antes...
Entramos en un café. Las mesas redondas y minúsculas hacían que nuestras sonrisas se apiñaran alrededor de las tazas y del humo de los cigarrillos. ¡El mundo nunca podría con nosotros! parecía decir la foto que nos hizo el camarero esa tarde con la vieja Leika del padre de Briguitte. Cuando salimos del sitio, aún con el amargor del café en los labios, nos topamos con el frío de la tarde de invierno. Preferíamos el frío a la anodina clase de Cálculo Infinitesimal del Profesor Giroud.
Las flores del almendro sucedieron a las ventiscas, y la arena de la playa de nuestros respectivos lugares de vacaciones sustituyó a los exámenes finales.
En septiembre cuando me encontré con Donatien me dijo que le habían contando que Lula estaba liada con un amigo de su padre, y que se había mudado a Hamburgo con él. Briguitte volvió con un novio que estudiaba para ser Ingeniero en
Los que nos íbamos a comer el mundo ahora solo éramos dos. Catherine y yo. Íbamos a los billares, al cine y con el tiempo me empecé a enamorar de ella. Ella ya lo estaba de mí. Briguitte apenas nos saludaba por la calle. Supongo que ir a los billares y a los cafés baratos a compartir un Cinzano toda la tarde no entraba dentro de sus planes. Su novio, Michel, le ofrecía bailes y fiestas. Nosotros éramos unos tristes. Y en verdad lo éramos. Cuando Donatien salía ya de casa, los tres nos movíamos por las riberas del río, como almas en pena, vestidos de negro. Catherine llevaba una boina negra. Les decíamos a todos los que nos preguntaban que éramos unos existencialistas nihilistas. Ya no nos comíamos el mundo a bocados. El mundo nos comía a nosotros a pellizquitos de monja. Lula volvió, también cambiada. Nos encontraba ridículos, pero a la vez divertidos. Había vivido con un señor mayor y nuestra inocencia le devolvía la vitalidad que le había robado dormir todos los días con una persona que consideraba chiquilladas sus caprichos. Nosotros seguimos a lo nuestro. Hubiéramos dado la misma vida por tener nuestro propio Bodegón de las Cebollas como en El Tambor de Hojalata, para llorar a gusto, con música y cebollas.
Hoy todo parece tan lejano. Hace muchos años que no veo a ninguno de ellos. Mis padres volvieron a España y yo no supe que hacer. Al final volví. No quedaba nadie. Bueno, Catherine, la que siempre estuvo, estaba, está aquí. A mi lado. Pero su cabeza no funciona bien. Cree aún que somos esos muchachos que espiábamos a los que se besaban en los puentes. No, le digo, de eso hace ya mucho. No, me dice, eso fue ayer, o como mucho anteayer. Lula se reía de nosotros. Y Briguitte, esa guarra, nos dio la espalda. Donatien, pobre Donatien.
Algo tiene en la cabeza, es como una fotografía, el revelador, el baño de paro y el fijador, hicieron que su memoria, y con la de ella, la mía, se quedaran en esas calles adoquinadas, que olían a café y a hortaliza y a tabaco barato.
6 comentarios:
Antes siempre era mejor, eso dice todo el mundo menos yo, que me quedo con el aqui y ahora. Como sea, para bien y para mal. Me ha gustado esa metáfora de la fotografía, lo del fijador y demás. De pronto me he acordado del olor que echaba la sopa del revelado y el fijador... Antes tuvimos un pequeño laboratorio casero, pero lo usaba más Fernando que yo, aunque hice mis pinitos. Más bien pinujos. En la metáfora, a mí me gustaría ser la cámara. O la fotógrafa, que es algo más, pero que no sé si atreverme.
Partiendo de la base de la máxima que la infancia es nuestra patria, cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo que he escrito no creo que deje translucir eso. Yo no quiero el aquí y ahora, desde luego, pero es lo único que tengo, que es otra cosa muy distinta. Hoy es el futuro, que cantaban La Polla Records, ahora es el futuro.
Antes era mejor, depende del momento. No me cambio por hace dos años, pero si por hace cinco. Todo es tan relativo.
La nostalgia es algo común en los melancólicos. Y yo soy uno de ellos, y parafraseando otra vez a LPR, en el fondo un sentimental.
Al final, casi que decimos lo mismo, como siempre, pero cada cual lo expresa de un modo. Los luthiers decían que cualquier tiempo pasado era anterior, y vaya si tenían razón en eso. Yo digo que no quiero mirar atrás y vivir el momento, pero en el fondo no es verdad, o es una verdad con matices. Si no, ¿a cuento de qué me pongo a recordar cuando teníamos un cuartucho con un pequeño laboratorio y el olor que echaban las sopas mágicas de revelar? Pura nostalgia. Teníamos por entonces la edad que tú ahora tienes.
Una de mis frases favoritas la escrbió un amigo mío hace más de doce años en una carta. Estaba muy triste cuando la escribió, y yo también cuando la recibí. En ella lloraba (llorábamos) el final de la adolescencia y de un pequeño grupo de amigos al que nos habíamos agarrado como un salvavidas, creyendo que jamás se hundiría.
La frase es esta. Tal vez no os diga nada, pero a mí me emociona todavía:
"Algún día allí, en Ninguna Parte, será precioso recordar que un día fuimos invencibles".
Yo creo que lo fuimos, aunque nos equivocáramos. Es importante haberlo sido. A mí me sigue gustando recordarlo.
"ésta", perdón.
Yo nunca me he sentido invencible así en colectivo, porque para empezar nunca he sido gregario. Y ya en persona individual menos, porque mi autoestima debe andar por el núcleo terrestre o más allá.
Por desgracia para mí cuando he sido un "nosotros" hemos sido siempre dos. Y eso también se acabó tiempo ha. Por eso soy un mierda egocéntrico yo, yo, yo, yo. Es lo único que tengo. Es pobre, pero es así,amiga Ana. Hay personas con las que estoy y que me acompañan la vida (mi familia, mis amigos...), pero ese es el sentimiento general.
La soledad a veces escogida, a veces impuesta por las circunstancias. Estoy a solas conmigo mismo la mayoría del tiempo, y eso es duro, porque soy insoportable la mayoría de las veces.
Pero, así es la vida.
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