viernes, 27 de noviembre de 2009

La sociedad es la culpable...o no

Saben de mi obsesión por el tiempo. Por el metereológico también, pero no tanto. El tiempo de los segundos, minutos, días, meses y décadas. Si, ese es el tiempo que me interesa, que por supuesto lleva implícito los cambios en la meteorología. Solo sé que pasan las semanas, y parece que llevo esto de escribir los jueves/viernes en este blog a rajatabla. Miren, no sé que contarles ya. No es que se me haya secado el seso, como otras veces he creído (que afortunadamente solo han sido defectos de mi percepción errónea), sino que estoy cansado. No del blog, ni de ustedes, y ni siquiera, y esto es novedad, de mí mismo. Estoy cansado y punto. No tengo ganas todos los días de estrujarme las meninges demasiado en ofrecerles algo con que reirse o con lo que pensar, o de lo que pasar como de comer mierda y no comentar. Llevo amarrado toda la semana al ordenador, alternando mi unidad didáctica de la Biotecnología de marras con el diseño de una cosa que es altamente laboriosa, sobre todo para un pejigueras como yo. Ya les aviso de lo que es cuando llegue la ocasión.

Por lo demás hoy ha llovido, Noviembre se consume, el olor a hojaldrina Mata está a la vuelta de la esquina, Frodo ha tirado el anillo en el Monte del Destino y mañana otra vez la partida, eterno retorno de viernes, una espiral de sucesivos déjà vus, periódica pura.

Y no tengo ganas de nada. Ahora no lo achaco a enfermedades, ni comeduras de olla, ni el sunsum corda. Simplemente aflora lo vago que soy. Un vago que hace demasiado para presumir de tal condición con orgullo. La molicie deseada, que nunca llegará, me anima a seguir en la brecha. Pero el tiempo es como un comecocos persiguiendo a un fantasma parpadeante. Te ve el culo, te sopla en la nuca y va corre que te corre a pillarte. Cuando te alcanza es como una bofetada, pero claro, la culpa la has tenido tú, no el tiempo, que es una convención como cualquier otra. La luna y el sol salen y se ponen, y eso determina que crezcan las conchas, los árboles, que el lirón duerma o que la flor florezca, pero no hay ninguna ley natural, o al menos yo no la conozco, que imponga que para el viernes tengas que tener mirado el tema 2 (que es de la estructura interna de nuestro planeta) porque los genes son para otras cosas, y no para obligarnos a estudiar paparruchas. Y si es que al final, la sociedad es la culpable.

Amén.

viernes, 20 de noviembre de 2009

El fin del mundo y el Tío del Bigote



Huele a Radiosalil y el fin del mundo se acerca. Se esta frase se puede deducir que a) tengo algo inflamado (el tobillo para ser más explicito), y b) me estoy volviendo majara (ya lo estaba, no se preocupen, pero no por eso). En mi leonera huele al Tío del Bigote porque me acabo de dar una mano del antiinflamatorio antes referido y lo de lo que el mundo se acaba es un tontería, pero que de tanto repetirla nos la vamos a creer todo.

Roland Emerich ha hecho una peli llamada 2012 en la que el mundo efectivamente se acaba. Es una peli, da igual. Pero es que te pones el Canal de Historia y están con el mismo sonsonete. La verdad es que lo llevo oyendo muchos años, pero es que parece ser que un calendario maya va y se acaba en ese año. Para colmo es un 23 de Diciembre, o sea que como te toque el Gordo de la lotería, tu gozo en un pozo. ¡La mierda del Apocalipsis ahora que tengo para tapar agujeros! Eso del fin del mundo es una parida como todas las cosas estas. A la gente, que es muy mística le da por ponerse transcendente con las idioteces apocalípticas. Creo que aún no saben que el mundo tiene SI fecha de caducidad (cuando el sol explote todos nos quedaremos pajarito). O también pude ser, vayan ustedes a saber, que les da morbo eso del fin de los días.

Las religiones siempre tuvieron algo que ver con esto. Los Testigos de Jehová, por ejemplo, con C.T. Russell al frente dieron unas cuantas fechas entre finales del XIX y principios del XX para la segunda venida de Jesús. Parece ser que el Jésus está en el cielo como Dios, y cree que el mundo que creo es una jaula de grillos y por eso les hace quedar mal a los profetas y malagüereños.


El super-testigo de gira

La tecnología tampoco se escapa a estas ganas de ver el mundo irse a hacer gárgaras. Si en el año 1000 el Armaggedon era inminente, en el 2000 el Windows se iba a colgar en todos los ordenadores del mundo e iba a ser el acabose. No pasó nada, que yo sepa. Solo que han pasado casi 10 años y uno está más viejo y cansado. Ahora es el 2012. Pues muy bien.

Yo creo, y me pongo un poco en plan sociólogo, que lo que la gente tiene es ganas de cambio, de que algo le saque de la rutina, ya sea una aventura con el jardinero, un viaje al Tibet o que el mundo se acabe. Porque creo que como decía no sé si era Gómez de la Serna (corríjanme si me equivoco) todo el mundo se suicidaría si después siguiese vivo. Pues lo mismo. Todo quisque quiere ver el fin de los tiempos en directo, como si fuesen fuegos artificiales, para después al día siguiente, comentarlo en el trabajo.

Sigue oliendo a mentol.

El mundo no se acaba.

Mañana otra vez para Granada.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Un Ipod en la mochila


La vida cotidiana está llena de rituales. Hoy, jueves por la noche, ya viernes, aunque en mi mente siga siendo jueves, meto “nueva” música en el Ipod. Antes de los viajes hay que prepararse. Ya sabrán la mayoría de ustedes, y si no se lo digo yo, que el viajar para mí es ante todo un inconveniente, un gasto de energía y dinero, además de una desazón profunda en mis entrañas. Y eso que solo voy a Granada a mi piso, donde he vivido durante muchos años. Veo que está todo. Cartera, llaves, gafas, las tarrinas de películas para que los chicos vean cosas de gratis, un euro de bolitas de anís para el Fran, el teléfono, la carpeta, etc., etc., etc.

Hay gente a la que mi disgusto por el viaje les parece raro, incluso enfermizo. Yo, la verdad, es que no tengo gran problema con ello, y lo sobrellevo bien, a no ser que tenga que hacer viajes con muchas escalas. Por ejemplo, me gusta visitar a los primos vascos, pero porque sé que a un día de viaje le sigue un periodo tranquilo en un piso acogedor. Lo de ir a Granada es como ir aquí al lado, en definitiva, pero todas las semanas está resultando pesado. Pero eso de ir a la aventura acabaría con mis reservas de Trankimazin en poco tiempo. Me gusta la rutina, otra cosa que a la gente, sobre todo a las mujeres jóvenes, les escama. De ahí mi primera frase, y es que la vida cotidiana está llena de rituales. Hacer siempre lo mismo no lo es tanto. Todo es un constante cambio y nunca te bañas dos veces en el mismo río… pero las riberas del cauce varían muy poco a poco, la verdad. Si uno es curioso, no se aburre en la vida sedentaria. Y si uno es vago, hasta encuentra placer en el aburrimiento. El dolce fer niente de los clásicos.

Pues he metido la banda sonora de Life Acuatique, un disco de Canadian Brass y unos cuantos de Los Planetas. ¿Ven? Son como las variaciones Goldberg de la vida mameluca. Hacer lo mismo haciéndolo distinto. Pero para quien me diga que lo que digo no tiene sentido, solo avisarles de que hay carpetas que jamás se mueven de mi mp3. ¿Por qué? Porque soy un hombre de costumbres, supongo, y siempre tengo que tener algo familiarísimo a lo que agarrarme.

Pero creo que esto le pasa a todo el mundo, a no ser que seas un super guay, que les pasa, pero lo ocultan. Y es que, los objetos viejos, los recuerdos y las camisas raídas son cosas que le unen a uno a su patria, que unos dicen que es la infancia, otros su terruño, y yo como soy mediopanteísta digo que es nuestra mente. Nuestra vieja mente, que algunos despistaos confunden con el alma.


Y eso no puede ser, porque el alma, que yo sepa, no existe.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Ocho y pico de la mañana. Lunes.

Ocho y pico de la mañana. Lunes. Empieza la larga semana que desembocará inevitablemente en el viaje a Granada del viernes. En realidad mi semana empezó ayer porque ya estudié por la mañana, y eso que era el Día del Señor. La suerte de los católicos es que trabajar no es una de las opciones para ir al cielo. Me incluyo esta vez en el catolicismo sociológico. Uno va al cielo por ser bueno, no por trabajar como un mulo. Aunque si San Ignacio de Loyola es santo, cualquiera puede ir al cielo. Incluso yo, que para mí el cielo es la troposfera, la estratosfera y unas cuantas feras más que ahora, asín de bote pronto, no recuerdo, pero que existen. El paraíso también existe, supongo, pero no creo que se llame cielo. Se llama vacaciones sin preocupaciones, y si eres rico puedes estar allí todo el tiempo. Los pobres tenemos que, en mi caso, labrarnos un futuro. Yo aro y aro, pero mi mula soy yo, y tengo una pata rota. Mi extremidad estropeada anda por los sesos o aledaños.

Hablando de santos, ojala fuera como San Isidro, que mientras él rezaba, unos ángeles se ponían a laborar las tierras. Si me dicen –y se cumple- que mientras unos querubines (listos a poder ser) estudian y yo me tumbo a la bartola y rezo (o hago bshhisbssshi en bajito) mientras acumulo los conocimientos angelinos, creería que los milagros existen, y por ende, en el mismo Yehová. Cantaría muy contento I’m a believer y en junio tendría plaza. Pero eso es, sino ciencia ficción, religión ficción, por lo menos. Aunque las últimas palabras de la anterior frase sean una redundancia, cosa que espero me perdonen, porque es lunes por la mañana, y aún no he desayunado.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Pensamientos Precámbricos

El polvo lo rodea todo. Una luz tenue hace que una leve bombilla con pantalla amarillenta proyecte sus rayos sobre todo ese polvo que me rodea. Es curioso como siendo lo que soy y estudiando lo que estudié, aún me sorprenda con el tiempo. Con el tiempo geológico, se comprende. El polvillo que por aquí se esparce solo es el de una obra de un mes, más o menos, y eso que los arreglos han sido en el piso de arriba. Todos hemos salido de polvo hasta las orejas. En mi gabinete de estudio accidental, el tiempo pasa lento, y las horas se hacen eternas, pues estudiar hace que lo peor que tengo se rebele contra mi. Y se da la paradoja que los minutos son largos, pero el trabajo no cunde. Estudio los eones, y parece que el Precámbrico fue una nadería comparado con una jornada de apuntes y resúmenes. El Precámbrico, por si ustedes no lo saben, ocupa el 87 % de la Historia de la Tierra. Unos 4000 millones de años, grosso modo. Una minucia. Me sigue sorprendiendo decía, los largos periodos de tiempo inabarcable por nuestra mente humana. Y todo lo que somos, este ordenador que tecleo, estas zapatillas que me aprietan, los frascos de Plenur apilados en la mesa, se derivó de los sucesos de ese lejano y ominoso lapso. Seguimos en la máquina del tiempo. Vida y muerte aséptica. Se extinguen los trilobites. Se extinguen los dinosaurios. Mueren billones de millardos de millones de seres; y nadie los llora. Aún quien ama los fósiles, no llora porque un ammonites no esté vivo. Mañana (o en un par de millones de años) nadie llorará por nosotros cuando hayamos muerto. Y no me refiero a mí, o a algunos de ustedes, o a Obama, o a Britney Spears. Me refiero a la especie humana. Entre polvo y luz otoñal el espacio-tiempo no tiene bucles ni agujeros de gusano. Solo es un día de Noviembre de 2009 en el que estaba un poco nublado, pero no llegó la sangre al río. Los hados quieran que me toque este tema el día de las oposiciones, porque de tanto pensar en esto durante tantos años, a uno se le quedan las cosas, aunque temo que mi saber sea un poco anárquico, como todo lo mío.

El tiempo. Una constante en mis escritos. Sueño, tiempo, muerte, ¿no es acaso todo lo mismo? Soñar es morir, pues se sueña durmiendo. Soñar despierto es despistarse. Y en ese sueño el tiempo no existe. Todo puede ocurrir. Que resuciten los dinosaurios o que en los fondos marinos vuelvan a deambular los trilobites. O que buceemos por el Precámbrico, viendo los fabulosos seres de Ediacara. Pero hay que volver al tiempo normal. Mañana a las diez menos cuarto me voy a Granada, como todos los viernes. Y eso solo lo podría evitar un cataclismo, que el Monstruo de Espagueti Volador no lo quiera.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Siete razones para horrorizarse


Quería escribir un relato para Halloween. No es que me guste especialmente eso de las calabazas o el Truco o trato, pero mis fuentes en la literatura de muertos y cuentos de terror son sobre todo anglosajonas, así que el Halloween me vino al pelo el año pasado, pero este año no he podido, ni he tenido ganas, todo hay que decirlo, de trabajarme un relato (ya lo escribiré porque tengo la idea en la cabecica). Ya es Día de los Santos Difuntos, y por ende, de todos los difuntos enterrados en Camposanto y visitaré el cementerio para entonar cantos antiguos a los restos de nuestros ancestros. Yo no idolatro la muerte, que quede claro. El colapso funcional –como decía un profesor muy muy redicho que yo tuve- es consecuencia directa de estar vivo, así que es una cosa natural. Así que habrá que darle la importancia justa. Como pone en una plaza de mi pueblo (la de Castilla del Pino) Uno vive en la memoria de los demás; no hay inmortalidad, hay memoria. Pues eso, que uno vive mientras otros se acuerden de ti y no creo que haya que ir a recordar un muerto a un cementerio, sino hacerlo cada día, cada uno, con los que se han querido y se han muerto.

Aparte de esto, y volviendo a eso del terror en la literatura, éste se ve superado con creces por la misma realidad, creando unos arquetipos, no precisamente lovecraftianos, de lo que es tener pavor. Eso de “el miedo en el cuerpo”. Pues les relato a continuación cosas y personas que me causan cosica, normalmente irracional, pues el miedo, el pavor, el canguelo son cosas de entre el subconsciente y el instinto de supervivencia.


Este señor que ven aquí se llama Enrique de Diego y es tertuliano en Intereconomía. Ya saben que de esta cadena puede haber muchas cosas que den verdadero pánico, pero es que este adalid de las clases medias (está obsesionado con eso de las clase medias) es lo más loco de España, obsesionado con Zapatero, ve enemigos por todos lados y claro, yo, siendo como soy, seré su enemigo, supongo, y me imagino a este con un Uzi y me cago las patas abajo. Recalcar aparte de estos temas, que se recorta la barba aún peor que yo, que ya es decir…


La cadena al servicio del emporio Disney hace que me dé desazón. Me desasosiega poder encontrarme con una juventud que siga el patrón buenrrollista – pero en baboso y wasp style-. No digo yo que el mundo sea como Física o Química, pero desde luego, como sea tan anormal como el de Hannah Montana o Cambio de clase, que me metan en una cárcel con 666 terribles asesinos sodomitas antes que en el hotel de Zack y Cody.


Amaia Montero se me aparece por las noches en sueños. No es por su cursilismo guiputxi, ni por su voz almibarada. No, amigos no, es porque creo que me va a comer. Esa cara de pan de pueblo solo puede formarse devorando kilos y kilos de barras de cuarto y a algún obeso como yo que otro.


Ratzinger es un personaje siniestro que parece salido de una novela de género de esas bastante baratas, pero eficaces. Los domingos veo el Ángelus en la tele y ese italiano con acento bávaro y deje sacerdotal, junto a su sonrisa forzada y sus ojeras, comparables a las del entrañable Jiménez del Oso, hacen que su pelo blanquísimo como su traje de faena rememore en mis neuronas a Saruman el Blanco (perdón por el friki acuerdo, pero es que me leo en estos momento El Señor de los anillos), por no hablar de su archiconocido parecido con el Emperador de la Guerra de las Galaxias. Palpatine manda en un millar y pico de millones de fieles en el mundo. ¡Miedo!


El anticristo no se llama Demian Thorn, se llama Manu Chao. Este señor perroflauta me produce pavor por su extraño acento gabacho y su capacidad de congregar a miles de pies negros con solo unas palabras mágicas. Imagínense, como el flautista de Hamelín, pero con tipos costras con mallas y pañuelos palestinos. Peor que La invasión de los muertos vivientes…¡Ay, omá, que repelús!


Desde que era pequeño el entierro prematuro ha sido un temor importante en mi vida. Gracias a Poe y a la peli de Corman, decidí que debía ser incinerado, o cortado a cachitos para los buitres o algo, antes que me metieran en el traje de pino. Que terrible sensación debe ser esa de despertar en un receptáculo que está en un nicho o bajo tierra. ¡¡Que cosa más mala!! Al menos a los que guillotinaban en la Revolución Francesa no tenían nada que pensar a este respecto.


María del Monte es como una psicokiller cañí. Pretende pasar por simpática en la tele, pero su mala leche traspasa la frontera de una actuación paupérrima. Si temía que Amaia me zampase, de María me escama que me pueda seccionar las joyas de la familia, ustedes ya me entienden, con un cuchillo de cortar jamón. Ideal para la versión española de Misery.

Un sudor frío recorre mi nuca en un Día de Difuntos en que parece ser verano.

 
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