Günter, yo y las sagradas escrituras
Incluso los malos libros son libros, y por lo tanto sagrados.
La frase de inicio, esa frase que sintetiza una idea, o como es el caso es el detonante de un escrito, es de Günter Grass.
¡Ah, los libros! No creo que el escritor de Danzig se refiera a su obra (por otra parte irregular) sino a todos los libros en general. Y creo que en el fondo, a pesar de los pesares, tiene razón. Quizás sagrado tenga una connotación demasiado mística, o si lo prefieren, demasiado cercana a la idea de transcendencia, pero ¿saben qué?, quizá lo de trascendente, como que es perdurable en el tiempo, sea bastante correcto. Ya conocen mi amor por Jorge Manrique y su vida en la fama.
Günter y yo nos conocimos hace mucho, mucho tiempo. En la revista del Círculo de Lectores salía mucho, y como dicha publicación ha estado siempre rondando por mi casa, pues me llamaba la atención, sobre todo por sus dibujos. Con el tiempo lo conocí más. Era un activista de los que te aburro y te aburro, ya saben. Pero entre mis recuerdos infantiles también estaba la película que hizo Volker Schlöndorff de la novela de la que hablaré a continuación. En el año 97 o 98 les pedí a los Reyes un ejemplar de El Tambor de Hojalata. Leí el libro a la luz de unas velas en un quinto sin ascensor (muy precario todo, si). También lo leía en la facultad, entre clase y clase. Si los libros son sagrados, El Tambor de Hojalata tiene que ser de los más sagrados. Supongo que cada uno tiene su altar particular.
Desde entonces me lo he leído 3 veces. Y también los otros dos de la trilogía de Danzig. La verdad es que lo demás que me he leído de él, no me ha gustado demasiado, aunque no le he dado la oportunidad a sus controvertidas autobiografías.
Grass desveló que había pertenecido a las SS durante unos meses a los 17 años, con la incomprensión de muchos de sus lectores y del público en general. A mi me ayudo a ver su papel como intelectual decididamente izquierdista y su militancia activa durante tantos años. Tenía que justificarse a si mismo de alguna forma. A mi personalmente me da igual, por supuesto. Los libros son sagrados. o esa es la premisa de este escrito. Y lo dice uno que perteneció por las circunstancias a un grupo, las Waffen-SS, que quemaban libros a diestro y siniestro en ceremonias nazi cuasimágicas. Lo que cuenta en el libro es lo impreso y lo leído, independientemente de la naturaleza del autor. ¿Quién nos dice a nosotros que el que escribió El Lazarillo de Tormes era un sinvergüenza?
Yo lo que sé es que no puedo tirar un libro a la basura. Es pues, como dice el propio Günter, un objeto sagrado. Hay quien quema los almanaques con santos, porque dicen que tirarlos a la basura para que se unan con las mondas de una naranja y con los restos del café es algo blasfemo. A mí me pasa con los libros. Tiras algo que alguien ha escrito, un cajista o un maquetador ha diseñado, y una máquina ha impreso en tinta sobre papel. Hay muchos que lo hacen por negocio, otros por entretener, y otros por expresarse, simplemente. No sé si será porque me crié entre tinta y sonido de máquinas de imprenta, pero el libro es un fetiche. Un fetiche en mi cosmología sin Dios.
A estos se les ha acabado el monopolio
Después podemos hablar de si los libros de Jorge Bucay son un engañazagales o si la prosa de Marcial Lafuente Estefanía era repetitiva (con tantas novelas de lo mismo como para no serlo), pero libros son, al fin de al cabo.
Y es que todo, todo, todo está en los libros.
Y en las revistas, porque la frase que ha dado pie a este mamotreto la leí ayer en el PRONTO. Nunca sabes donde vas a encontrar algo con lo que darle vueltas a la cabeza.
7 comentarios:
Vamos, lo del Pronto me ha dejado muerta... ¿Tan intelectuales están ahora? Yo lo de pertenecer a la ss o a las juventudes esas, es que no le veo el problema.... como aquí sacaran todos los que fueron de la oje, nos quedábamos solos. Y no creo que el activismo de Grass sea por una redención personal de ese pecadillo. No tenía por qué. Y podía saberse de ese caso sin activismo, y sin tanto escándalo, qué tendrá que ver la gimnasia con la magnesia. Ahora mismo, hasta el mismo papa fue de la ss, eso no le añade nada ni le quita nada. Sigue siendo el papa, aunque en su caso, pues ya lo sabes. Libro sagrado.
Si yo te contara del fetichismo mío con los libros, madre mía. Es como un vicio, como no, un vicio total. Pero mi historia con ellos sí que contiene un turbio episodio que ya contaré alguna vez.
El PRONTO (que lo dan con el diario CÓRDOBA el domingo) tiene una página dedicada a curiosidades, frases y anécdotas históricas, aparte de otros apartados de noticias extrañas y científicas. Y hasta de ahí se puede sacar algo, jejeje.
Yo no dudo que Grass no haga lo que hace por convicción personal, pero un pasado así te puede impulsar a hacerlo de forma más patente. Muchos fueron de las SS y no son reivindicativos como el amigo Günter, es verdad. (La diferencia de pertenecer a la OJE y a las Wafen-SS es notable, por otro lado, porque él fue soldado de una de las tropas de asalto más terribles de la historia europea) Pero sus compañeros de la izquierda alemana lo trataron fatal cuando lo dijo, pese a su trayectoria (¡que le quiten el Nobel! ¡que le quiten el Nobel! -¿que hay que hacerle entonces a Henry Kissinger?-). ¡Menuda gente! ¿Las cosas que hace un muchacho en su juventud resta importancia a su aptitud posterior, en un país en el que todos callaron (por razones obvias o por que estaban muertos)?
Además hablando de Ratzinger Z, él y Grass fueron compañeros presidiarios en Bad Aiblin. Además Günter Grass siempre ha querido dar importancia a los muertos alemanes en la II Guerra Mundial (Su infancia y juventud en la Ciudad Libre de Danzig está siempre presente. En El Tambor.. a través de Oskar nos narra el asalto al edificio de correos y el hundimiento del Gustloff -el barco al que iban a nadar los chavales de El Gato y el Ratón-)
En cuanto a los libros como fetiche, creo que somos mayoría por aquí. Libros que huelen a tinta, libros que huelen a viejo. Guardar los libros del año del pum aunque sean de monjas o de geografía.
Y cuente la historia turbia que somos muy curiosos por aquí.
Es que el turbio episodio lo reservo para un post canalla infantil, que creo que va a dar mucha risa.
Y ahora me voy al instituto, que me acaban de hacer un análisis pinchao en el brazo y tengo clase en el aula de informática ya mismo.
¡Que casualidad! A mi también me acaban de pinchar (para ver como van mis niveles de Litio) y ya de paso para ver mi cóctel de triglicéridos, colesterol y ácido úrico...
Si no por qué iba a despertarme yo hoy tan temprano, que estoy como zombi...
Sí, señor, en mayúsculas lo tenías que haber puesto. Un libro ni se tira y según alguno, ni se presta. Y al final, lo de no prestar va a ser cierto, porque pocas veces he recuperado yo un libro prestado. Así que perdonen el egoismo, pero no, no me gusta prestar mis libros. Prefiero regalarlos. Hace tiempo hice una entrada sobre mi problema con los libros, para quien lo quiera leer ahí está (http://dequepodemoshablar.blogspot.com/2008/11/mi-sndrome-de-digenes.html). Y sí, incluso los libros malos son libros, y por lo tanto sagrados.
Además, sin libros el señor Ubé tendría problemas laborales seguro.
La Biblia del Pronto está menospreciada, pero son joyas, píldoras intelectuales, pastillas culinarias, aromas de bellas ninfas y sudorosos efebos. Quiero una camiseta con el logo de PRONTO. En la espalda, of course, pondré TARDE.
Prestar libros con DNI en prenda, PMM. Lo malo es que a los que se los prestas, lo prestan, con lo cual se va haciendo una bola de nieve gordísima.
Eso si. Regalar libros si. El Támbor de Hojalata lo habré regalado un par de veces y La Conjura de los Necios a la par.
Y es verdad, si no hubiera libros el señor Ubé se nos quedaba sin trabajo. Las cosas de ser bibliotecario. Esa camiseta es bien fácil de hacer, jejeje.
Pronto, Tarde.
Arriba, Abajo.
Lejos, Cerca.
Barrio Sésamo en camiseta.
Publicar un comentario