lunes, 5 de julio de 2010

El Chico Fabuloso y el Hombre Sucio


El cielo estaba verde por el horizonte y las montañas nevadas contrastaban con ese verde pálido, oscuro y cenagoso como antorchas de hielo encendidas por el frío del Norte.

El camino se bifurcaba. Había llegado la hora de despedirse.

El Hombre Sucio era un trovador errante, con una capucha llena de grasa de velas ya apagadas hace tiempo y de la propia intemperie. Su laúd estaba envuelto en un estuche de piel de carnero, y su lana era tan rubia que Jasón lo hubiese confundido con el Vellocino de Oro. Era gordo y calvo, con los ojos un poco achinados. En las madrugadas que habíamos pasado juntos en el sendero había tocado bellas gigas y tristes madrigales a amores perdidos. Yo le acompañaba con mi voz, pues aunque no era sino un cazador, me gustaba que el eco de mi voz resonase entre aquellos páramos. Yo sé que los lobos no se fían de los cantores.

El musgo en las rocas indicaba el camino septentrional, así como el gélido viento que nos hacía llorar. El Hombre Sucio iba hacía el Oeste, a un castillo del que había oído hablar, donde a los músicos jamás le faltaban ni el calor del vino, las tajadas de cordero ni los abrazos de las mujeres. Me dijo que lo acompañase, que con mi voz embelesaría a la princesa Valeria, hija del viejo rey libertino Cipriano, que mantenía su corte con domadores de osos, funambulistas y echadoras de cartas.

Tuve que rechazar su invitación, pues desde que era un chaval, un hechicero envuelto en piel de oso leyó en sus runas que mi destino estaba en el Norte. Me dijo que yo era el Chico Fabuloso. No lo pensé dos veces. Forjé mi espada con un acero especial que bajó del cielo una noche hace muchas generaciones y,… y…

¡Alfredo, suelte la fregona! -dijo la celadora del hospital geriátrico- a un huesudo y barbudo anciano vestido con un ridículo chandal azul celeste. El Hombre Sucio estaba allí mirándole, sentado en una silla de ruedas. No estaba sucio, sino escamondado y olía a colonia de niño, y en el fondo su cara redonda y sonrosada era la de un gran bebé.

Pero… -dijo Alfredo- viéndose en un pasillo feo rodeado de plantas de plástico y sillas forradas de skay.

Ande, regrese a su cuarto y no me alborote a los demás, que ya mismo es la hora de cenar.

Alfredo camino muy lentamente, incluso para sus cansadas piernas, hasta llegar a su habitación. Al menos aquello no parecía frío y alicatado. Los libros se desparramaban por los muebles, y un grabado de unas montañas nevadas y trueno eterno, presidía el pequeño habitáculo.

El Hombre Sucio, Pedro, lo siguió en su silla de ruedas. y encontró al viejo sentado mirando absorto a las nieves perpetuas del dibujo, pero volviendo progresivamente a una de sus realidades (la mala, le decía él).

Me gustan mucho sus historias –dijo Pedro-, y me encanta salir en ellas, aunque sea un hombre sucio.

Claro, hombre, si andas y no vas en esa mierda de silla.

No es por eso, don Alfredo, siempre quise tocar la guitarra.

3 comentarios:

Salud Sanchez dijo...

Si, sí sí, sí señor!!!! Lo mejor de esta mañana... perdón lo segundo mejor que no he contado con el encanto del RD 1631/06, el Decreto 231/07 ... pero entiéndelo es que ya son inherentes a mi persona.

Mameluco de pruebas dijo...

¿Funciona estoooooo?

Mameluco dijo...

Nada que ver con las maravillas del RD 1647/07, el D 426/08 o la O del 5 de Agosto de 2008... cosas realmente bellas y "presiosas".

 
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