
No.
No he escogido este título tan raro para explicarles por enésima vez mi animadversión al estío, al calor y a que por beber ingentes cantidades de agua se me afloje el muelle y además sude como un corredor de una maratón por el desierto.
Repito, no.
Estoy aquí para abrirles las mentes y sean conscientes de la cortina de humo que nos rodea constantemente.
¿No saben a lo que me refiero?
Yo se lo digo: la crisis. En este blog no he hablado mucho de la crisis porque creo que si le damos importancia a las cosas se magnifican. Se habla de crisis, ¿pero de qué crisis? Bien, la económica. También bien (bueno, no, mal). ¿Pero quien está en crisis? Bueno, usted, usted, el de más allá y yo. Yo, al igual que muchos, tengo crisis crónica, pero son otro tipo de crisis. La coyuntura económica nos es adversa. Es verdad. Hay personas que le echan la culpa al gobierno (sus rivales políticos), otros a los bancos, otros a los avarientos que se hipotecaron hasta los ojos y también algunos a los promotores de vivienda.

Los árboles no nos dejan ver el bosque. La culpa de todo es de todos. Todos formamos parte de un sistema formando subsistemas, conjuntos, incluso puntos sueltos, pero unidos por el pernicioso feedback de la relación mercantil. Todos queremos dinero. Unos más, otros menos. Hasta los piesnegros que pululan por nuestras plazas “mendigan” por unos euros para comprar en una tienda, insertada por las vías de distribución ordinarias, que paga los impuestos y la luz, en la gran maquinaria contra la que dicen los perrosflauta que quieren luchar con su sucio estilo de vida alternativo.
Las personas muy de derechas obviamente invierten en bolsa, iglesias al sacrosanto parné, y erigen emporios donde venden a los proles (utilizaré terminología orwelliana) lo que ellos mismos producen. Pero es que los de izquierdas, incluso los más izquierdosos, adoran el dinero más que a Lenin o al Ché, porque el Ché no les paga, obviamente, las vacaciones a la playa ni la factura del teléfono.

Pongo mi ejemplo, vulgar, patético, corrientucho. Me he dejado las retinas estudiando, los nervios me hacen sentir mal y la cosa no va mal -hasta ahora- para asegurarme la manutención hasta que muera. Yo odio este sistema, le quiero dar de lado, no verme influido por él, pero soy bombardeado constantemente por mensajes desde todos los sitios de que estar fuera del sistema es un suicidio, o una traición o yo que sé que más. Repito, por todos. Desde al estoloarreglamosentretodos, hasta el Gobierno, la oposición codiciosa, los anuncios de la tele (a mí me gusta la tele) o los jerifaltes de la comunicación.
Hay corrientes dentro de este río de detritus fecal. Pero no hay arroyos perpendiculares de aguas cristalinas, sino cloacas paralelas interconectadas.
Unos piden manos dura y todos firmes, otros utopías de todo a cien pidiendo lugares comunes anacrónicos, otros que beses cruces o estrellas y alguno que otro que pongas una bomba.
Yo lo que quiero hacer es nada. Eso sería mi decisión. No hacer nada no me convierte en cómplice de nada. Pero eso es lo que querría, pero lo que hay es pan y circo. Un pan en forma de aire acondicionado, vacaciones en la playa, comer La Gula del Norte o casarte e ir a Cancún. Un circo lleno de tertulianos, de saltimbanquis políticos, de peces gordos con papada sobre la corbata italiana. Mentira. Todo es mentira. Me equivoco. Es la verdad, que yo no quiero que sea la verdad, pero lo es. Payasos con trajes caros en hemiciclos decimonónicos, clowns ante las cámaras pregonando guerras dialécticas para que siga la función, una y otra vez, en un nauseabundo ciclo sin fin. Pan reseco, tazones de mierda. Todo es un teatro, una puesta en escena, donde participan manos que manejan y marionetas. Después estamos el público, pintados con témperas en un cartón donde no podemos ni parpadear. Pagamos la entrada con derecho a callar y ser lobotomizados por el euro, la libra o el dólar.
Todos entramos por el aro. No se lleven a engaño.
Pero al menos háganse una coraza, vomiten siempre para abajo y vivan como buenamente puedan, evitando predicadores de cartón piedra y falsos profetas del paraíso, porque ellos son las tentaciones del diablo, el diablo llamado Capital, que te dice que puedes hacer cualquier cosa porque eres… jajaja… libre, y después llegarán las lágrimas.
Llore, sórbase los mocos, recompóngase, y en su sofá preferido espere a que llegue el otoño.