sábado, 17 de marzo de 2007

Una mañana Mameluco se despertó con el ruido de la obra de su casa, como viene siendo habitual en los últimos tiempos. Su cuerpo que solía ser gordo, rollizo, pesado y sonrosado tornó en escuchimizado esqueleto de céreos colores. Extrañado por la falta de peso y la angulosidad de sus costillas, pálpose todo el cuerpo buscando la adiposidad en él inherente durante años. Mameluco se había transformado en Kafka. La cara judía y la nueva enclenque constitución provocaron su estupor durante toda la mañana. Cuando se presentó a su madre, ésta la miró sorprendida por encontrarse en el comedor de su cada a un joven de facciones hebreizantes, pero después dijo:

-Mamá, soy yo…

La voz al menos no le había cambiado, aunque si tenía un deje alemán.
Los dos, desayunando margarina buscaron la solución al enigma. Según la madre de Mameluco todo era efecto secundario de las pastillas que tomaba. Mameluco cree que sufre un ataque agudo del síndrome de Zelig, y es que se convierte en lo que será las próximas semanas. Mameluco empieza el lunes a trabajar en la oficina. Le espera una ardua tarea de notificaciones simples. Y su subconsciente ha pensado que como gordo artista multidisciplinar y un poco vago, las reacciones serían adversas. Como burócrata checo las cosas irían mejor; pero claro, el cuerpo obvió las cuestiones de la mente, y Mameluco se volvió kafkiano y taciturno, lo cual no era un impedimento demasiado fuerte, porque él ya lo era de antes.

-Y ahora estás más delgado - le decía su madre, feliz con el cambio.

Fin de primer capítulo

1 comentario:

José Manuel Ubé González dijo...

Mientras no te conviertas en un enorme escarabajo...

¡Qué cosas le pasan, Señor Mameluco!

 
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