, su género, el fantástico. Y también decía que me he alegrado de empezar a leer a Lovecraft con ventitantos (ya tengo la treintena más la unidad) pues he podido solo aprovechar todo el placer de la lectura. Si, en mi adolescencia hubiese flipado, pero quien sabe si me hubiera convertido en un friki, en un talibán lovecraftiano, lleno de dibujos de Cthulhu y juegos de rol. Nunca fui propenso a los juegos de rol, pero quizá me hubiera gustado ser Randolph Carter (la lectura del autor que más me ha marcado) o uno de los Marsh de Innsmouth. He disfrutado pues del Lovecraft literario y no del H.P.L. vertiente nerd. No quiero decir que todos los que leen a Lovecraft en la adolescencia sean unos insensatos jugadores de rol, claro está. Lo que pasa es que me molesta que asocien una cosa con la otra, porque considero, y a lo mejor me equivoco, que le resta importancia a su literatura. Su vibrante prosa, churrigueresca, barroca, llena de adjetivos hipnóticos y terroríficos y sus nombres, lo nombres de ciudades, dioses, los nombres de la Nueva Inglaterra soñada por él. Soñada o recordada a su modo. Hay quien dice que el autor es más interesante que sus escritos, como ya comenté un día sobre Panero. Aquel día dije que la obra de Panero es importante aparte del autor. Con H.P.L. no estoy del todo seguro. Y es porque hacer literatura de género tan particular, tan personal es una cosa muy rara. Con sus manías sentimos el terror. Cuando lo leemos de veras, hace que repugnemos el pescado, que seamos reticentes con los extranjeros, que tengamos pavor al frío, que nos de miedo (más aún, en mi caso), el mar. Y por eso digo que es difícil disociar una cosa de la otra, la autoría y la obra. Y ¿por qué les cuento todo esto? Pues aparte de porque me apetece porque me he estado visitando un página, que en contenidos y en forma, me ha gustado mucho, sobre el genio de Providence. Es muy completa, con una H.Pedia donde consultar todos los nombrecicos que les comentaba antes.
Para mi es, pues, un placer recomendarles:

HPLOVECRAFT.ES

Muy pronto en sus pantallas la 6.ª parte de Es un cursi muerto

sábado, 16 de junio de 2007


ocho cosas sobre mí...

Loredana me lo mandó y yo cumplí en parte…

- Apenas bebo alcohol. Solo un poco de anís de año en año, un chorrito de vino (que pruebo antes solo) a la coca-cola de vez en cuando y un combinado de whisky con cola de higos a brevas (que casi nunca acabo, por cierto). Soy medio adicto a las bebidas carbonatadas, en especial a la Coca Cola.

- Tengo prejuicios de todas clases. Por mi vida sedentaria y dedicada involuntariamente a la meditación no trascendental, lo tengo todo pensado y repensado, y por eso he sacado conclusiones de todo, lo que hace que tenga opinión sobre las cosas. Y eso hace que te enfrentes a las cosas con prejuicios (juicios a priori). Yo lo reconozco. No todos lo hacen.

- Odio viajar. Matizo, odio viajar en condiciones precarias, comiendo mierdas en la calle y durmiendo en sitios que sanidad olvidó que existen hace mucho tiempo, si es que ha tenido constancia de su ser alguna vez. Me disgusta viajar, entonces, porque soy retardado en aclimatarme a los sitios y cosas (en especial a los cuartos de baño).

- Hay épocas en las que leo convulsivamente de manera alocada. Y releo muchísimo. Quizás demasiado.

- Me gustaría ser escritor, pero no tengo el coraje, el talento, las fuerzas y los redaños para escribir mucho. Estar tocado de la cabeza muchos años no me ha permitido desarrollar disciplinas férreas en este sentido.

- Me repugnan los lugares comunes. Verbigracia: “leer hace personas libres”, “si juegan al fútbol no están en otras cosas”, “la tele es mala, prefiero pasear o leer un libro”, “que guay es ser cosmopolita y conocer muchos países”, “la belleza está en el interior”,”los conciertos molan” y “Alejandro Sanz tiene calidad”.

- Me gusta el cine malo muchísimo. Pero no en plan mira que guay, que friki y tal, que bizarro. Me gusta de verdad. Me avergonzaba admitirlo hasta hace no demasiado. Cada vez soy menos exigente y me da igual. Odio el gafapastismo cinéfilo, y es quizás por ir demasiado al Cine-club Universitario de Granada, donde la fauna era horrenda y oías cosas que ni en mis peores pesadillas.

- Como habrán podido contemplar y leer, me gusta hablar sobre mi mismo, jejeje, de hecho salgo casi todo los días en mi fotolog.

Yo no paso a nadie el reto este. Quien quiera que lo haga. Es muy divertido. Pero si lo hacéis, procurad de tan sinceros, ser hirientes con vosotros mismos. Soy masoquista, pero solo un poquitín.

viernes, 15 de junio de 2007


En la primavera del día ya pasó el invierno de la madrugada, y dará paso, si no es ya, al verano de tórridos desatinos y sudor. Los coches pasan con sus jaleos, y las obras también se oyen en la lejanía. Construyen una nueva biblioteca al lado de mi casa.
La gente pasa por la ventana, que no es ventana, sino puerta a la calle, de mi habitación. El doble acristalamiento hace bien poco durmiendo a ras del suelo. El camión del Dia% me despierta todos los ídem con sus chirridos secos. ¡Échenle aceite, oigan, a ese mecanismo hidráulico! El otoño lo ocupo leyendo, y haciendo cosas insustanciales, como postear por internet y leer. No hago cosas “importantes”, y eso me está pasando ya una factura demasiado alta. Ayer, en el invierno, después de serme sorbido el seso por la lectura, no me podía quedar durmiendo de nuevo. No sé si es que temo, o es que llega lo que temo, o es el propio temor el que me impide dormir bien. Sueño cosas raras. Anteayer me enfurruñé, al filo de la aurora, porque no podía soñar lo que yo quería. ¿Querer es poder? El poder es querer y querer, desear, es la pérdida de poder más absoluto. ¿Podré ser un estoico, anulando deseos? No, soy demasiado racional para anular los deseos. Sin deseos solo sería una maquinaria rota. Ahora también soy máquina estropeada, pero la pila me permite cojear por la vida, como House por los pasillos. La música es ausente en la mañana de la primavera tardía (ahora hablo de estación). Pronto será verano. El verano del recuerdo y de las bicis. Las bicicletas que son recuerdo ya en sí. Recuerdo en forma de cicatrices infantiles repartidas por toda la orografía de nuestra piel. Verano de atardeceres en remojo. De lecturas, siempre lecturas. De paso de cometas y posibilidades de alienígenas en el cerro de los Carneros. O en el de enfrente. Estío de ver gnomos en sus escondrijos. De jugar con coches. Plastilina que ya debe estar podrida, pero que en mi recuerdo es aún sandía. Y la radio, la radio de mi padre, con música clásica, flamenco, noticias y músicas modernas cuando me la apropiaba yo. Ahora está muerta la radio. Ya no suena. En mi cabeza si que dan “El humo de los barcos” como tantas tardes de estudio. Si, a lo mejor lo obvio por no querer tener malos recuerdos, pero el verano es para mi estudio. Radio Clásica y acuíferos, columnas sedimentarias, integrales dobles, minerales y biodiscos que purifican el agua.

Y este año es el año de estudiar oposiciones a la luz de las palmeras y las moreras, pues la luz que entra en la habitación es verde porque se filtra el sol por las hojas de los árboles.

Poderosa fotosíntesis.


Entré y me senté. Un funcionario me escrutaba por encima de sus quevedos. Tenía cara de chivo y dientes de ratón.

- Espere –me dijo-.

Yo le hice caso.

Las horas pasaban y nada pasaba. Yo era importante en mi pueblo, aquí, solo un mindundi. Si al menos me hubiese traído el periódico. El tic-tac del reloj. El ruido de mi barriga. La respiración del chupatintas.

-¡Señor M.! -grito una voz por un pasillo.

Entré y me senté. Aún con más cara de chivo.

- Hemos leído lo que nos envió. No nos gusta. Creo que tendrá que entrar en prisión.

Yo, que lo intuía, no dije nada.
Pulsó un botón y vinieron dos guardias de puntiagudos cascos.

Me pudro en la cárcel.

Quien manda un escrito al Ministerio de Nuevas Palabras corre ese riesgo.

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Escrito originalmente para el V Concurso de Microrrelatos de Arándanos.

miércoles, 13 de junio de 2007


PUBLICADO ORIGINALMENTE EN FUG AIR (martes, noviembre 15, 2005)
Fíjense en mi estilo tamizado por una depresión de caballo y por una desesperanza terrible

El agua caía desde el cielo naranja, empapando las farolas y las aceras, y a los que nos aventurábamos a salir a la calle. Pero la noche ya se ha abierto, para que los lunáticos puedan aullar en sus balcones y mear en los tiestos de helechos. Los fantasmas se pasean en los pasillos polvorientos. Ignoran donde están, quienes son. Nosotros lo olvidamos poco a poco, y la muerte, tan constante, es la última dosis de borrón en la mente del mundo. Hay quien piensa que la Tierra, este bello planeta azul y marrón, blanco, verde y amarillo, tiene conciencia de sí misma y se llama Gaia. Es una teoría como otra cualquiera. La Tierra llora y gime por el daño de los hombres y por eso los volcanes erupcionan la roca fundida, y los tornados arrasan las escuálidas casa de madera de los red necks. Lágrimas de lava y viento. Pero, y la Tierra ¿no nos hace llorar a nosotros? Nos condena a ser fugaces en el calendario cósmico. Leves recuerdos en estratos, si es que alguna vez llegamos a fosilizar entre tanto cemento y alquitrán, entre los amasijos de civilizaciones derrocadas, auto-exterminadas por el odio intrínseco de la especie. Yo no creo nada de esto. A los mecanismos del sistema Tierra le traen al fresco nuestras banalidades. Nuestros espectros no existen ni existirán jamás. Ayer decían en una de las películas más bobas que he visto últimamente, que vivimos mientras nos recuerden. Es la vía de la fama (Jorge Manrique et el.). La forma de perpetuar nuestra figura a lo largo de los siglos. A Alejandro Magno a lo mejor le hacía eso ilusión, la trascendencia, pero a los humanitos de a pie nos da lo mismo, pienso. Cuando yo muera pueden hacer con mi cuerpo lo que quieran. Hacer jabón Lagarto (saldría mucho, se lo aseguro entre mis cúmulos de grasa, tan enormes), enterrarme debajo de un olivo o alimentar a las aves de rapiña. ¡Ah! no me acordaba, ya exterminamos a los buitres, porque el hedor de la muerte nos asusta. Olivos quedan muchos y también mucha sosa cáustica. O diséquenme como al negro de Banyoles. Los planetas seguirán su curso, las glaciaciones avanzarán desde el lejano norte y solo seremos un rumor entre sedimentos. Los extraterrestres darán con nosotros cuando ya solo seamos polvo y ondas en los espacios infinitos. En los universos paralelos, donde yo una vez fui feliz.

martes, 12 de junio de 2007

Ayer por la noche Randolph Carter llegó a la innominada Kadath por tercera o cuarta vez en mi vida. Ahora en la hora de la siesta la luz se filtra por las cortinas verdes y nada puede hacerme ver que no estemos bajo el sol de la campiña. Pero eso es porque estoy en el mundo vigil. Eso se arreglará pronto, cuando me decida a por que libro encauzo mi camino. Leer es un proceso extraño. Existe gente que no lee jamás y otros que cuando no podemos leer, por H o por B, nos sentimos vacíos y yermos como las cuencas de los ojos de la calavera de un perro muerto en una cuneta. Después te ponen excusas muy graciosas sobre porque no leen. Una de ellas es: no tengo tiempo. Comprendo que la falta de tiempo no te permita hojear un libro. Pero siempre es más sencillo decir que no les gusta leer. A todo el mundo no ha de gustarle. Parece que la sociedad moderna obliga a los 3 libros per cápita al año. El que te regalan en Reyes, en tu cumpleaños y en tu santo u otra festividad menos religiosa. Los prebostes de la corrección política dicen que el mundo está así porque la gente no lee. La juventud se droga porque no lee. Y así, suma y sigue. Normalmente el que lo dice suele ser un señor de mediana edad que jamás ha leído en su vida nada aparte del Marca, un libro de Vizcaíno-Casas y el gran clásico de feria del libro, "Memorias" de Albert Speer. Por el extremo opuesto se halla el simpático y absurdo cartel que había en la casa okupada de Granada, en el que los fenómenos costrosos nos decían: “El racismo se cura leyendo”. Yo creía que era viajando, vive Dios, pero hay que ser idiota para escribir semejante patochada. Si lees “Mi lucha” de Adolfo Hitler o “Los diarios de Turner” de Andrew MacDonald (William Luther Pierce), hitos ambos de la supremacía blanca, no creo que veas con muy buenos ojos a otras razas si es que eres blanquito de piel. La lectura está sobrevalorada por las personas que leen muy poco, pues le dan una importancia que a veces no tiene. Y no estoy diciendo que un libro no te pueda cambiar la vida, que si es posible por supuesto, pero poco puede hacer una sociedad lectora contra los mecanismos de la máquina. A mi los libros no me hacen mejor persona ni nada de eso. A mi los libros me hacen disfrutar y me ayudan a vivir mejor. Pero de ahí a los cuasimágicos poderes que les dan por ahí, no. Es más, con los libros puedes aprender muchísimas cosas, hecho indisoluble que te hace ser más infeliz y pusilánime. Porque te das cuenta de cómo es el mundo de los hombres en realidad, dan ganas de bajarse del planeta en la próxima estación.

domingo, 10 de junio de 2007


Esta mañana cuando he encendido el ordenador me he encontrado con que mi primo me había mandado un artículo sobre Panero. Panero, Panero.
Panero está más cuerdo que loco. Está chiflado, eso sí, pero su eterna rebeldía (muchas veces inducida por la paranoia) es un acicate para el poeta, para el escritor, sea bueno o malo, conocido o ignoto en el más remoto de los anonimatos. Yo descubrí a Panero por el mismo que hoy me manda el link de El País. La poesía de Panero es sugerente. A mucha gente le atrae más la persona. Y en mí se mezclan ambas cosas. Sus versos son milimétricos, buscando el afán gongorino de la palabra exacta. Más que lo que cuenta, lo que escribe. Y su prosa es desquiciada y referencial, pomposa y loca, pero no la locura de manicomio y electroshock; es loca por el torrente de datos, por los temas, por la crudeza y por el dolor. Yo no soy crítico, ni lingüista, ni filólogo, es más, suspendí el examen de lengua en selectividad, pero creo que a Panero, el personaje, le superan sus libros. Es muy interesante, y todo aquel que haya visto “El Desencanto” sabe por qué. Los que lo hemos seguido por sus peculiares entrevistas en los periódicos hemos visto su deterioro, y el de sus hermanos, hijos malditos del laurel ya caduco de un padre muy español y poeta. Y ahora nos cuenta que le sigue persiguiendo la CIA y que los viandantes le mandan mensajes telepáticos. La muchachada gafapasta le adora, claro. Igual que adoran a Bukowski (que a Panero aburre solemnemente por lo que antes he dicho de su momento Góngora). Porque les encanta el hechopizco que escribe y tiene una vida fusilada por las circunstancias. Pero creo que hay que ir más allá. Y no me refiero a la persona, que no deja de ser un pobre viejo, loco a ratos, destruido física y moralmente. Lo importante es su obra. Es con lo que nos tenemos que quedar.
Nos atraen los desterrados. Buk es un borracho que pegaba a las mujeres de la vida. Que guay. Pero ese Charles Bukowski con su Mac y sus carreras de caballos, el que se preocupa por las bibliotecas, y el que escucha música clásica es también Bukowski, y es igual de bueno, malo o regular. ¿Deja de ser mejor “La Conjura de los Necios” porque John Kennedy Toole se suicidara con monóxido de carbono? No lo creo. Las cosas que nos pasan determinan lo que escribimos y hacemos, y ciertas cosas escabrosas nos dan más temas a los que agarrarnos. La locura, el alcoholismo o el ostracismo no hacen buenos escritores, simplemente hacen que muchas veces lo único que quede es la literatura. Y entonces se juntan las hambres con las ganas de comer.
Y a Leopoldo, cuando muera le llevará la ministra de cultura un ramos de flores, como la gente tararea “Walk on the wild side” en los supermercados.
Articulo de EL PAÍS

UN LOCO TOCADO DE LA MALDICIÓN DEL CIELO
Un loco tocado de la maldición del cielo
canta humillado en una esquina sus canciones hablan de ángeles
y cosas
que cuestan la vida al ojo humano la vida se pudre a sus pies como una rosa y ya cerca de la tumba, pasa junto a él
una princesa.
Poemas del manicomio de Mondragón"

viernes, 8 de junio de 2007

RECUPERADO DEL BLOG DE THE WHORISH LUST (22/09/2005 01:24)
y pe
rpetrado por mi mismo.

La gente quiere ser única. Ser originales y fardar por ahí de auténtico. Pues va a ser que no (miren lo original que soy yo, jajaja jijiji, risas mil). Todos somos clones de algo. Dense cuenta, es difícil sobresalir en un mundo con 6.000.000.000 de almas. Como decía el dicho: siempre ahí alguien a quien le gusta, y siempre más de dos. Apliquen ustedes el teorema a comer caca, subir montañas, escuchar al Dúo Dinámico, ver películas de Mathew Modine, clavarse tachuelas en los cataplines o ser adictos a la mortadela con aceitunas. Lo que me flipa del tema es que el afán de individualidad entra dentro de una conducta tan gregaria que da un poco de canguelo. Piensen ustedes en esos fines de semana en las urbes. Esos botellones antisistema con ropa de Zara y perfume del Mercadona. Esos jovencitos con peinados imposibles y chándales galácticos, con sus halcones callejeros llenos de pegatinas de El Niño, No Pain y Camarón. Con esa música rap sonando. Y ya, cuando salen del insti y entran de reponedores en el súper de la esquina, se compran un formidable SEAT Ibiza que convierten en terrorismo pastillero, en una Apocalipsis de rayos, luces y sub-buffers. ¿Cómo pueden pretender ser diferentes? ¿Perpetrando la mayor contaminación visual y acústica posible? Entren en Asociación Antituning de Lugo y verán los ejemplos tan sangrantes.
Y pasando a otros temas de costumerización empecemos por el cuerpo. Peinados estratosféricos, tintes chirriantes, pircins en todos sitios, tatuajes rocambolescos. Tiene que se tan único que hay que rizar el rizo. Siempre está el típico acomplejado, gordo o medio gay, que es más lerdo, menos apto que el resto, y que para integrarse lleva el adorno personal a unos límites insospechados. Una continúa mutación, una eterna prueba de looks encadenados que jamás llegan a buen puerto. Y ese meterse en tribus urbanas, el sumun de la búsqueda de la propia identidad adoptando modelos de otros. Esos jevis, esos punkarras de todo a cien, esos siniestros, campeones del frikismo sin lugar a dudas. Yo creo que el 99% de los payasos que van disfrazados a ver Star Wars vestido de Fantoche (ver FREAKS de este mismo blog) son o siniestros o jevis, o las dos cosas. Y los típicos enrollados pijillos que van del rollo pies negros, donde todo es chachi, guapo. Se creen la créme de la créme de los outsiders del sistema y son liendres de empresarios sin escrúpulos.
Y esas habitaciones, llenas de póster de tías en pelotas, de grupos del Súper Pop, de dibujos de Royo o de los último del Rock de Luxe.
Pégale una patada a una piedra y saldrán mil como tú.

¡Todos somo fotocopias!


Son las 7 y cuanto de la mañana del viernes 8 de junio del año de nuestro señor dos mil siete. Hace calor. Tanta que me he deshidratado por la noche, y hace como media hora he tenido que subir a por provisiones de agua fresca. He soñado cosas raras. En palabras legales e ilegales. Palabras aprobadas y no aprobadas. Eso me pasa por charlas de palabras justo antes de dormir. Me he acordado del Ministerio de Nuevas Palabras de un microrelatos que escribí para el V concurso de Arándanos. Hago, leo cosas que potencian que el sueño, la separación del mundo vigil, produzca reverberaciones untuosas, deformaciones preciosistas de la vida cotidiana. Lo normal, lo rutinario, es lo que nos hace felices a las personas. Habrá quien aborrezca lo cotidiano, por considerarlo vulgar, poco trascendente. Pero eso de desayunar leyendo el periódico en un bar, es lo que hecho mas de menos de mi vida anterior de estudiante. Lo he hecho durante muchos años seguidos. Y en el Menorca, concretamente. Los que conozcan algo Granada, sobre todo la Facultad de Ciencias, sabrán donde está. Echo de menos ver la televisión con el Fran. Echo de menos escuchar los discos recién comprados en una especie de ceremonial pagano en la habitación de Gaspar. Me acuerdo, pues, de lo que un día fue una subrutina del sistema y hoy es solo recuerdo. Algunas cosas son totalmente reversibles, pues todavía me quedan mañanas de desayunos menorquines, pero otras se fueron al país de los sueños, y allí, en los dominios de los Dioses Otros, permanecen agazapados, buscando ser recordados. La vida te enseña a que nada es para siempre. Y no es la respuesta de Antena 3 a los chavales de Al Salir de Clase. Nada es para siempre porque entre otras cosas, tenemos fecha de caducidad como los yogures, o incluso el bicarbonato. Somos tan efímeros, tan insignificantes, que me da vergüenza incluso robarles un poco de su tiempo, por sentirme cual gusarapo en la miasma de un barril de una cuneta.

Espero dormir de nuevo. De verdad que lo espero. Recién levantado miren las cosas que pienso. Luego al transcurrir el día no crean que la cosa se arregla.

jueves, 7 de junio de 2007

Esto lo hize para el fotolog el otro día, pero me quedo muy serio. Veo oportuno ponerlo aquí, porque si algo soy, es darwinista.
Y ya que estamos, les recomiendo su autobiografía.
Porque Charles Darwin es guay.


martes, 5 de junio de 2007


El calor ya ha llegado y con él, el sueño. No sé si es porque hago asociación de ideas o que, pero cuando llega esta fecha tengo que releer “Las aventuras oníricas de Randolph Carter” de H.P. Lovecraft. Siempre me ha pasado lo mismo. La vuelta a las lecturas. Ya sean lejanas o presentes. Del pueblo de Kalanero en la isla de Melisa hasta Dar es Salaam, pasando por las ciudades de ónice y las balaustradas de diorita buscado la ciudad más allá del sol naciente. El eterno regreso a la infancia. Eso será. El calor despierta en mí la somnolencia y las ganas de otros mundos. Soñar es básicamente vivir otra vida. Ojalá yo pudiera buscar la llave plateada de los sueños y sumergirme en los barcos negros.

O en aquellos olivos del atardecer. En mi pueblo hay olivos y atardeceres, pero ningunos tan sugerentes como aquellos olivos y ese atardecer, testigos del secuestro de los burros, con luciérnagas rutilantes, y olor a mar Mediterráneo y color de verde ciprés. No quisiera entrar en guerra, pero me acuerdo del novel Dahl esperando a montarse en su caza destartalado y quisiera verlo ahora. Y vivir épocas pasadas y realidades ominosas.

El calor es lectura, tedio y sudor. Es sueño. Dormirme mientras escribo esto deseando ya comer, no por hambre, sino por ser la antesala de la siesta.

domingo, 3 de junio de 2007

La relatividad es un término sobreexplotado. Lo más gracioso es que siempre se acude a Einstein para el topicazo de “Todo es relativo”. Esto Alberto nunca lo dijo. Yo no sé muy bien explicar estas cosas de física (no te me eches al cuello, Horny), pero precisamente Einstein nos dice que no todo es relativo y que existe algo absoluto, que es la velocidad de la luz en el vacío. O algo parecido. La relatividad es no se puede mirar las cosas sin ver su contexto. O al menos así debería ser. Ese pájaro va muy rápido. ¿Respecto a que? Pues esperemos que respecto al azor que lo persigue, jejeje. Y eso es relativo también, porque el azor también tiene que comer, ¿no? Las cosas pues, en general son relativas, pero creo que centradas en el individuo muchas veces son absolutas. Verdades absolutas. Si en verdad creemos una cosa, esa cosa es absoluta. Es una verdad para nosotros. Sobre todo cuando es un percepción difícilmente demostrable. Eso es feo, por ejemplo. Si uno no miente (no tiene a priori porque hacerlo), es una verdad absoluta. ¿Por qué? Pues porque la belleza es relativa. Lo que para unos es bonito para otros es feísimo. Y viceversa. Y eso es aplicable a muchas otras cosas. Ideologías, conductas, corrientes estéticas. Menos a la ciencia, que reduce el porcentaje de relativismo buscando verdades absolutas. La ciencia está llena de estas verdades, que son verdad queramos o no queramos, estemos o no estemos de acuerdo. Nadie puede decir que la gravedad no le convence mucho. Si puede decirlo, pero demuestra que no sabe de lo que habla. O la Evolución tan discutida hoy en día aún por fanáticos religiosos, sobre todo evangélicos. Pues bien, en las opiniones también hay unas más verdaderas que otras, pues son aplicables a un mismo y nada más. Eliminando el autoengaño y la subjetividad impuesta desde fuera, la subjetividad puede ser bastante racional, bastante meditada, bastante objetiva, por así decirlo. Uno, que por desgracia, más que por fortuna, ha pensado mucho tiene un amplio elenco de posturas tomadas, y que al no cumplirlas se corre el riesgo de caer en el feo vicio de la incoherencia. La coherencia, tan poco valorada hoy en día, tan afín al eclecticismo, lo guardamos como un raro y rancio tesoro las personas que aún las valoramos. Y no me salten buscándome las cosquillas de que he dicho algo incoherente. Soy coherente con la idea de la gran imperfección del ser humano, y yo hasta la fecha soy uno de ellos, ergo al ser imperfecto puedo resultar incoherente (no tanto en el fondo como el la forma de expresarme) Y otra opción es posible también. El descarte de asuntos en la baraja de la vida. No es por desconocimiento. El desconocimiento es lícito en parcelas que uno no quieres tocar. Hay muchísimas cosas que no me interesan lo mas mínimo: muchas personas (millones), algunos lugares comunes, el pensamiento único, la búsqueda de la felicidad a través del autoengaño. Esas son elecciones. Las elecciones pueden ser buenas o malas. Hay gente que sufre si no elige lo que le viene determinado por los otros. Hay gente que sufrimos por escoger caminos no tan trillados, pero dolorosos de igual forma. Pero elegir el camino de los otros no nos haría sufrir, sencillamente nos mataría. Y si lo que has dejado a un lado es una decisión personal meditada nadie puede reprochártelo. No todos somos buenos. No todos nos tenemos que preocupar del cambio climático, aunque debería porque el calor me mata. No tenemos que hacer de todo, ni con todos, solo lo que se quiera, con los que se eligen. No debemos prestar atención a los problemas del mundo, porque nada, nada podemos hacer las personas corrientes y molientes, y más las personas pusilánimes como lo soy yo. Y por tus elecciones te llaman de todo, sobre todo si no se es políticamente correcto. El desconocimiento de lo que no se quiere conocer no es una cruz en tu curriculum. La capacidad de aprender debe solo usarse para el bien propio, aunque siempre no es así, pues hay cosas que debes superar aunque no te guste, pero eliges pagar el peaje de la coherencia, o incluso del gusto.

Yo preferiría desconocer el dolor, pero eso no es una elección. Pero es coherente que intente evitarlo. Y si, soy un ignorante porque a las cosas que no me gustan las aparto. Debería ser masoquista, que es lo contrario de ignorante, pues.

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Bien, esto lo mando este señor de aquí abajo como comentario. Como me ha parecido interesante se lo pongo a continuación de mi desvarío.

Pues si, así es, todo el mundo se acuerda de Einstein cuando pretende que cualquier forma de entender las cosas es igualmente válida. La verdad es que la culpa es del mismo Einstein que debería haberse pensado un poquito mejor el nombre para evitar malas interpretaciones. Lo de relativo se refiere a que un suceso dado puede ser percibido ocurriendo en distintos instates según el sistema de referencia desde el que se mida. Es decir que la idea central de la teoría de la relatividad (especial, la general es otra historia) es la negación de la simultaneidad. El concepto de simultaneidad se desploma debido a un absoluto, la velocidad de la luz, que tiene el mismo valor independientemente del sistema de referencia desde el que se mida. Einstein, con relatividad se refería a eso, a una relatividad temporal. Pero claro, por otra parte, igual llamarla teoría de la no simultaneidad no habría tenido el mismo impacto mediático.

Pero sin salirnos de la física de principios del siglo XX, si podríamos decir, por ejemplo: “todo es relativo al observador, como descubrió (muy a su pesar) Max Planck”. Hombre, no es lo mismo pero es algo. El pobre Planck se dio de bruces con la teoría cuántica cuando intentaba fundamentar la termodinámica en la mecánica clásica y en el concepto de entropía (otro absoluto, by the way). En la mecánica cuántica, y de acuerdo con la interpretación de Born o de la escuela de Copenhaguen (que es la más ampliamente aceptada actualmente, por no decir la única), la realidad que se observa es producto del observador. Aquí cada uno es el protagonista. Cada uno es el creador de su realidad, de todo lo que le rodea, que sin él, no existiría tal como “él” lo percibe. El mundo cuántico es una superposición de estados bastante difusa y desagradable hasta que alguien lo mira y, entonces, en ese instante, "lo crea"(más propiamente habría que decir "lo materializa"). Esto parece muy místico y trascendental pero no lo es. En realidad el universo cuántico es muy, muy pequeño y la mayor parte del tiempo es una amalgama de estados electrónicos y fotónicos que va a su aire y en la que el observador tal como lo entendemos no juega ningún papel. Quiero decir que por observador hay que entender “proceso físico que provoca el colapso de una función de onda” y no “un señor con bigote que llega tarde a trabajar”, por ejemplo. Bueno, el asunto es complicado y mejor dejarlo aquí. Tengan ustedes fe en lo que les digo que no les estoy engañando. En cualquier caso esta teoría es la responsable de la existencia del ordenador desde el que estoy escribiendo esto y del ordenador en el que ustedes lo leen (si han tenido la paciencia de llegar hasta aquí). Los semiconductores de los que están hechos los transistores que hay en los microprocesadores son pura mecánica cuántica en acción, así que la teoría y su loco universo existen y funcionan de ese modo tan extraño.

Corto el rollo aquí… me he emocionado. No todo los días tiene uno la oportunidad de hablar de éstas cosas… me lo has puesto en bandeja.

Por Gaspar Sánchez Merino, futuro radiofísico

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Añado aún una cosa más. Einstein es puesto siempre de ejemplo como científico creyente. En parte por la fracesita de "Dios no juega a los dados". Todo eso es falso. A Einstein le gustaba mucho utilizar lo que se denomina poética científica, y llamar Dios, en sentido figurado, a las leyes que rigen el Universo, sin un atisbo de significado místico o trascendental. Les recomiendo encarecidamente la lectura de "El Espejismo de Dios" de Richard Dawkins y su primer capítulo "Un no-creyente profundamente religioso", dedicado al físico alemán.

Entrevista con el autor ingles

 
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