jueves, 7 de abril de 2011

Neuronal Exposure

No sé desde cuando no escribo nada en condiciones. Supongo que es porque cada vez se demuestra más mi incapacidad para estar en dos cosas a la vez. O sea, mi mente no tiene la formidable herramienta de la bilocalización como ciertos santos o personas puestas de ácido (El Zurdo dixit). Es por gran parte de mi público sabido que no puedo leer. Me aturuyo cuando leo más de dos páginas, y no soy de los que pueden leer un libro durante 3 meses.
La espesura neuronal no sé a que será debida. Bueno, en plan objetivo, estoy medicándome con cosas que atontarían a la mismísima Jodie Foster (perdón, ahora no se me vienen a la cabeza más nombres de superdotados famosa). Pero hay un transfondo, como siempre en la complicada vida del artista (símil funambulista). Los sueños y los pensamientos, como siempre. Ayer soñé que se acababa el mundo, y toda la humanidad era consciente de ello. Los supervivientes estábamos reunidos en una especie de hotel, rodeado de grandes explosiones y edificios derruidos. Sabíamos cuando iba a llegar nuestra hora. Cuando eso ocurrió el tiempo empezó a ralentizarse de una forma quasimágica. Al final vi morir a la gente y me desperté. Había muerto en el sueño, pero seguía vivo en la cama, con mis botellas, con la luz de las rendijas, con el ruido de la calle. Estaban conmigo gente que quisiera tener a mi lado en esos momentos. Pero pasaban de mí.
Hoy en la siesta otra extraña sensación me embargó mientras recorría las calles oníricas. Era consciente de que tenía una enfermedad terminal, sin embargo eso no me preocupaba. Si no haber sido rechazado de nuevo. ¿Tanto es el miedo que le tengo al rechazo? No sé. Me hacían daño. Me dolía el costado –cosa que siguió una vez despierto-, pero lo que realmente me sumía en un dolor insufrible era pasar de ser especial a ser uno más. Nunca fui demasiado especial. Solamente me he sentido así una vez. Y ya dejé de sentirlo porque dejé de serlo. Me pregunto si el sueño es reciclador de experiencias o post-its mentales para que uno no olvide su desdicha. No hablo más del tema porque no le incumben a nadie salvo a mí. Mis sueños son vidas no vividas, hiperbolizadas ad nauseam. Poco probables pero al final, reales. Me embargan sentimientos contradictorios. ¿Por qué una losa en mi memoria me ancla al pasado?
Si, lo sé, soy un egocéntrico. Creo que el maldito universo gira alrededor del ombligo siguiendo las leyes de Kepler. Pero no es así, lo sé. Pero sentirlo y saber que lo que sientes es mentira no ayuda. Bueno, al menos eres consciente de ser “poseído” por pensamientos no del todo ciertos, pero que trituran comos si fuese pulpa lo que podíamos llamar la normalidad del enfermo de la mente.

Los días estresantes, el exceso de cosas en las que pensar y hacer me impiden la higiene neuronal de la racionalización. El cerebro se libera y toma el control. Y el cerebro es mi enemigo. El sentimiento ingrávido, las mariposas en las tripas, la desidia y el ansia de anulación lo embargan todo. Estoy a millones de años luz de las cosas que se supone que tendría, y que he perdido. Y no puedo echar la culpa a nadie, sino a mi mismo. Eso es lo más duro. Que Morfeo te recuerde lo que intentas resetear es como un virus informático que se ha hecho fuerte en las neuronas y no lo quitas ni con agua caliente. Un troyano, o mejor, un mirmidón, sin talón de Aquiles ni nada parecido. Quizás hayan sido los Idus de Marzo o un Abril que marcea.

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