
Quería escribir un relato para Halloween. No es que me guste especialmente eso de las calabazas o el Truco o trato, pero mis fuentes en la literatura de muertos y cuentos de terror son sobre todo anglosajonas, así que el Halloween me vino al pelo el año pasado, pero este año no he podido, ni he tenido ganas, todo hay que decirlo, de trabajarme un relato (ya lo escribiré porque tengo la idea en la cabecica). Ya es Día de los Santos Difuntos, y por ende, de todos los difuntos enterrados en Camposanto y visitaré el cementerio para entonar cantos antiguos a los restos de nuestros ancestros. Yo no idolatro la muerte, que quede claro. El colapso funcional –como decía un profesor muy muy redicho que yo tuve- es consecuencia directa de estar vivo, así que es una cosa natural. Así que habrá que darle la importancia justa. Como pone en una plaza de mi pueblo (la de Castilla del Pino) Uno vive en la memoria de los demás; no hay inmortalidad, hay memoria. Pues eso, que uno vive mientras otros se acuerden de ti y no creo que haya que ir a recordar un muerto a un cementerio, sino hacerlo cada día, cada uno, con los que se han querido y se han muerto. Aparte de esto, y volviendo a eso del terror en la literatura, éste se ve superado con creces por la misma realidad, creando unos arquetipos, no precisamente lovecraftianos, de lo que es tener pavor. Eso de “el miedo en el cuerpo”. Pues les relato a continuación cosas y personas que me causan cosica, normalmente irracional, pues el miedo, el pavor, el canguelo son cosas de entre el subconsciente y el instinto de supervivencia.

Este señor que ven aquí se llama Enrique de Diego y es tertuliano en Intereconomía. Ya saben que de esta cadena puede haber muchas cosas que den verdadero pánico, pero es que este adalid de las clases medias (está obsesionado con eso de las clase medias) es lo más loco de España, obsesionado con Zapatero, ve enemigos por todos lados y claro, yo, siendo como soy, seré su enemigo, supongo, y me imagino a este con un Uzi y me cago las patas abajo. Recalcar aparte de estos temas, que se recorta la barba aún peor que yo, que ya es decir…

La cadena al servicio del emporio Disney hace que me dé desazón. Me desasosiega poder encontrarme con una juventud que siga el patrón buenrrollista – pero en baboso y wasp style-. No digo yo que el mundo sea como Física o Química, pero desde luego, como sea tan anormal como el de Hannah Montana o Cambio de clase, que me metan en una cárcel con 666 terribles asesinos sodomitas antes que en el hotel de Zack y Cody.

Amaia Montero se me aparece por las noches en sueños. No es por su cursilismo guiputxi, ni por su voz almibarada. No, amigos no, es porque creo que me va a comer. Esa cara de pan de pueblo solo puede formarse devorando kilos y kilos de barras de cuarto y a algún obeso como yo que otro.

Ratzinger es un personaje siniestro que parece salido de una novela de género de esas bastante baratas, pero eficaces. Los domingos veo el Ángelus en la tele y ese italiano con acento bávaro y deje sacerdotal, junto a su sonrisa forzada y sus ojeras, comparables a las del entrañable Jiménez del Oso, hacen que su pelo blanquísimo como su traje de faena rememore en mis neuronas a Saruman el Blanco (perdón por el friki acuerdo, pero es que me leo en estos momento El Señor de los anillos), por no hablar de su archiconocido parecido con el Emperador de la Guerra de las Galaxias. Palpatine manda en un millar y pico de millones de fieles en el mundo. ¡Miedo!

El anticristo no se llama Demian Thorn, se llama Manu Chao. Este señor perroflauta me produce pavor por su extraño acento gabacho y su capacidad de congregar a miles de pies negros con solo unas palabras mágicas. Imagínense, como el flautista de Hamelín, pero con tipos costras con mallas y pañuelos palestinos. Peor que La invasión de los muertos vivientes…¡Ay, omá, que repelús!

Desde que era pequeño el entierro prematuro ha sido un temor importante en mi vida. Gracias a Poe y a la peli de Corman, decidí que debía ser incinerado, o cortado a cachitos para los buitres o algo, antes que me metieran en el traje de pino. Que terrible sensación debe ser esa de despertar en un receptáculo que está en un nicho o bajo tierra. ¡¡Que cosa más mala!! Al menos a los que guillotinaban en la Revolución Francesa no tenían nada que pensar a este respecto.

María del Monte es como una psicokiller cañí. Pretende pasar por simpática en la tele, pero su mala leche traspasa la frontera de una actuación paupérrima. Si temía que Amaia me zampase, de María me escama que me pueda seccionar las joyas de la familia, ustedes ya me entienden, con un cuchillo de cortar jamón. Ideal para la versión española de Misery.
Un sudor frío recorre mi nuca en un Día de Difuntos en que parece ser verano.