Si las apariencias no engañan este otoño sea más otoño que los pasados otoños. Ha llovido y el tiempo está revuelto. El cambio de estación ha sido patente. S eha correspondido con el melancólico color de la luz entrando por las persianas venecianas de mi habitación. La luz gris. Cielo nuboso. Tormentas con fuegos de artificio, propios de una naturaleza desbocada. También es verdad que queda lo que se denomina el veranillo del membrillo o veranillo de San Miguel. A lo mejor es porque los que nos llamamos así somos unos membrillos, o porque la empresa fabricante de cervezas quiere exprimir sus stocks veraniegos. En realidad es porque es alrededor de final de septiembre, que es cuando maduran los membrillos, que cae cuando en mi santo, el día 29 de los corrientes.
Quienes me conozcas, o deduzcan con obvia facilidad, sabrán que el otoño es mi estación predilecta. Los depresivos al mal de los frailes, como se conocía en la Edad Media (las personas normales estaban demasiado preocupados por sobrevivir como para preocuparse por esas cosas) o la melancolía. La melancolía, o bilis negra, no es un invento nuevo, como pretenden hacernos creer los insensatos que nunca han sufrido en sus carnes los ataques de una mente enferma. Hipócrates fue quien le dio ese asqueroso nombre. Bilis negra.
El otoño siempre fue una estación de depresivos, letárgicos, de tiempos parados y de preparación para el invierno. El invierno es la quietud. El sosiego. El parón. Bueno, y comer turrón, pero eso es la artificialidad inventada por el hombre. La hibernación como estrategia no sirve con los humanos, pues nos adaptamos a nuestro medio a base de comprar acciones de Repsol y expoliar recursos de terceros países. Empezamos con una cueva y una pieles pestosas de animal muerto y acabamos haciendo opas hostiles e invadiendo países para echar a andar las calderas de la comunidad.
¡Ah! Otoño de hojas caídas, de marrones y amarillos, de noches frescas y mañanas al sol breve de noviembre. Otoño, en la que la noche va conquistando resquicios con sus sombras al atardecer, cada día unos minutos más, permitiendo al Nosferatum salir antes a pasear. Otoño en cápsulas, otoño difuminado, otoño que del humus vienes y en humus te convertirás. Atrás dejaste las tórridas calimas y el agrietamiento de la tierra. Otoño de hongos. Me imagino olores a sarmientos quemados y a patatas asadas en Cachubia y a mantequilla rancia en Cachubia, y a páramo, y a la academia Rushmore en el nuevo curso. El otoño es donde debí nacer, y no en la absurda primavera tardía de junio. El otoño es mi casa. La casa de los enajenados y donde ayer por la noches a las tantas murió un amigo plasmado en negro sobre blanco, que si no son amistades reales, uno les toma igual cariño.
Otoño, con ñ. En el fondo aún repta algo de lo que te hablaba.
Quienes me conozcas, o deduzcan con obvia facilidad, sabrán que el otoño es mi estación predilecta. Los depresivos al mal de los frailes, como se conocía en la Edad Media (las personas normales estaban demasiado preocupados por sobrevivir como para preocuparse por esas cosas) o la melancolía. La melancolía, o bilis negra, no es un invento nuevo, como pretenden hacernos creer los insensatos que nunca han sufrido en sus carnes los ataques de una mente enferma. Hipócrates fue quien le dio ese asqueroso nombre. Bilis negra.
El otoño siempre fue una estación de depresivos, letárgicos, de tiempos parados y de preparación para el invierno. El invierno es la quietud. El sosiego. El parón. Bueno, y comer turrón, pero eso es la artificialidad inventada por el hombre. La hibernación como estrategia no sirve con los humanos, pues nos adaptamos a nuestro medio a base de comprar acciones de Repsol y expoliar recursos de terceros países. Empezamos con una cueva y una pieles pestosas de animal muerto y acabamos haciendo opas hostiles e invadiendo países para echar a andar las calderas de la comunidad.
¡Ah! Otoño de hojas caídas, de marrones y amarillos, de noches frescas y mañanas al sol breve de noviembre. Otoño, en la que la noche va conquistando resquicios con sus sombras al atardecer, cada día unos minutos más, permitiendo al Nosferatum salir antes a pasear. Otoño en cápsulas, otoño difuminado, otoño que del humus vienes y en humus te convertirás. Atrás dejaste las tórridas calimas y el agrietamiento de la tierra. Otoño de hongos. Me imagino olores a sarmientos quemados y a patatas asadas en Cachubia y a mantequilla rancia en Cachubia, y a páramo, y a la academia Rushmore en el nuevo curso. El otoño es donde debí nacer, y no en la absurda primavera tardía de junio. El otoño es mi casa. La casa de los enajenados y donde ayer por la noches a las tantas murió un amigo plasmado en negro sobre blanco, que si no son amistades reales, uno les toma igual cariño.
Otoño, con ñ. En el fondo aún repta algo de lo que te hablaba.
4 comentarios:
Para mí también es la estación más hermosa, y mi preferida. Yo nací en otoño, en octubre, en toda su plenitud.
Lo malo es que en mi Murcia qué hermosa eras aún no ha llegado. Hace un calor que flipas, de selva amazónica, encima pegajoso y húmedo. Yo ya no entiendo nada. A muchos poetas japoneses también les gusta el otoño, pero el de verdad. Ya veo que también te gustan los haikus. Felicidades con antelación, miguelmameluco. Un abrazo.
Mameluco, no te me pongas calimérico, ten en cuenta que lo que escribes influye en la psique de los que te leemos, y la gente que escribe blogs, por h o por b, necesitamos más que nadie palabras soleadas que dancen en círculo y que den sentido a nuestra existencia. Mira, el tipo ese de Finlandia que ha cometido una masacre era otro amante del otoño. Yo prefiero el verano, porque en otoño cuando voy paseando suena como si fuera pisando cangrejos.
Es una época muy de ponserse triste, sí, pero también de nuevos proyectos y nuevas ilus.
No sabía lo de membrillo, me ha molado.
Gracias, pues, con antelación, Fuensanta...
Si que me gustan los haikus, de hecho tengo escritos unos cuantos de cuando escribía poesía.
Y querido Blogjob, como usted es nuevo por aquí no lo sabe, pero durante muchos post esto ha sido una oda al mal rollo y a la depresión, pero no como impostura o de ir de guays. Efectivamente soy un enfermo. Llevo ya casi 7 años en tratamiento psiquiático contra la depresión y la ansiedad. Lo que pasa es que la tontuna es intensa en mí, como la fuerza en los jedis. Mis lectores se aguantaran en todo caso, con los que yo les ofrezca -o se marcharán, esto no es obligatorio como la ESO-. Y puede estar seguro que siempre escribiré lo que se me ocurra en cada momento, y tengos momentos chunguérrimos...
Esto puede ser un feedback de sensaciones desquebrajadas.
En el verano hace mucho calor. Y eso los gordos no lo soportamos bien.
Y Arándanos, eso de la nuevas ilusiones puede que sea verdad, pero yo sigo a lo mío... jejeje... y no voy mal. Después del paraiso, viene la calma. Y lo de ponerse triste es connatural en todos, pero estar siempre alegres no es sano tampoco.
Un abrazo a todos...
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