Mediodía
Los “aramagos” oscilan en el tejado de enfrente de la ventana abierta. Insectos pululan en torno a sus flores amarillas en busca de algo que echarse a sus bocas libadoras. Mis amigas de estos días de atrás, dos arañas atrapamoscas me han dejado, pues al abrir la ventana para que entre en fresco (a la par que el ruido siempre presente de la obra) han escapado en busca de presas más suculentas. Precisamente rebuscando por viejos apuntes vi la envoltura de una mosca, como hinchada y seca. Victima de las arañas –pensé- y cuando le di con un folio para que se cayera al suelo, de repente se parte en dos y sale una oruga verde, bueno, de colores verdes, pero el principal era muy parecido al de este blog que ustedes leen en estos momentos. La recogí con sumo cuidado y la deposité fuera, en el alfeizar de la ventana que da a la terraza, para que su ciclo vital continúe per secula seculorum. No hay fotos. Mi cámara ha muerto. No dejo de pensar en la mosca siendo devorada por dentro por un bicho, que al menos para mí, que no entiendo de estas cosas, es incierto.
El cielo es azul sobre los jaramagos y algunas rapaces (cernícalos primilla, parecen) hacen círculos al fondo. La mañana es apacible, tranquila, suave. Aún con el run run de la actividad obrera en la calle sería ideal si no hubiese que estar entre apuntes y rotuladores fosforescentes. El sueño, dulce y embriagador, ronda por la sala, mitad trastero, mitad cuarto de costura, hoy cuartel general de mis batallas contra el sistema educativo y sus procesos de selección.
Glenn Gould suena en el artefacto sonoro derramando notas de Gibbons. Tengo mucho sueño. Reviso las cosas que me faltan y soy consciente de lo mucho que he trabajado para esta oposición. Hay temas con tres resúmenes distintos, que por cierto, no recuerdo haber hecho. Dibujos bonitos, y autoexámenes que yo me aprobaría. Pero aún así no es suficiente. Me quedan cosas por mirarme muy bien. Tengo que meter tijera, seré un censor de la brevedad. ¿Cómo recortar? No lo sé. A mí en algunos temas todo me parece importante, y en otros… nada. He cometido el error de hacer un calendario para ir distribuyéndome lo que me falta por mirar y terminar. El tiempo es tan relativo. Me falta o me sobra. Ahora me falta siempre. Que te falte el tiempo es que eres un infeliz. El tiempo en el bolsillo es mejor que todo el té de China, mejor que todos los tesoros del mundo. Sé perfectamente que existen personas a las que les gusta tener toda su agenda ocupada. Yo vendería mi alma al Diablo por no tener ni agenda ni horas ni nada. Me hace gracia los que me dicen cuando digo esto: si no tienes nada que hacer te aburrirías. No comprenden. No tengo que hacer nada. Simplemente las hago –si me apetece- sin ese terrible verbo imperativo “tener que” pendulando sobre mí como la espada de Damocles.
Ya no les aburro más. Hasta dentro de otras pocas semanas.