
La balaustrada está empapada por un agua sucia que salio del vagabundo más feliz que imaginarse puedan. La noria daba vueltas y en el parque de atracciones todo era felicidad y nubes de algodón, caballitos y olor a churros con chocolate. Pero también había alguna garrapiñada rancia. Los aprendices de macarra de los autos de choque merodeaban entre humo de cigarrillo compartido y navajas de los puestos de los negros. En aquella época los únicos africanos que se veían en directo eran los de la feria. Un chiquillo de pocos años llevaba un globo, inflado con simple aire, no con el espectacular helio. El último día de las fiestas sus padres le comprarían un rifle de madera de plástico, con incrustaciones de marfil de plástico. Venían animales para abatir. Un león, un tigre y un oso. Cuando ya no quedaba ni rastro del arma por tu casa aún merodeaban las fieras, en el tambor de Colon atiborrado de cliks.