domingo, 20 de mayo de 2007


En el hospital le llegó la noticia al Inspector Pellicer de que Manolito, después de llevarlo allí a él, fue asesinado de la manera más tonta y terrible. Apareció en el piso del señor J., el cursi muerto en primera instancia, con una sonrisa tontísima y una daga clavada en el tímpano, lesión ésta, incompatible con la vida. Estaba tendido en un sofá y la radio daba el parte, cuando la policía entró. Todo estaba revuelto y en el bolsillo del pantalón una nota.

Pellicer, ataviado con un pijama con más de mil usos, pensaba. Sangre en la oreja, pero está vez se olvidaron el cuchillito. Olor a pólvora, ¿no sería olor a azufre? El mensaje… ¿cuando me llegará el mensaje? El otro mensaje. Una secta. El demonio. El estómago lo estaba matando y él lo sabía. No se quería ir al infierno sin saber quien y como había matado a Rogelio J., un hombre cursi con bigotitos, que se irritaba con los vagabundos.

Tendría que esperar Pellicer aún a que un policía la llevara a la comisaría que estaba a cuarenta y tres manzanas del piso del cursi muerto en extrañas circunstancias. Allí un chupatintas, delgado, pálido y jugador de mus casi profesional, lo examinará y determinará que a Pellicer le podría interesar porque está relacionado con su caso. Así lo hizo y cuando volvió del segundo café de la mañana le dijo a un botones de la comisaría que se lo llevase a Rodríguez para que se lo diera a Cedillos, que iba a ir al hospital a ver a Pellicer, para preguntarle por un caso anterior. Pepín Cedillos era investigador del diario “El Caso”, y siempre estaba por allí. Menos hoy. Estaba en el Retiro que se habían encontrado a un muerto clavado en un árbol. Cuando llegó Cedillos era ya la siesta. El botones se olvidó de darle la nota hasta la hora del café de la tarde, a eso de las cinco y media. A las siete de la tarde Pellicer se quería tirar por la ventana por la incertidumbre de no saber nada nuevo. Cuando llegó Cedillos y le dio la nota se olvidó del dolor penetrante que le hacía picadillo.

Abrió la nota ansioso:

los mirones son de palo

carcasa

san martin no se a pasao

y te ba a yegar ha ti

la ganva

San Martin me está tocando la moral ya –dijo el inspector Pellicer-

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estas pequeñas gambas no hacen sino darme mas hambre... nos estas invitando a una mariscada deliciosa.

Gracias!

 
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