sábado, 5 de mayo de 2007


Cuando el inspector Pellicer llegó al lugar del crimen llovía otra vez a cántaros. Cojeaba ligeramente, porque tenía una piedra alojada entre el talón y el zapato. Una prostituta había aparecido en un remanso del río. La arena y los cantos tienen eso, que se meten en los zapatos de la gente. Apenas llegó a la oficina del cadáver instó a todos los curiosos a marcharse con aspavientos y sin hablar, y tomó asiento en una cajonera. El sargento Moreno fotografiaba al muerto con más indiferencia que otra cosa. El señor J. tenía la cara de lado, con la mejilla derecha sobre un expediente de embargo, y mirando al retrato de su madre. Su madre había muerto tiempo atrás y dejó a J. solo en el mundo. Su gato se le perdió. Ahora, según los cánones cristianos, iría a reunirse con ellos. Pellicer no lo creía. Solo sabía que habían matado a un hombre. A un hombre cursi. Registro los cajones, los estantes, las papeleras. Ni una huella. Rogelio J., enemigo del polvo, mantenía su despacho como los chorros del oro. Mala cosa para un policía. Encontró la cartera. Nada. Un billete de veinte duros, desde el cual Falla parecía reírse de él y un billete de tranvía usado. No tenía pistas. La ventana estaba cerrada por dentro. Solo un olor a pólvora que ya no perduraba. Un muerto con el tímpano roto. Les dijo a los muchachos que se podían llevar al muerto. Él seguiría investigando en la oficina. Solo, Pellicer, sentado ahora en la silla del muerto miraba fijo en reloj de la pared. Había un almanaque del año 19.. y un cuadro de la Virgen del Carmen. Sus pensamientos se fueron a otro sitio. Era pequeño y llovía como ahora mismo. El muerto era otro aquella vez. Un gorrión despanzurrado estaba lleno de hormigas. Averiguó que había sido el gato porque encontró pelo del animal. Por eso y porque lo vio alejarse asustado por él mismo. No todo iban a ser retos difíciles.

Absortó cuando llamaron a la puerta, tardó en responder. Pasó sin esperar el botones, que traía un telegrama para el señor J.

Simplemente ponía:

Ha cada zerdo le yega su San Martín.

Por lo bisto eres un zerdo prematuro.

Fmdo. La Ganva

Perplejo, Pellicer, leyó y releyó el telegrama, intentando ver algo que no fuese obvio. Las faltas eran adrede. Nadie que diga prematuro en un escrito tiene faltas tan obvias. Miró el calendario de nuevo. San Martín era pasado mañana. ¿Tendría algo que ver? ¿Sería una novia despechada? ¿Un acreedor furioso? ¿Una gamba asesina?

El crimen había sido premeditado. Un telegrama. Apenas pistas y un dolor de cabeza que atacaba a Pellicer desde por la mañana y ahora le taladabra el cráneo.

La Gamba...

La Gamba...

La Gamba...

1 comentario:

Anónimo dijo...

La cosa se complica!
Tiene buena pinta, la verdad es que me ha dado mas penita la muerte del gorrion que la del hombre cursi. Hay algo peor que un hombre cursi?

 
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