viernes, 5 de octubre de 2007



Escribí este relato hace como dos o tres años. Es un poco ingenuo, un poco infantil, pero la premisa fue tratar horrores cósmicos y ominosos. Espero que os guste, si es que os lo leeis, vamos.

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No sé cuantas horas estuve atrapado en esa guarida espantosa. La habitación era húmeda. El moho, implacable, inundaba cualquier sitio donde pudiera reproducirse. No le faltaban lugares, desde luego. Miles de desperdicios se desparramaban por el suelo y los escasos muebles. El olor irrespirable que emanaba de todos los rincones era lo peor. No te acostumbrabas nunca a aquel hedor infernal. La falta de luz y el sofocante calor era lo de menos. Tampoco importaba que todo lo que tocaras fuese viscoso, gelatinoso, resbaladizo; total, no lo podías ver bien. Se oían voces y gritos a lo lejos, que luego cesaron. Tenía las muñecas y los tobillos magullados. Tardé mucho en librarme de las rudas cuerdas que me amarraban a una silla que chirriaba. Mi mano izquierda estaba paralizada y un débil pero constante hilo de sangre manaba de más arriba. Me ardían las muñecas. Cojeaba por la estancia, lentamente, me costaba respirar. Ese olor. Si querías observar algo bien te tenías que acercar mucho. Las veces que lo intenté me arrepentí inmediatamente. De repente me di cuenta de que algo reptaba por el suelo, hecho que hizo que volviera a buscar la silla que me había servido de jaula. Me subí en ella. Con las rodillas arqueadas y el cuello torcido permanecí inmóvil. Mi cuerpo maltrecho estaba entre una silla tambaleante y un techo con textura cartilaginosa. Una especie de polillas grandes revoloteaban a mi alrededor chocando una y otra vez con mi cara, hinchada por los golpes. Trataba de espantarlas con movimientos bruscos de cabeza y con soplidos. No quería moverme bajo ningún concepto. Abajo, sobre el piso, aquella cosa se movía. No podía verla, apenas oírla, pero sentía su presencia. Los escalofríos recorrían mi espalda desde la rabadilla hasta el cogote. Mis labios temblaban. Mis ojos, hartos de llorar, se habían cubierto de lágrimas secas. Con mis manos intentaba mantener mi precario equilibrio sobre aquella maldita silla como si fuera un payaso funambulista a merced de aquello. Pasó el tiempo. No sé cuanto. Mucho, supongo. El cansancio y el dolor me estaban venciendo cuando eso empezó a empujar mi pedestal de madera crujiente. El miedo me hizo olvidar todo. La fatiga y el esfuerzo de tener las piernas dobladas con un ángulo incomodísimo desaparecieron. Mi respiración, que hasta entonces fue ruidosa y arítmica, se ralentizó dé tal modo que creo que dejó de entrar aire en mis pulmones. El sudor, abundante y liquido, se volvió denso y escaso. La silla empezó de nuevo a moverse, esta vez no tan bruscamente. Algo escalaba por las patas. Hubo un momento en que dejó de chirriar. Yo intentaba permanecer quieto como una estatua y aún seguí así cuando sentí un extraño cosquilleo en mis pies. Luego la rara sensación que sufría siguió por los tobillos, por los gemelos; una vez que llegó a las rodillas no pude mantenerme más en pie y caí. Parecía que todo llegaba a su fin. La caída fue larga, como si el tiempo fuese a cámara lenta. Mis miembros se contorsionaban como si yo fuese un pelele. Unos ojos me miraban con inexpresividad. Todo se iluminó. La extraña sensación, entre picor leve e insensibilidad, como cuando vas al dentista, tomó posesión de mi cuerpo en cuanto llegué al suelo y lo toqué con el codo. De repente, la oscuridad. El color negro lo tomó todo. Silencio. Una tranquilidad, inédita en mí, me sumía en un placentero relax.

Permanecí en coma durante 31 días.

Según los médicos, algo me había ocurrido durante una inspección rutinaria a un bloque de pisos que iba a ser demolido, que se suponía deshabitado.-No- pensé, ese viejo... -Mirad mi cuerpo podrido- gritaba.

La enfermera que me acompañaba me intentaba tranquilizar.

-Su cuerpo está bien. Solo tiene arañazos que se han curado ya. Tranquilícese-

Algo extraño había ocurrido y no sabía muy bien que. Pasaron los días, las semanas. También los meses. Mi mente había borrado de mi memoria algo, que no logro recordar. En mis sueños casi acaricio el final de todo lo que pasó aquel día. Es curioso pero tampoco me acuerdo del principio.

Mi reclusión en el manicomio era voluntaria, pues no conocía a nadie ni tenía familia alguna. No me sentía preparado para volver a la vida normal. Solo una sensación de ser observado me alejaban de mi aptitud normal. Sueños extraños que me reclamaban en un lugar lejano e inhóspito.

Un día de invierno, en el que el viento zumbaba y agitaba los árboles pelados del jardín, volví a sentir ese nauseabundo olor de nuevo. Grité. Me revolqué por las frías losillas del suelo del sanatorio. Miré y allí lo vi. Era un viejo que me observaba con una inexpresividad inconcebible para un humano. Y ese hedor del mismísimo infierno.

Cuando me hube tranquilizado, a base de calmantes, tuve la resolución de ir a ver al ser que me había atormentado tanto aquel horrendo día en el que mi cuerpo se volvió negro. Estaba sentado en una silla de rueda, oteando el horizonte. Me miró de nuevo y mi nariz empezó a irritarse otra vez. Una enfermera se acercó.

- Está ausente, el pobre. Lo encontraron vagando por un solar abandonado. Quería volver a su casa, pero nadie sabe donde vive-

- Yo si lo sé- dije, sin pensar.- El no es de este mundo o de esta época. Su casa está a distancias infinitas, imposibles de concebir por nuestra mente-

El viejo me volvió a mirar. Y calló. No sé como lo sabía, pero así era.

La enfermera me acompañó a mi habitación creyendo que deliraba.

Aquella noche hubo un apagón en nuestro pabellón. De nuevo sentí ese cosquilleo. Yo lo esperaba. Daba igual. Algo debí descubrir cuando entré a la extraña habitación negra del edificio abandonado. Algún secreto inescrutable y terrible. Mi mente iba recordando. Comprendí que mi destino era diferente al que había vivido desde que salí de ese bloque de pisos a punto de ser derruido. El futuro no debía haber sido este.

De nuevo, la mirada del viejo. Inexpresiva como la de un pescado muerto. El olor de la muerte negra.

- Me costó encontrarte- dijo el anciano – te llevaré donde debes estar, junto a los míos -

Intenté incorporarme, pero la anestésica sensación de ser tomado por miríadas de células negras me lo impidió. El viejo puso los ojos en blanco y empezó a recitar unas extrañas palabras en un perdido lenguaje, alejado de la locución humana normal. Una luz pálida llenó mi cuarto y un calor sofocante me recordaba a mi cautiverio en esa habitación maldita. Baje la mirada hacia mi inmóvil cuerpo y la masa negra ya llegaba casi a mi cabeza. La corrupción de mi cuerpo iba acompañada del hedor mortecino que tanto me había angustiado en mis pesadillas. Solo hubo tiempo para un aterrador grito de auxilio, ya inútil. Cerré los ojos y desde entonces mi mente se encuentra en una dimensión alejada y recóndita del vasto universo. No comprendo nada; ni siquiera lo intento. Ahora ya da lo mismo.

Epílogo

Del cuerpo de Daniel Trabbot solo se encontró una especie de escoria negruzca, cenicienta, con un terrible olor a podrido. El viejo, que lo acompañaba en su habitación también murió aquella noche en la que la luz se fue. De hecho parecía que estaba muerto desde hacia ya mucho tiempo. La policía dio el caso por cerrado y tan solo un psiquiatra heterodoxo del hospital mental se aventuró a dar hipótesis vagas de lo que podía haber ocurrido. Se habían dado algunos casos similares en Indonesia, relacionados con antiguos cultos ancestrales, hoy ya olvidados, que se remontan a un tiempo ignoto anterior al hombre. Nadie le hizo demasiado caso. Muertos que se convierten en cenizas apestosas... Era raro de creer. Algún tiempo después el médico desapareció durante una expedición por tierras inexploradas y tampoco se volvió a saber nada de él. Ninguna persona lo sintió o lo echó de menos... A veces es mejor mirar hacia otro lado para seguir adelante.


Desde aquí, desde el abismo de una noche eterna, puedo responder a una pregunta que el ser humano se ha hecho repetidamente a lo largo de su existencia. La vida eterna existe: EL INFIERNO DE LA NADA. Para siempre.

1 comentario:

Lia Mota dijo...

El mohoooo asesinooo te atacarrrr...

nunca más pensarás en no ducharteeeeee...

me gustó mucho y si que pille el estilo Lovecraft, da hasta mal rollo muy también de Lovecraft

un beso m

 
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