Crótalo
Como si la relación dialéctica mano/cerebro que nuestros antepasados simios desarrollaron a lo largo de cientos de miles de años de evolución andando por sabanas fallase, mi cerebro no manda demasiados estímulos supuestamente literarios a mis dedos regordetes. No diré que he desaprendido a teclear en estos meses de chico trabajador, pero ya que Kafka no me ha poseído, a lo mejor me alienó un pasante calvo de la oficina de correos de la ciudad libre de Danzig, que sólo pasaba de soslayo en las aventuras fantásticas de mi querido Oskar Matzerath Bromski. No sé, la cuestión es que una vez terminadas mis tareas como auxiliar de cuarta categoría en el Registro de la Propiedad, mis dedos son ágiles con la tecla y el tabulador, pero mi imaginación se ha venido abajo de la manera más tonta. Enfermedad del Atolondramiento del Trabajo Mecánico, o síndrome de López Ruiz.
Federico López Ruiz, oriundo de Galapagar, tenía en la cabeza un soneto al que le faltaba una sola palabra para ser el mejor en lengua española jamás escrito. Pensaba su palabra día y noche, mirando a levante y a poniente, durmiendo con la almohada en la cabeza y la almohada en los pies. Pero la cosa se desbarató. Hubo de entrar a trabajar en una oficina del Ministerio de Hacienda pues hacía años había echado una bolsa de trabajo y ahora lo reclamaban. Convencido de su memoria, no escribió el poema en ningún sitio. Al principio, entre formulario y usuario indignado, parecía intuir que la palabra aparecería en su mente al igual que cargaba de tinta su estilográfica. Por las noches, al principio, repito, en el brumoso plano que separa la vida vigil del mundo de los sueños casi acariciaba las sílabas de su ignota palabra. Fueron pasando los ejercicios fiscales como se oxida el hierro a la intemperie, inexorablemente. Tres años después de empezar a trabajar no es que buscara la palabra, sino que había olvidado al menos veinte palabras del soneto. Ahora si lo escribió, en un pliego de descargo, pero era un rompecabezas difícil de montar. Una década llevaba ya, cuando ascendió a oficial. Ya no buscaba, y guardaba el papelito arrugueteado en el Debe Haber de la temporada 89-90. Llegó el momento fatídico en el que olvidó que había escrito un poema y con que ansias había buscado el vocablo adecuado. Cuando se prejubiló no le dieron un reloj de los de toda la vida. Como eran modernos le regalaron un iPhone con los años de condena que había cumplido en su cubículo grabados por un experto grabador en la tapa metálica del tecnológico artilugio. Su piel era cenicienta, blanda y caída. Nata blanda revenida. Su cerebro había perdido la capacidad de tener alguna idea propia, no ya de una función estética o artística, sino en el mero hecho de vivir. Comía cuando tocaba, cagaba cuando dolía y dormía si estaba oscuro. Los sesos los tenía licuados. Su mujer se fue a Marbella con un señor de noventa años para vivir como una reina y no como una fregona. Al final de sus días, demente prematuro, y con la mente reseteada por una enfermedad degenerativa, repetía una cosa, sólo una cosa., constantemente decía crótalo. Crótalo, crótalo, crótalo. Nadie sabe si era esa la palabra perdida o algo que se le infundió a él en su resquebrajada mollera. Crótalo.
Yo, al menos, que si no es por muerte súbita me espera un año de temario y, si la cosa va medio bien, de Palentología. Pero he perdido, al menos por ahora el afán convulsivo de escribir que tuve en otro tiempo. Ya me vendrá cuando tenga que estudiar, porque estudiando me dan ganas hasta de correr la maratón.
Yo, al menos, que si no es por muerte súbita me espera un año de temario y, si la cosa va medio bien, de Palentología. Pero he perdido, al menos por ahora el afán convulsivo de escribir que tuve en otro tiempo. Ya me vendrá cuando tenga que estudiar, porque estudiando me dan ganas hasta de correr la maratón.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho el texto. Ánimo con la palabra cámbrico y con todas las demás rarezas que tendrás que estudiar en tu especialidad, seguro que te pone las pilas. En el fondo te envidio, a mí la geología me gusta bastante.
Saludos
Cicero
Gracias Cicero
Cámbrico y demás son mis palabras de trabajo, pero aparte me gustan, porque entre otras cosas casi nunca trabajo en lo mío.
La Geología es bonita, la verdad. Yo hubo momentos en que la odié, pero ya pasaron.
Ahora le doy las gracias por pasarse por aquí.
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