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jueves, 5 de marzo de 2009

Capacidad de observación

La capacidad de observación es algo que gracias a Dios, tengo por momentos. Ayer, yendo a comprar alguna chuchería que llevar a casa de mi eterno anfitrión para ver House caminaba por la plaza de mi pueblo. La Plaza de mi pueblo si les digo la verdad, no se parece a una plaza, pues está escalonada en tres niveles. Antiguamente había unas piscinas que teóricamente en algún momento de espacio y de tiempo se comunicaban por pequeñas cataratas. Eso ya es cosa del pasado. Ahora hay palmeras y plantas. Y bancos bastante incómodos hechos de cerámica pintada y con un angulo imposible para echar la espalda.

Pero a lo que voy. Los vestigios que aún quedan del pasado son un pollete largo, cortado únicamente por las escaleras que unen los distintos niveles. Ese asiento largo tiene como material para apoyar las posaderas una piedra, que respetando su poco interés en el campo de las rocas ígneas plutónicas y para simplificar, diré que son unos granitos, unos granitos blancos y grises. Tienen su cuarzo, su feldespato y su mica. Pero ayer había llovido. Paseaba como iba contándoles por la plaza y de los granitos parecían salir unas burbujas. Piedra fría, impenetrable y yerma, ¿y ahora con unas pompas? La observación directo del fenómeno me descubrió porque parecía que la piedra, como un hongo protuberante, crecía al tacto de las gotas de lluvia. Decenas y decenas de caracolas se desparramaban por el granito, y con la luz difusa de las farolas, en verdad les digo que parecía que la piedra floreciese. Por las paredes del pollete, blancas de cal como dicta la norma de pueblo andaluz, estos bichitos de cuerpecillo negro y conchas pardas, ascendían hasta la cima granítica, como si fuesen turistas tomando el sol.

Los caracoles siempre me han gustado.

No para comérmelos, porque no me gustan. Pero las caracolas han sido para mí como el reverso tenebroso de la cuestión, quizá por eso sienta esa fascinación por ellas. Y no hablemos ya de las babosas, porque un gasterópodo sin concha (externa) ya me parece el acabose de la evolución. La evolución se complica para volver dar formas simples. No sé si lo sabrán pero la evolución de los gasterópodos es la rotación de su concha(y sus tripas) respecto al cuerpo unos 90 grados. Con eso consiguen tener un pie carnoso con el que andar y cuando la cosa se pone fea un sitio duro donde esconderse.

Pero ya me estoy metiendo yo en berenjenales más de exámenes de Paleontología II que de capacidad de observación.

La cuestión es que observando los pequeños detalles de la naturaleza podemos descubrir la belleza de la forma más tonta, como mis granitos conchíferos (aberración de nomenclatura, jajajaja, para geofrikis).

Y es que cuando llueve, todo es mejor.

* Las fotos son mías, de este verano, que llovió y salieron los caracoles.

lunes, 26 de marzo de 2007

Está lloviendo.La luz es más triste que de costumbre y tras las cortinas venecianas, veo la calle, los coches y a nadie que pasa. Si, es una contradicción. Si no pasa nadie no lo puedo ver. No sé si será igual que lo del árbol que se cae en el bosque y si no hay nadie no hace ruido. Eso es tontería típica de romántico. Es como decir que el Big Bang no ocurrió porque nadie lo vio. O si se cierra los ojos la gravedad no existe porque no la vemos. El orden natural de los proceso sigue su curso aunque nadie se fije. En mi nadie se fija. Cuando mis picos de máxima ansiedad rayan lo insufrible, nadie me ve porque me escondo. Como las fuerzas que unen el Universo, mi ansiedad existe. A poca gente le importa, eso si. Y que a mi me gusta hacerme la víctima más que a un tonto un lápiz también es verdad. Son cosas que pasa, aunque no las vean.

Llueve aún un poco; esto me recuerda una poesía, que como es cortita se la pongo a continuación:

RECUERDO INFANTIL

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
"mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón ".

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

Antonio Machado

La cogí de A media voz, una buena colección de poemas en la red…

 
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