Literatura para perros
Recuerdo que mi primer empiece
fue una cosa llamada DESTRUCCIÓN, escrita en una libreta de cuadritos. El
primer empiece de una novela, quiero decir. Hace ya algunos años, antes de que
descubriera que en la internet ponías cosas y la gente a lo mejor te leía. No
eran tiempos analógicos, se vayan a creer. Simplemente no había entrado de
lleno en el mundo este amateur de las bitácoras personales de sujetos
desconocidos. Lo escribía entre clase y clase, en la Cafetería Menorca (¡Ay! La Menorca ¡cuánto te echo de
menos!) o la ONYX. Estos
locales distaban bastante de ser un Café Gijón o sitios superguays de
infusiones careras y gafas de pasta. Eran bares llanos, que olían a churro, a
café y, en aquellos tiempos préteritos, a tabaco. Algunas veces en clase –sobre
todo en la de Geología Química- le metía alguna corrección o me inventaba una
frasecilla. No sé preocupen. Aprobé este peñazo de asignatura a la primera. Ya
era la época de medicación intensiva.
El caso es que hoy es solo un recuerdo, y aunque conservo la libreta no he pensado nunca en retomarla. Iba sobre una serie de personajes, cuyo punto de unión era un psiquiatra, que se querían suicidar. El protagonista principal era un triunfador ahíto de sensaciones que solo encontraba consuelo mirando el reflejo de las estrellas en un lago. El psiquiatra, anteriormente médico militar en África, había llegado a la conclusión de que toda la historia cósmica, desde los tiempos pregeológicos –esos en los que andaban por aquí ya Cthulhu y sus amigos-, hasta la aparición de la vida y su larga evolución habían llegado al hombre con un solo objetivo, el materialismo dialéctico. Derrumbados tanto él como el Telón de Acero –ver el comienzo de Cortina Rasgada me ha hecho acordarme de todo lo anterior y posterior que leerán en esta entrada- no veía sentido a la existencia y también deseaba morir. Lo que pasa es que esto señores y señoritas eran muy de afán propagandístico e iban a ir en tropel a los castings de Gran Hermano, preparados psicológicamente por el alienista para conseguir tal fin, y con ello dar no tan solo la vida en directo, sino también la muerte. Por ahorcamiento, según creo. Estilo Baader-Meinhof.
Eso quedó, como tantas cosas en el cajón de los empieces olvidados. Y es que, por mucho afán que tenga en una cosa, no puedo hacerla al 100%, y escribir menos. Tal vez sea demasiado ambicioso –cosa rara en mi lerda personalidad acomodaticia- o demasiado crítico, o en fin, mal escritor, pero la causa última de que fracase en acabar algo más o menos serio es el miedo. El miedo produce vagancia. Al menos en mí. ¿Por qué quebrarse la cabeza por un asunto que no le interesará al común de los mortales? Tengo claro, pensándolo fríamente, que esto debe ser así, y más en literatura, pero el miedo al charcuterismo novelesco, a ser vulgar e ineficaz en la narración, eclipsan mis ganas. Sé que tengo poco que perder. No tengo prestigio alguno –no he hecho nada para merecerlo-, ni críticos destructivos que miren con lupa lo que hago ni esas leches, pero aún así, si no me gusta a mí es suficiente para aparcarlo, como un juguete roto, en el tambor de Ariel o en donde quiera que se dejen los juguetes rotos. En la basura.
No he querido ser nunca pretencioso, de hecho, si lo hubiese sido no tendría casi 5 años de post ora divertidos, ora de ínfima calidad. No me importa ser algo pedante, afectado o minoritario, pero mi mayor juez, el que no me pasa una, el señor de la tijera, soy yo.
DESTRUCCIÓN nunca verá la luz, porque no era ni una buena idea para un relato, tal y como hoy concibo mi posible estilo (mezcolanza de plagios y referencias), pero como se ha dicho aquí y en mil sitios, nada nuevo bajo el sol.
No ansío la fama, ni el dinero, solamente me conformaría con que alguien leyera algo mío con el mismo gusto y disposición que leo yo a cualquiera de mis escritores fetiche. No digo calidad, sino entusiasmo, interés, porque uno conoce sus limitaciones.
Pero eso no creo que ocurra nunca.
Mi novela sin título sobre la Antártida sigue tras tres años en su carpeta. No quiero decir que me arrepienta de haber escrito 80 y pico folios para nada, pero creo que esta al menos podrá gustar a unos pocos, a amantes de Poe y Lovecraft, o de Cela o Vázquez Montalbán, yo que sé. Es un extraño revuelto de muertos que mueren dos veces, de expediciones en busca de tribus perdidas y la búsqueda del padre ausente. Jesuitas, albañiles playboys aficionados a El Víbora, oligarcas, aventureros y un imbécil muy parecido a mí.
Esa si que la retomaré, si la fuerza no se me va en estas minucias escritas en la madrugada de domingos que han sido horribles.