A la hora fijada un grupo numeroso se acercó al banco, que estaba en el centro comercial de la ciudad, en el autobús, en coches particulares, en taxis. De doce a doce y media el guardia de seguridad comería su cena viendo Crónicas Marcianas. En ese momento Posturitas entraría con una llave maestra por una puerta de atrás, desactivaría las alarmas y encerraría a Cipriano, su compañero de noche, en la habitación donde se hallaban las calderas de la calefacción, que es donde estaba una pequeña garita con pantallas donde se veían lo que captaban las cámaras del banco. No fue difícil ya que el pobre guardia, que trabajaba de día en un Mercadona haciendo pan, dormía como un tronco con el ruido de fondo de las discusiones de la tele. Manolito aguardaría fuera esperando a Posturitas e indicaría si la tropa podía entrar. Cuando éste llegó abrió la puerta principal y penetraron todos en la sucursal bancaria y aprovecharon para coger bolígrafos de propaganda, almanaques sobre todo. Los pensionistas, como se sabe, son muy aficionados a ellos. Jacinto se irritó un poco por que proclamaba a media voz que eso no era serio. Era el momento de actuar del Vito, pequeño hombrecillo vestido de traje y corbata, costumbre de sus años como bancario en el Banco Español de Crédito. En un abrir y cerrar de ojos el tímido Vitoriano Ordóñez Pi consiguió vencer al acero y los engranajes. Es fácil, decía, hay que comprender a la caja. De repente un pitido largo y molesto desconcertó a todos
- Nos han pillado, Ricardo. Hay que huir de aquí.
- No os preocupéis -dijo Ricardito como en trance- nada nos pasará.
Con prisa pero sin pausa Posturitas colocaba en los cajones y en las papeleras pólvora unidas por una gran mecha. Cuando habían metido todo el botín en bolsas de plástico salieron desordenadamente. Los últimos en salir, Ricardito y Posturitas. que fumaba un puro con el que encendió un gran petardo que echó dentro, cerca de un montículo de explosivo. Salieron corriendo. Una calma tensa en el grupo de asaltantes. Pasaron segundos antes de que la explosión de la traca gorda diera paso a la mascletá. Luces de todos los colores y silbidos empezaron a invadir el banco. Un espectáculo digno de ver.
Cuando las llamas invadieron todo unos minutos después, y antes de que llegaran los bomberos, salieron corriendo hacía la catedral, que estaba a un par de manzanas, donde Pacheco y los suyos aprovecharon la coincidencia de que los jueves primeros de cada mes era el día en el que los de la Adoración Nocturna se reunían, para entrar a la iglesia. Colocaron las cargas en los confesionarios vacíos y en alguna capilla secundaria. No fueron al altar por que había gente. Los chinos se quedaron fuera por considerarlos Tolín muy sospechosos. Cuando la comitiva llegó de quemar el banco, ebrios de alegría, dispuestos a quemar el santuario, estaba la contrariedad de que en su interior había unas pocas viejas rezando el rosario y un cura muy joven y muy afeminado que recitaba el Cantar de los Cantares entre rezo y rezo.
1 comentario:
Me ha gustado mucho lo de los pensionistas que arramplan con los bolis y lo de que los chinos se quedasen afuera por resultar sospechosos. Jajaja, muy divertidos. ¿Llegarán a comerse las gambas con gabardina y jamon del güeno? Pronto, en proximos capitulos de La taza...
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