
Los días son largos y cortos. Ya sé lo que piensan, nos va a dar la murga del tiempo otra vez. No sé si habrán acertado, cuando empiezo a escribir no sé donde voy a llegar. Cortos porque es otoño con viso de invierno. Largo, porque se hace largo como jornada sin pan. Será porque las circunstancias me niegan el pan y la sal. Soy un redicho metafórico, porque desayuno pan con aceite y sal todos los días. Estoy regular, ¿saben? No me siento especialmente infeliz, pero si muy cansado. ¿Cansado de vivir? No. Cansado de hacer cosas que en realidad no son tan importantes, pero que hay que hacerlas porque hay que hacerlas. Las esclavitudes voluntarias como el trompeta.
Yo antes creía en los adultos. Cuando uno es adulto cree en los niños, aún sabiendo que son unos seres perniciosos para la salud mental de cualquiera que esté delicado de lo suyo. Yo pienso también en los adolescentes (nadie cree en los teenagers porque son lo peor de lo peor) por mi unidad didáctica esta. Cometo el error de pensar que todos son como yo era, un friki que hacía poco, pero era enormemente curioso. La curiosidad debería ser la norma en la juventud, pero solo se ven desiertos de languidez estúpida y tonterías de tamaño medio/grande. Hay oasis, pero son pocos y más secos de lo que se espera. Lo peor de no haber sido adolescente nunca, es que la adolescencia surge cuando menos te lo esperas, y algunos comportamientos cretinos que tengo pueden ser consecuencia directa o indirecta de esa etapa no resuelta. Cuando uno ya es un adulto (con 33 años me considero población adulta, porque tengo la edad de Cristo y la edad de tener chiquillos sin que chirríe a los demás) piensa en esas cosas y le entra un leve fastidio. Ser adulto es una mierda. Pagar impuestos y tener responsabilidades es algo que yo al menos no disfruto; pero que ni una pizca. Yo he sido adulto y autónomo, por lo que sé lo que estar en una escala social bastante precaria. El sistema de castas me pone por debajo de las cajeras de supermercados, aún siendo licenciado. No, no es que tenga nada contra las cajeras (aparte de algunos peinados que se ven), pero describo las cosas como son. Las cosas como son. O sea, una mierda.
Yo, retomando lo de antes, creía en los adultos. Pensaba que la edad te da raciocinio, saber estar, cordura, sabiduría y equilibrio. Parece que tenía un poco idealizado a los mayores, que serían en mi mente clones de Confucio. La verdad es que los adultos en su mayoría son unos mentecatos que sobreviven como pueden y no saben ni las cuatro reglas, como diría un cura que conozco. Unos cretinos. Quien nace lechón, muere cochino. Pues eso. Los imbéciles son, a no ser que cambien por traumas, locura o iluminación, perennes e impertérritos. Lo malo de mucha gente es que no es consciente de lo payasa que es. Yo, al menos, sé aproximadamente como soy. Cretino impertérrito, pero para empeorar las cosas con estudios. Un imbécil adulterado por el estudio es un pedante, y algo de eso hay por ahí. Por eso este tufo de superioridad quasifascista. Pero dicho por un mameluco que tiene depreciación de la propia imagen es como decir: yo seré tonto, pero ¡TÚ MÁS!.
Me enrollo como una persiana de las antiguas. No tengo mucho que decir ya. Solo que estoy cansado, aunque estoy repitiéndome. Otra cosa que no es novedad. Yo hablando de las mismas cosas de siempre. Ombliguismo rutinario. ¡Vaya papeleta!