martes, 14 de diciembre de 2010

Salir del hoyo


Su ditirámbico graznar me tenía la cabeza como un bombo. Joaquín es una de esas personas tan vacías que creía que el mundo le iba a hacer la pelota si él se la hacía suficientemente a los demás. No sé bien de donde salió pero el caso es que una vez, en mi adolescencia tardía, le invité a un Larios con limón porque me había elogiado una poesía de la revista del instituto, e intermitentemente lo tengo agazapado siempre que vuelvo por el barrio a ver al viejo. Mi padre tenía un pequeño quiosco de chucherías y periódicos en una parte deprimida de la ciudad. Y digo deprimida por no decir una mierda de sitio. Un sitio lleno de colchones, de candelas y de muchachos sucios que juegan al fútbol con flamantes balones de reglamento de la FIFA. Joaquín, al igual que yo, había intentado huir de ese inmundo lugar a través de la fuerza de los débiles, la inteligencia; había fracasado estrepitosamente. Se tuvo que conformar con un FP de carpintería metálica y sus ínfulas de intelectual del suburbio. De auténtico suburbio, porque no había sacado el pescuezo de esos descampados llenos de ratas y  de esos bloques que de tan feos no se pueden llamar ni siquiera stalinistas.
La verdad es que yo tampoco había acabado la carrera de Filología ni nada. Me pasaba las horas escribiendo y reescribiendo mis memorias, que publiqué en la Editorial Planeta a la edad de 24 años. Si, es verdad. Muy corta vida para ser unas memorias, pero es que uno se ha criado en la selva, y en la selva pasan muchas cosas y ocurren muchas aventuras. Solo tenéis que ver una película de Tarzán. Si cambiamos las lianas por jeringuillas y las cebras por el caballo que galopa por las venas, tenemos una historia sensacionalista, emotiva y de superación. O al menos así la adorné. En realidad todo era aún más feo y sórdido. Ser un niño normal, entre comillas, en ese mundo era duro. Y no caí en la droga, no por la sustancia en sí, sino por el asco que me daban los yonkis y los que la vendían. Conté en el dichoso best seller que en un arrebato dije que tenía que salir que allí por todos aquellos que no habían podido hacerlo. Era mentira. Los odiaba, igual que odiaba las palizas para quitarme unos tebeos que no sabían ni leer o los veinte duros que ahorraba para ir al centro a ver alguna película. Los hubiera chorreado con napalm humeante y escandaloso. Joaquín era de las pocas cosas de esa época que quedaban. Los yonkis no necesitaron napalm, solo tiempo, para desaparecer. Los que otrora robaban mis bocadillos de chopped eran chatarreros, vivían de los subsidios o vendían droga a los pijos que por la noche se acercaban con sus coches caros. Ya no les tenía miedo; me daban igual. Mi padre no quería mudarse a mi casa de las afueras, porque decía que se aburriría. Tenía razón. Los adosados son aburridos para un viejo que ha vivido en Sodoma. Yo le daba dinero, porque vendiendo periódicos a analfabetos no llegaba a fin de mes. No sé como pudo pagar mis años de facultad, pero lo hizo. Supongo que algo raro haría (siempre me ha parecido un confidente de la policía), pero no sé lo que era. Cada viernes llego a eso de las doce en el 6 a la parada de toda la vida. Joaquín sabe que estaré por allí y acecha sentado en un banco junto a Ramón, el único hombre honrado en 2 kilómetros a la redonda. Ramón era un mendigo, que vivía de las sobras de los que apenas tienen, pero ya lo decía él: yo necesito poco, acercando la abertura del vino en tetrabrik  a su boca ,que siempre acompañaba su normalidad. Después Joaquín me acompañaba zumbando como una abeja soliloquios interminables sobre tal autor o aquel, preguntándome cosas tan absurdas como si conocía a Tom Clancy. ¿Cómo voy a conocer yo a un tío chalado que vive en una fortaleza al otro lado del océano? -le respondía yo- y el seguía a lo suyo…¿y a Santiago Segura? Ahora estaba en paro y tenía más tiempo para hacer de perrito faldero. Yo ya tenía un perro en casa, y no me apetecía tener otro. En el fondo yo lo atraía a mí, al ser el nexo de unión entre mi mundo antiguo y mi actual estado. Y también porque le soltaba pasta. Sus hijos siempre necesitaban empates. La novela “Salir del hoyo” estaba en realidad más basada en Joaquín que en mí mismo. Sé que soy cruel al decir esto, pero más que un ejemplo de superación, lo del carpintero metálico era dar palos de ciego a una piñata llena de basura. No había caído en las drogas porque era lo suficientemente espabilado para ver como morían como chinches hermanos mayores y gente próxima, pero integrado en la dinámica del barrio no podía pasar sin las cañas en “El Oportuno” o la partida en el Hogar del Pensionista. Allí lo admiraban como él me admiraba a mí, con lo cual parecía que la naturaleza le devolvía con poética justicia los halagos hacía mí. En realidad, y siempre según mi padre, la mayoría le seguía la corriente para reírse, y alguno que otro no lo soportaba, pero tenían la suficiente paciencia para sacarle a las cartas los numerosos empastes de sus hijos. Tenían que escuchar rimas facilonas, historias inventadas y anécdotas sin colofón. Pero las perras son las perras.
Caminamos hacia la microtienda de mi padre y estaba cerrada. Joaquín empezó como un sabueso servil a preguntarle a la gente. Algunos pasaban de él y los que me veían a lo lejos preocupado le contestaban que hacía varios días que no abría el charnaque. Fuimos corriendo a cada y allí me encontré a mi padre, sentado en el sofá, frío y azul. En la tele tronaba Ana Rosa Quintana. Cuando llegaron los del tanatorio a llevárselo, les di el traje de las bodas de papá y su boina desgastada. Joaquín se sentó en una silla, blanco, mustio, como si la muerte le hubiera llegado un poco a él también.
Y ahora ¿con quién hablaré de ti?-preguntaba quejumbroso y mirando al infinito-. No tienes porque hablar de mí con nadie; es más, te agradecería si no lo hicieses.
Entonces salí y me marche para siempre del culo del mundo. No volví a ver a Joaquín.

6 comentarios:

El Hombre Sin Nombre dijo...

Te diría que es bonito. Pero no lo es. Te diría que es aleccionador. Pero tampoco. Te diría que de esos 'Joaquín' hay muchos, aunque se llamen de otras formas. Y eso sí sería cierto.

Mameluco dijo...

Y yo te diría que estás en lo cierto, Hombre sin Nombre.
No es bonito, ni aleccionador ni nada que se le parezca, pero gente tan débil con el Joaquín este rezuman por los poros del cemento de la ciudad.

Diego Luis Urbano Mármol dijo...

Que gris.

Mameluco dijo...

No todo es bonito, aunque el protagonista consigue lo que quiere.

la gata chundarata dijo...

Coincido con el Hombre sin Nombre...

Me gusta la historia, aunque debo decirle que me gusta más al principio, la descripción del ambiente me aprece muy acertada.

Me gusta lo de los yonkis y el Napalm...

Buen ejercicio de estilo, sí señor, siga así que lo hace bien.

miau

Mameluco dijo...

Es que tenía que acabarla de algún modo... no quería que entrara en la carpeta de descartados.

Me salen estas cosas solas, no las pienso. Si las medito mucho se echan a perder, por eso es raro que algún día escriba una novela entera, como sería mi deseo.

Marramiaumiau

 
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